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Advertencia: Síndrome de Cotard.

Nota: Intenté lo más posible de que pareciera a lo que siente el paciente, sin embargo, aún no me gusta el resultado final. Espero que a ustedes sí.

🔮

Duxo rompe un pedazo de madera con una violencia desenfrenada. El hacha se detiene, y su pesado suspiro resuena mientras aparta la herramienta y los fragmentos. Sus ojos amatistas, ahora vacíos, se deslizan hacia la madera cortada, que recoge con manos temblorosas, y entra en su casa. La puerta se cierra con estrépito, enviando un escalofrío a través de su piel muerta.

No ha comido en dos días. La idea de alimentarse le resulta absurda.

Deja los pedazos de madera junto a la chimenea y se hunde en el viejo sofá que parece lamentar su propia existencia. Quizás debería reemplazarlo. Sus ojos amatistas están fijos en la chimenea mientras su mente se pierde en recuerdos distantes de sus días con Aquino. Sin embargo, esos recuerdos se tornan grotescos. El rostro de Aquino se transforma en una visión aterradora: una figura altísima con ojos blancos y pupilas negras, de cuyas comisuras gotea sangre, con una sonrisa deformante y dientes filosos como cuchillas.

¿Era realmente Aquino?

Duxo pasa sus manos por su rostro, sintiendo cómo la carne se retrae al apartar las manos. La ausencia de piel le hace sentir sus músculos palpitando en un espeluznante recordatorio de su propia desintegración. La pierna muerta que tiene a su lado es un recordatorio constante de su condición.

—Estoy muerto. ¿Por qué debería comer? —murmura a la nada, su voz temblando de desesperanza.

Desde el momento en que cruzó el portal, Duxo sintió que había muerto. Era un cadáver consciente, un enfermo mental arrastrado por la locura. Los aldeanos afirmaban que estaba bien, pero mentían. ¿No podían ver cómo su piel se desmoronaba en pedazos?

Pasa sus manos por su rostro, y el peso de la culpa lo aplasta. Llora, cada lágrima cargada con el remordimiento de haber sobrevivido mientras Aquino había sido el verdadero inocente. Se siente atrapado en su propia tumba, como si él mereciera estar allí, en lugar de Aquino. Aquino había sido su todo, y Duxo mismo había cavado la tumba para ambos. Su conciencia está atormentada por una culpa insostenible, y no merecía seguir viviendo, solo sobreviviendo gracias a una engañosa ilusión de vida.

Una risa incontrolable brota de él, una mezcla retorcida de locura y tristeza. —Nada de esto es real.

Está atrapado en un mundo de su propia creación, una ilusión desesperada para escapar de la realidad de su propia muerte. Con un renovado sentido de fuerza, se levanta y sale apresuradamente de su hogar, decidido a probar que no siente dolor, sin importar el costo. Entre las tumbas, se mueve con una agilidad frenética, como si danzara en su propio reino de muerte. Las tumbas, ahora su hogar, le resultan confortantes.

Quizás vería a Aquino en cualquier momento.

—¿Duxo?

El llamado lo hace girar. Sonríe, buscando en el bosque al que se adentra, la voz que lo llama.

—¡Aquino! ¿Dónde estás, huevón? —Duxo corre en la dirección opuesta a la aldea, impulsado por una desesperada esperanza.

—¡Duxo!

Cuando el llamado vuelve, Duxo se detiene y sigue el sonido sin dudar. Una sombra se alza en el bosque, una figura con una sonrisa siniestra y dientes afilados. Duxo carcajea, ignorando el peligro que se cierne sobre él.

—¡Pendejo, estoy aquí!

Escucha la risa de Aquino, mezclada con su propia risa estridente. La mano oscura con huesos expuestos intenta atraparlo.

—¡Duxo!

En un grito ensordecedor, Duxo se lanza sobre el cuerpo de Aquino, respirando pesadamente mientras se ríe débilmente. Pasa sus manos por el frío rostro, enterrando su nariz en el aroma intenso de unas Phlox*, flores que Aquino adoraba. La sangre escurre por su mejilla, pero sigue aferrándose al aroma, restregándose contra la fría piedra.

—¿Todavía usas esa estúpida fragancia? —pregunta sin obtener respuesta. —Puta madre, te dije que la dejaras porque me estresa. —Aferra sus brazos. —Eres un pendejo.

La risa de Aquino sigue resonando, y Duxo, mientras muerde el interior de su mejilla, se hace daño a sí mismo en un intento de sentir algo más allá de su angustia. La lluvia empieza a caer lentamente, presagiando un mes de tormentas interminables que parecen reflejar su propio tormento. Se pone de pie con un crujido de huesos.

—¿Nos vamos, Aquino?

—Nah, iré después.

Duxo asiente y, con un suspiro de agotamiento, comienza a caminar lejos de la tumba de Aquino, dejando un rastro de sangre tras de sí. Porque sus mejillas hace un rato han perdido esa tonalidad suave que la caracterizaban por los grandes rasguños que más tarde hicieron su efecto de dolor ante el analgésico que buscaba contrarrestar las bacterias que se hubo causado con sus rasguños al intentar apartar su piel y los gusanos que brotaban supuestamente de él.

Cuando paso el día de invierno, jamás pensó tomar uno de los tantos libros de Aquino de hechicería, buscando aprender o buscar algo que cure su piel. Pero algo dentro de él, muy en el fondo, le rogaba que buscara a Aquino y lo salvara. 

En la retorcida oscuridad de su mente, Aquino permanecía vivo, torturado y arrastrado por un tormento eterno en alguna esquina olvidada del abismo.

Un abismo que el inventó para su duelo.

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⏰ Última actualización: Aug 13 ⏰

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Do you remember me? [Duxo y Aquino]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora