Capítulo 14. Exclusividad

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No fui a la Universidad.

Él no fue a trabajar.

Yo no fui a trabajar.

Eso sí, después de tremenda follada llego el arrepentimiento. Al menos para mi, obvio para mi.

¿Qué hace una mojigata como yo?

Tremendo dios del sexo, obvio no se lo diría y mucho menos se lo rogaría... otra vez.

Estaba recostada en la cama, él estaba a lado mío. No hablábamos, reinaba el silencio.

Era incomodo, pero ninguno se movía, él podía salir de aquí y sin embargo, optaba por seguir a lado mío. Lo que resultaba inquietante.

—Por tu silencio se que lo disfrutaste —me dice y yo no puedo negarlo, pero tampoco quiero aceptarlo.

Siento su cuerpo desnudo por debajo de las sabanas. Tremendo miembro que tiene y su lengua hace maravillas...

—Espero que esto que tenemos no... —me quedo callada al notar que él se remueve incomodo y luego se levanta de la cama.

—Jules, ¿a qué te refieres con esto que tenemos? —me dice con seriedad.

Ya no me dice "nena" ni ninguna de las formas en las que acostumbra a llamarme. Mi mirada se dirige a mis manos, pero por el rabillo de mi ojo izquierdo logro ver como comienza a recoger la ropa de la noche anterior.

—Lamento... —quiero decir, pero el bufa.

—No lamentes nada, Jules. Iré a cambiarme —dice saliendo de la habitación, pero antes de cerrar la puerta vuelve a hablar—, te veo en cinco minutos en la sala. Debemos hablar.

No voltea, cierra la puerta detrás de él.

No se que dirá y no quiero predisponerme a lo que no ha sucedido, deseo esperar para saber que es lo que tiene que decir.

Intento no sobre pensar mientras me levanto de la cama y busco ropa en el armario.

Algo simple, una sudadera y un pantalón. No saldré hoy, no quiero hacerlo. Nunca he tenido una inasistencia en lo que llevo de carrera, una falta no me afectara.

A medida que me pongo la ropa mi vientre duele de los nervios. Pero sigo sin ganas de demostrar emoción alguna.

Cuando menos lo noto ya estoy saliendo de la habitación, voy a la sala y me siento en uno de los sillones de tela gris. Son cómodos, incluso podría dormir en uno de los sillones y no me quejaría.

Siento sus pasos resonar en el departamento, bajo la mirada, no quiero verlo. Solo veo sus tenis al sentarse en el sillón que queda frente a mi.

—Jules... —comienza él.

Y mis emociones que llevo tratando de contener se desbordan, me siento humillada. Muy, muy humillada. No hace falta que hable.

—No hace falta —le digo sin mover mi vista del suelo.

—Te me haces atractiva, demasiado atractiva —confiesa—, desde que llegaste te me hiciste atractiva y seguro lo notaste.

—No —contesto sin inmutarme, era verdad, yo era un poco distraída para notar cuando me eran coquetos.

—Tener sexo contigo es lo máximo —me dice, y se que dirá un pero...—, pero se que deseabas guardarte para alguien más.

Mi corazón late a mil por hora. No quiero decir nada, pero debo hacerlo.

—Sí.

—Lamento arrebatarte eso —dice, suena apenado, pero sigo sin querer verlo.

—De acuerdo —suspiro y me remuevo incomodo del sillón—, si no te molesta iré por mis cosas, mañana salgo del departamento y lamento las...

—Joder, nena. Escucha —vuelve a decirlo, acercándose a mi y sentándose a mi lado—, no puedo ofrecerte una maldita relación porque me es imposible.

¿Una relación? ¿Era lo que yo quería de él? A decir verdad no lo sabía con certeza. Quizá una mínima parte de mi sí deseaba eso.

—¿Por qué?

—No puedo —me dice tratando de restar importancia—, te haré daño. Y no quiero hacerlo, lo poco que te conozco me he dado cuenta que eres una mujer increíble y no quiero que mis problemas sean tus problemas. No te ofrezco una relación...

—¿pero? —le pregunto intuyendo que es lo que dirá.

—... pero si me dices que estas dispuesta a disfrutar de nuestro sexo, te prometo que te llevaré al límite —me dice y siento mi corazón latir con fuerza, parece que lo escucho, una de sus manos se posa en mi pierna, acariciandola— se que te encanta lo que sentiste y me agrada satisfacerte.

—He escuchado que te acuestas con todas —le digo con sinceridad.

—Y lo seguiré haciendo —reconoce—, pero quiero que formes parte de ello.

—¡¿Qué?! —le pregunto sorprendida. Levanto la vista y veo como él deja salir una pequeña risita.

—¿Crees que no me he dado cuenta como disfrutas escucharme con otras? —me pregunta y comienza a acercarse a mi, sin dejar de tocar mi pierna, siento su aliento en mi cuello, comienza a ponerme nerviosa. Y en un susurro dice— se que te encanta masturbarte cuando escuchas como las follo.

—Dios —es lo único que sale de mi boca.

Él se aleja y suspira.

—Quiero que experimentes, que veas, que hagas. Deseo llevarte al límite —esto me recuerda a Bukowski—, di que sí y te juro que te embestiré hasta que te hartes, te haré participe de mi juego. Eso es lo único que puedo ofrecerte. No una exclusividad.

Al menos es sincero.

—Eres un adicto al sexo —le digo nerviosa.

—Jules, nena, soy tan adicto como tú —responde dejándome sin palabras.

—¿Qué pasa si me enamoro? —le pregunto.

—No lo harás —responde pero con seriedad—, me encargaré de que no lo hagas.

—¿Cómo? —le pregunto.

—Te suplicaré que no lo hagas —dice, suena sincero. Una sinceridad aterradora.

—¿Todo será por mutuo acuerdo? —le pregunto con curiosidad y él asiente.

Temo aceptar, me asusta decirle que sí y dejar que explote todos los deseos que llevo guardados. Nunca pensé en explotar mis instintos carnales hasta ahora y me daba mucho pánico aceptar.

No debía.

No podía.

Yo vengo de una familia católica, llena de tabúes. Muy conservadora y todo estaba bien, mi beca, mi vida, o al menos intentaba ignorar lo que estaba mal.

Y sí, me asustaba decirle que sí, pero más me asustaba decirle que no, decir que no y nunca explorarme o explorarlo, y tratando de ignorar mi instinto de supervivencia y mi intuición de que todo se iría al carajo, dije.

—Acepto —una sola palabra, mirándolo directo a sus lindos ojos café.

Una sonrisa perversa se mostró en su rostro. Y de un jalón me tomo del muslo, para nuevamente follarme.

Amar a Dios en tierra ajena | Trilogía Eroticamente Prohibido #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora