Julieta.
El tercer día llegó con una calma que parecía burlarse de lo que estaba por suceder. Las nubes bajas y grises cubrían el cielo patagónico, dándole al paisaje un aire ominoso. La fábrica abandonada se erguía en medio de la vasta nada, un monumento silencioso a tiempos pasados y testigo del conflicto que estaba por estallar.
Mi preparación para el encuentro fue meticulosa, casi ritualista. Cada detalle de mi atuendo fue cuidadosamente seleccionado, no solo por su funcionalidad, sino por lo que simbolizaba: control, poder y la capacidad de enfrentarse a cualquier amenaza. Sabía que cada pequeño elemento sería un mensaje, tanto para Tomás como para mí misma.
Sebastián, Valentina y Nicole estaban ya en sus posiciones, invisibles pero atentos, listos para actuar en cuanto fuera necesario. Joaquinha, siempre eficiente, había supervisado cada uno de los preparativos, asegurándose de que nada quedara al azar. Yo misma me sentía como una cazadora, esperando en la oscuridad a que su presa se acercara lo suficiente para dar el golpe.
Llegué a la fábrica justo cuando el sol comenzaba a descender, su luz tenue apenas atravesando las nubes. La vastedad del lugar, con sus sombras profundas y su silencio sepulcral, me pareció extrañamente adecuada para el tipo de reunión que estaba por ocurrir. Me adentré en la estructura y mis pasos resonaron en la sala de control central, donde había decidido que se llevaría a cabo el encuentro. Desde ahí, tenía una vista clara de casi toda la fábrica, y cualquier movimiento de Tomás sería detectado por mis hombres.
No tuve que esperar mucho. Tomás apareció poco después, caminando hacia la fábrica con una calma que bordeaba en la arrogancia. Estaba solo, al menos en apariencia, vestido de negro, como un presagio de lo que estaba por venir. Lo observé mientras se acercaba, analizando cada uno de sus movimientos, cada gesto. No era solo un hombre que venía a negociar; era un enemigo astuto, y su sola presencia era un recordatorio de cuán peligrosos eran estos juegos de poder.
Entró en la sala de control y, por un momento, nos quedamos en silencio, mirándonos a los ojos. Había tensión, por supuesto, pero también una capa de falsedad que ambos sabíamos que estaba ahí. Este no era un encuentro para buscar la paz; era un escenario donde la traición estaba lista para saltar a la acción.
-Julieta.- dijo Tomás, con una voz controlada, casi amable. -Agradezco que aceptado mi invitación.
-No estoy acá para juegos, Tomás.- respondí, sin apartar la mirada. -Estoy acá porque quiero terminar con esto, de una vez por todas.
Tomás asintió ligeramente, como si hubiera anticipado esa respuesta. Dio un par de pasos hacia el centro de la sala, manteniendo sus manos a la vista en un gesto que pretendía transmitir confianza, pero que para mí era una señal clara de que estaba calculando cada movimiento.
-Pensé mucho en nuestra situación...- comenzó, como si intentara establecer una conexión genuina. -Esta guerra duró demasiado. Ambos perdimos más de lo que ganamos ¿Y para qué? Podríamos acabar con todo esto, ahora mismo, si decidimos unir fuerzas.
Sus palabras, cargadas de una falsa sinceridad, resonaron en la sala. Estaba claro que intentaba convencerme de que esto era una propuesta legítima, pero yo conocía a Tomás demasiado bien. Sabía que cada palabra que salía de su boca estaba diseñada para engañar, para hacerme bajar la guardia.
-¿Una alianza?- pregunté, con un tono que no disimulaba mi escepticismo. -¿Por qué debería confiar en vos ahora, cuando lo único que hiciste es intentar destruirme?
-Porque nos debilitamos mutuamente, Julieta. Si seguimos así, no va a quedar nada para ninguno de los dos.- respondió, sin perder la compostura. -Una alianza es nuestra única opción de sobrevivir. Juntos, podríamos dominar todo, y más allá. Este enfrentamiento entre nosotros solo nos está llevando al abismo.
Su argumento era sólido, al menos en apariencia. Sabía que ambos habíamos sufrido por esta guerra, que habíamos perdido recursos, hombres, y la paz mental. Pero también sabía que confiar en Tomás sería como firmar mi sentencia de muerte. Su oferta era demasiado conveniente, demasiado perfecta. -Supongamos que te creo...- dije, manteniendo mi tono frío. ---¿Qué pruebas tienes de que esto no es solo otro de tus trucos?
Tomás sonrió, una sonrisa que no alcanzó sus ojos. -Julieta, vine acá solo, sin refuerzos, sin armas visibles. Estoy apostando todo por esta alianza. Si estuviera acá para traicionarte, ¿no crees que sería mucho más cuidadoso?
Era una buena jugada, pero yo sabía mejor. Me quedé en silencio, analizando sus palabras, buscando la trampa que sabía que estaba ahí, aunque aún no la había visto. -Estoy dispuesta a escuchar más. Pero si esto es una trampa, te juro que no vas a salir vivo de acá.
Tomás asintió, como si apreciara mi advertencia. -No es una trampa, Julieta. Lo juro.
Y en ese instante, lo vi. Un ligero movimiento en la sombra detrás de él, un destello de metal reflejando la luz tenue que se colaba por las ventanas rotas. La trampa estaba allí, justo donde la esperaba, pero no de la manera que había imaginado.
-Tomás...- murmuré, y antes de que pudiera reaccionar, él se movió con una velocidad sorprendente, sacando un cuchillo que había estado escondido en su manga. Se lanzó hacia mí, intentando tomarme por sorpresa, pero estaba lista. Retrocedí justo a tiempo, esquivando su ataque por un pelo. La hoja del cuchillo cortó el aire donde mi garganta había estado un segundo antes. No había tiempo para pensar; todo era instinto y reacción. Mis manos se movieron rápidamente hacia mi cinturón, donde llevaba mi arma. -¡Ahora!- grité, mi voz resonando en la fábrica.
En ese momento, todo el lugar cobró vida. Sebastián, Valentina y Nicole surgieron de sus escondites, sus armas desenfundadas y apuntando directamente a Tomás y a los dos hombres que habían aparecido de las sombras para apoyarlo. No estaba solo, como había afirmado; había venido preparado para asesinarme.
Tomás giró sobre sus talones, intentando enfrentar a mis hombres, pero la situación estaba bajo control. Mi arma ya estaba en mi mano, apuntando directamente a su cabeza.
-Esto termina ahora, Tomás- dije, mi voz cargada de furia contenida. -Pensaste que podías chamuyarme, tomarme de pelotuda una vez más... Pero, como en los últimos años, estoy un paso más adelante...
El rostro de Tomás se endureció, y su mano tembló ligeramente mientras sostenía el cuchillo. Sabía que había perdido, que su plan había fracasado.
Él no decía nada, solamente me miraba a los ojos, lleno de rabia.
Antes de que pudiera vovler a decir algo, un disparo resonó en la fábrica.
Y no fui yo quien disparó