Capítulo 3

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IRINA
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A cada paso que daba sentía como mi corazón iba incrementando el ritmo de sus latidos. Fuera, los truenos y relámpagos anunciaron una inminente tormenta mientras que dentro de aquella casa, todo el mundo se mantenía ajeno a lo que estaba pasando a su alrededor. Puede que me hubiera pasado gran parte de la velada sentada en el hueco de la ventana viendo como el cielo se teñía de gris y como las horas pasaban lentamente. Que hubiera acabado con aquello mucho antes si no me hubiera ofrecido a ayudar a Marc a robar unas joyas que debían valer un pastizal. Eso, o que, el muy imbécil me había engañado para que aguantara más tiempo en aquella fiesta absurda.

Su concepto de la diversión no tenía nada que ver con el mío. No le encontré la gracia a tirarse más de dos horas viendo una bodega llena de vinos, todos asentían asombrados mientras Fermín explicaba con detalle y muy cuidadosamente su nuevo negocio. A mí me dio tan igual, que ni siquiera bajé porque claro, me invitaron muy amablemente a que me quedara arriba. Y allí me quedé, sola y bebiéndome una botella de un vino blanco afrutado que para ser sincera, no estaba nada mal.

Como era de esperar, el cielo se descargó y comenzó a llover con fuerza. Las gotas caían fuertemente sobre el pavimento y en cuestión de segundos, la vista se volvió borrosa por culpa de la lluvia. Me despegué del gran ventanal al escuchar unos pasos, me había acostumbrado tanto a la forma de caminar de Marc que sabía exactamente cuando se acercaba. Y en efecto, cerca de veinte segundos después, interrumpió en el gran salón. Respiré hondo y dejé la copa y la botella en una de las mesas redondas altas y caminé hasta la salida.

Los tacones repiquetearon con fuerza sobre el parqué mientras mi melena larga y ondulada se agitaba al compás de mi cuerpo. Aquel día no iba nada extravagante, me puse el tan característico vestido rojo de la marca Rat & Boa a juego con unos tacones y un bolso en un tono crema. Sin verlo venir, el catalán y yo fuimos combinados. El se decantó por un polo ancho y unos pantalones crema que hacían que yo resaltara cuando estábamos juntos.

- ¿Has desactivado las cámaras de las escaleras y de la planta de arriba? -ni siquiera un "hola", fue directo al grano y en otro momento me hubiera dado absolutamente igual, pero aquel día me molestó.

Me tiré cerca de dos horas sola y aunque no me importó en absoluto, ver las horas pasar no fue plato de buen gusto. Porque tenía un buen aguante con el alcohol, que sino no podría ni sostenerme en pie después de beberme bebido tal cantidad de vino para matar el tiempo.

- Desde hace un buen rato -pasé por su lado y caminé hasta el ascensor. Sentí las largas pisadas de Marc tras de mí.

- Siento la espera, pero el gilipollas ese no me dejaba salir. He tenido que fingir que me encontraba mal. Imagínate lo mala que es la luz allí abajo que me ha visto blanco y todo -rio, negué con la cabeza aguantando la sonrisa que deseaba escapar de mis labios.

- Buena táctica, así podremos irnos sin levantar sospecha. Estaría bien que vomitaras por aquí -señalé el suelo, Marc apoyó el cuerpo en la pared y sonrió mientras me inspeccionaba atenuante.

- Me tendrás que meter los dedos en la boca -se pasó la lengua por los dientes, sentí arcadas solo de pensarlo.

- No, gracias -las puertas del ascensor se abrieron y entramos los dos.

- ¿Qué has estado haciendo dos horas sola? No entiendo porque no has querido bajar, a pesar de que no te hayan dejado. Te creía capaz de soltarle un discursito de los tuyos -se miró al espejo y se colocó bien el pelo, necesitaba un corte urgente. La mata que tenía en la cabeza me ponía nerviosa y al mismo tiempo me hacía fantasear con pasarle la mano por el cabello como si fuéramos una pareja súper romántica.

Frenesí 909 ▪︎ MARC GUIUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora