ʊռ ɛռƈʊɛռȶʀօ ʍáɢɨƈօ

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La reina Igraine y el rey Leodegrance estaban sumidos en una profunda desesperación, como si el peso del mundo entero descansara sobre sus hombros. La habitación estaba envuelta en una penumbra sombría, como si la luz misma se hubiera apagado junto con la esperanza.

Ella sollozaba inconsolablemente, su cuerpo sacudido por convulsiones de dolor, como si cada lágrima que caía fuera un pedazo de su alma que se desvanecía. Su cabello rubio, antes tan brillante y radiante, ahora colgaba en mechones desordenados y apagados, como si la tristeza misma lo hubiera apagado.

La pérdida de su bebé era como una herida abierta, que no cesaba de sangrar, un recordatorio constante de su fracaso como madre.

"Mi cuerpo es un sepulcro", gritaba Igraine, "un lugar donde la vida viene a morir, donde la esperanza se desvanece y solo queda la oscuridad". Sus ojos, antes tan brillantes y llenos de vida, ahora estaban apagados y vacíos, como si la luz se hubiera apagado para siempre.

El rey Leodegrance la abrazaba, intentando calmarla, pero sus propias lágrimas revelaban su impotencia.

"Mi amor, no te culpes", dijo con voz quebrada. "No es tu culpa, es la maldición que pesa sobre nosotros". Trató de limpiar sus lágrimas, pero eran demasiadas, como si el dolor mismo hubiera tomado forma.

"Mi Leo, no pude ser madre", repetía Igraine, como un lamento fúnebre, como si estuviera enterrando una parte de sí misma. "Mi cuerpo no da más... ya no puedo más. Soy una reina sin futuro, sin hijos que hereden mi trono". Su voz era un susurro, un suspiro de desesperación que parecía venir de lo más profundo de su ser.

"No, mi amor", dijo el rey, su voz llena de dolor. "No eres una reina sin futuro. Eres mi reina, mi compañera, mi todo. No necesitamos un heredero o heredera para ser felices". Pero sabía que era una mentira, que la maldición los había condenado a una vida sin hijos, sin futuro.

La maldición que pesaba sobre la reina parecía no tener fin, un destino cruel que la condenaba a vivir sin la alegría de ser madre, sin la esperanza de un futuro mejor. El reino de Carmerlia, un lugar que antes fue lleno de esperanza, ahora parecía un desierto estéril, donde la vida no podía florecer. La tristeza se había apoderado de todo, como una sombra que cubría todo a su paso.

El rey se levantó y se acercó a la ventana, mirando hacia el exterior, donde el sol se estaba poniendo, pintando el cielo de colores tristes.

"¿Por qué nos ha pasado esto?", se preguntó en voz alta. "¿Qué hemos hecho para merecer esta maldición?"

Igraine se levantó y se acercó a él, abrazándolo desde atrás.

"No lo sé, mi amor", dijo."Pero sé que no es tu culpa, ni la mía. Es solo el destino, que nos ha jugado una mala pasada".

El rey se volvió hacia ella, tomándola en sus brazos.

"No importa", dijo. "Estoy contigo, siempre. Y juntos, podemos enfrentar cualquier cosa que nos depare el destino".

El majestuoso rey Leodegrance y su bella reina Igraine se adentraron con gran entusiasmo en los misteriosos y encantados bosques del reino de las hadas, ambos mencionados dicidieron irse de viaje, donde la magia y la belleza natural reinaban con soberana gracia. La reina, aunque inicialmente mostraba cierta reticencia ante la idea de internarse en aquellas espesas arboledas, pronto se dejó seducir por la emoción del viaje y la compañía de su amado esposo.

"¡Este bosque es verdaderamente un paraíso!", exclamó la reina, maravillada por la armonía y la luminosidad que la rodeaban. "Me siento como si estuviera inmersa en un sueño, rodeada de la exquisita y mágica belleza de la naturaleza".

"Tienes absoluta razón, mi amada", respondió el rey con una amplia sonrisa de felicidad. "Aquí, la gracia de la naturaleza y la fantasía se unen en una unión perfecta. Este es un lugar donde los sueños más hermosos cobran vida y se hacen realidad".

Mientras paseaban por los senderos sinuosos y salpicados de flores silvestres, el rey Leodegrance le contó a su reina fascinantes historias sobre las hadas que habitaban en lo profundo de aquel mágico bosque, narrando con entusiasmo las leyendas que hablaban de su bondad, sabiduría y poderes sobrenaturales. La reina Igraine escuchaba con suma atención, visiblemente cautivada por aquellas maravillosas leyendas y la magia que envolvía su nuevo hogar.

De pronto, un llanto desconsolado y desgarrador rompió la serena tranquilidad que reinaba en el bosque.

"Mi señora, escucha con atención", dijo el rey, con un deje de tristeza en su voz."Alguien ha abandonado a un inocente bebé en este lugar, sin importarles en absoluto su suerte o su futuro".

La reina se estremeció al escuchar los angustiosos gritos del pequeño.

"¿Qué es eso?", preguntó, visiblemente consternada."¿Cómo puede alguien ser tan cruel como para abandonar a un bebé indefenso en medio de este bosque?".

Sin dudarlo ni un instante, la reina Igraine echó a correr siguiendo el sonido de los lamentos, hasta que en medio de la espesura encontró una pequeña canasta de mimbre con la indefensa criatura en su interior. La reina no pudo contener las lágrimas de emoción mientras levantaba al bebé en brazos, y la pequeña se aferró a ella buscando el calor y el consuelo maternal.

Una enorme sonrisa se dibujó en el rostro de la reina, quien contemplaba con devoción a aquella hermosa niña, como si fuera un regalo traído por las hadas. Volviéndose hacia su esposo, que se había acercado y se había arrodillado a su lado, ambos se miraron con una mezcla de asombro y dicha, conscientes de que habían sido elegidos por el destino para convertirse en los padres y protectores de aquella criatura.

"La llamaremos Floribel, princesa del Reino de Cameliard", dijo la reina con ternura, sonriendo a través de las lágrimas. "Es un nombre hermoso y delicado, justo como ella. Nuestra pequeña Floribel, nuestra hija del bosque".

El rey asintió, conmovido. "Me parece un nombre perfecto para nuestra niña. Y nosotros seremos sus padres, su familia, su hogar para siempre".

Y así, la reina Igraine y el rey Leodegrance se convirtieron en los amorosos y dedicados guardianes de la pequeña Floribel, brindándole todo el amor, el cuidado y la protección que necesitaba. Y la niña creció rodeada de ese cálido ambiente familiar, envuelta en la magia y del Reino de Cameliard que ahora era su hogar.

El rey y la reina nunca tuvieron la intención de buscar a los verdaderos padres de Floribel. Ellos no permitirían que nadie les arrebatara a la niña, pues quienes la habían abandonado en aquel bosque habían demostrado ser tan crueles e inhumanos.


Recuerde que Floribel es Nasiesn como futuramente será Blancaflor..

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