uno.

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En la penumbra de la bodega, los rayos del sol se colaban por las rendijas de las ventanas sucias, iluminando apenas las pilas de cajas y bidones que llenaban el espacio. Tomás se paseaba lentamente entre ellas, como un león enjaulado. El olor a químicos y plástico quemado impregnaba el aire, pero él no lo notaba. Su mente estaba enfocada en el único objetivo que lo había guiado desde sus primeros días en las calles de Medellín: el poder.

El eco de sus pasos resonaba en el amplio espacio vacío, sus botas golpeando el suelo de concreto con un ritmo monótono. En su mano derecha, un cigarro se consumía lentamente, su humo gris ascendiendo en espirales perezosas hacia el techo ennegrecido. A lo lejos, el sonido de un teléfono móvil rompió el silencio. Tomás se detuvo en seco, sus ojos oscuros se entrecerraron con una mezcla de desconfianza y expectación. Sabía que esa llamada era crucial. Lucas, su socio, había prometido una actualización sobre la última entrega. La "mercancía" había salido de las costas de Argentina en un submarino, una inversión arriesgada que podría definir el futuro de su imperio. Pero el submarino no había regresado.

Tomás tomó una bocanada de su cigarro, dejando que el humo llenara sus pulmones antes de soltarlo lentamente. La pérdida del submarino le había sacado el sueño durante las últimas noches. No por la plata, que era lo de menos, sino por lo que significaba. 

En este negocio, una falla podía ser vista como una señal de debilidad, y en su mundo, la debilidad era una sentencia de muerte.

El teléfono en su bolsillo vibró, sacándolo de su ensimismamiento. Lo sacó con calma, observando el nombre de Lucas en la pantalla antes de contestar. No había lugar para la impaciencia en su voz; debía mantener la compostura, ser el líder imperturbable que sus hombres necesitaban ver.

-Lucas.- dijo, su voz profunda resonando en la bodega.

-Tomás, hermano. Tenemos un problema.- la voz de Lucas era tensa, como si el peso del mundo colgara de sus palabras.

Tomás no respondió de inmediato. Se quedó en silencio, esperando que Lucas continuara, pero sabía que ya lo había dicho todo con esa primera frase. -Habla.- ordenó finalmente.

-El submarino no llegó. Algo salió mal en el último tramo. La DEA...- Lucas dudó antes de seguir. -La DEA lo confiscó.

Tomás cerró los ojos y apretó los dientes. Cada músculo de su cuerpo se tensó, pero mantuvo su voz controlada. -¿Estás seguro de eso?

-No hay duda. Uno de nuestros contactos en el puerto lo confirmó. Ellos lo interceptaron antes de que pudiera descargar. Pero...- Lucas titubeó, y Tomás supo que algo más venía. -El otro envío llegó. El avión. Esa mercancía está a salvo.

Tomás soltó el aire que había estado conteniendo, una pequeña victoria en medio del desastre. El avión era su seguro, una carta de triunfo que había jugado por si algo fallaba con el submarino. Pero la pérdida aún pesaba en su mente. -¿Y los billetes?- preguntó, cortante.

-Listos para ser enviados. Pero necesitas decidir qué hacemos con el submarino.

Tomás miró a su alrededor. Las sombras de la bodega parecían cobrar vida, alargándose y envolviéndolo en un manto de incertidumbre. Había un solo camino a seguir. -Que lo limpien. Ninguna huella, ninguna pista.- ordenó. -Y después, enterra la noticia. Nadie, absolutamente nadie, tiene que saber de esto.

-Entendido, hermano.- La voz de Lucas sonaba más aliviada, pero Tomás sabía que el riesgo no había desaparecido.

Cortó la llamada y se quedó con el teléfono en la mano, pensativo. El peligro de la traición siempre estaba presente. Lo había aprendido desde niño, y cada paso en su ascenso al poder se lo había confirmado. No podía confiar en nadie, ni siquiera en Lucas, su socio más cercano. Pero también sabía que sin socios, sin hombres leales a su lado, no había imperio.

blood | cazzu y croWhere stories live. Discover now