Prólogo

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Miedo.

Miedo a lo irracional, a lo peligroso, a lo desconocido.

La elevación de mis sentidos flotó en el aire aquella noche. Un cúmulo de sensaciones contradictorias acecharon mi vida. Como si una ráfaga de viento hubiera arrasado con todo. El vaivén de mis caderas, la inquietud de querer parar el tiempo y huir sin mirar atrás. Hubiera preferido tantas cosas aquella noche, que me conformé con el único plan que a aquellas alturas, no era algo que disfrutara. Pero era reconfortante, como si hubiera vuelto al pasado y mi instinto más salvaje estuviera a punto de despertar.

La oscuridad cayó a escasos metros de mí, toda la iluminación fue apagada durante una cuestión de segundos. Hubo un cortocircuito y las luces se borraron del mapa, dejándolos ante la más inquietante oscuridad. La sensación de pánico, volvió. En una feria de terror, de esas donde los payasos diabólicos y las calaveras vagan libremente sin que nadie se alarme. Una feria un tanto siniestra, llena de personas disfrazadas, pero que tenían la excusa perfecta para demostrar su verdadera personalidad. Almas vacías y corruptas que buscaban entre anhelos el triunfo máximo. Y de repente, la nada. Si ya estaba sola, ante la oscuridad momentánea, me quedé en soledad esperando a que alguien me rescatara. En una esquina, cerca del puesto de algodón de azúcar divisé a varios conocidos de mi madre y que casualmente me presentó esa misma mañana. La hija tenía mi edad y me podría haber acercado de no ser porque era una persona muy tímida, apenas sabía socializar y hacer amigos nuevos era todo un desafío. Tampoco me apeteció hacerme la simpática y fingir que me caían bien cuando no era así. Disfrutaba sola de los pequeños momentos que la vida me regalaba, fueran buenos o malos.

Preferí la soledad a la incomodidad.

Me pellizqué la piel de los dedos sintiendo una presencia acercarse tras de mí. Erguí la espalda y miré al frente, como si ignorando lo que estaba pasando iba a desviar a la figura imponente que se iba acercando. La sombra cada vez era más grande y mi cuerpo temblaba aterrorizado. Sentí sus manos en mis hombros, me sobresalté. Olía bien, demasiado bien. Ese olor. Ese tan característico olor que era capaz de identificar a kilómetros. Me giré con soltura, dejando atrás la timidez y con ganas de enfrentarme al chico que estaba detrás.

Sabían demasiado bien que era.

Alto y fuerte. De figura imponente. Vestido de negro y una máscara de la película "La Purga" cubría su rostro. Con su mano me agarró del mentón, su dedo pulgar acarició mis labios y sentí una corriente ascender de forma desorbitada por mi cuerpo. Los latidos de mi corazón se aceleraron frenéticamente mientras mi respiración comenzó a ser irregular. Y no entendí como mi cuerpo reaccionó al instante ante él cuando antes ni siquiera me había detenido en admirar su presuntuosa anatomía.

El poder.

Siempre tuvo el poder. Aunque no era el rey, tenía todo el control y podía conseguir aquello que se propusiera. Solamente había interactuado dos veces con él y para ser sincera no fueron más de quince minutos sumando las dos veces. Pero supongo que de alguna manera me marcó, ya fuera por su indudable atractivo o por la forma en la que intentaba siempre incluirme en los planes. Fue simpático y atento. Siempre rechacé todo lo que me propuso porque no quería defraudar a mi madre. Y me arrepentí. Porque llegó el momento en el que todo se acabó y me quedé sin saber que hubiera pasado si hubiese aceptado quedar con él y sus amigos. Quizás hubiera dejado la timidez a un lado y podía haber llegado a tener un grupo de amigos.

Supongo que nunca lo sabré y me di cuenta tarde.

- Marc -mencioné su nombre con el corazón en un puño, su presencia me imponía y más así vestido.

La cacería ya había acabado, hacía un buen rato que habían anunciado al ganador de este año. Él se había encargado de darlo todo junto a su mejor amigo, Hector -que desapareció a mitad de la noche y nadie volvió a verlo-. La feria estaba en su pleno apogeo y la gente se divertía aparentemente. Jamás imaginé que una feria del terror en pleno verano iba a ser todo un acierto. Y aunque estaba acojonada, encontré la diversión de la que todos estaban gozando. No era mi estilo, no me iban ese tipo de cosas, eso era lo que solía decirme a mí misma para tratar de camuflar las emociones que se despertaron esa noche en mí. Prefería estar en casa leyendo o incluso, tocando el violín que arriesgando mi vida en una feria que quería arrebatármelo todo y devolverme al lado oscuro.

Frenesí 909 ▪︎ MARC GUIUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora