Capítulo 2

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«Todo es tan subjetivo y extraño
de acertar
  Detrás de lo cínico, Beret

—Soy todo oídos, bambina.

Busco a nuestro alrededor  posibles personas que puedan escuchar lo que le voy a decir, pero no veo a nadie.

—Durante el tiempo que estuve investigando sobre la mansión y el lugar donde esconden los rubíes, descubrí que se encuentran protegidas por cinco hombres los cuales van rotando cada hora cambiando de posición, pero eso sólo ocurre en días normales, mientras que cuando se reúnen para celebraciones aumentan la seguridad al correr un mayor peligro las piedras preciosas. —Hago una pausa volviendo a asegurarme que no pueden escucharnos—. La única manera que tenemos de llegar hasta donde se encuentra es consiguiendo llegar al despacho de Dimitri Golucci.

— ¿Por qué entraríamos ahí?

—Según mi informante, Golucci guarda una llave en un fondo falso en la primera gaveta a la derecha de su escritorio en el segundo piso. El siguiente paso es dirigirnos hacia el tercer piso, en específico al ala este de la mansión. Al encontrarnos ahí podemos entrar por una puerta que comunica con la Sala de Joyas.

— ¿No hay guardias apostados en la entrada?

—Tienen órdenes estrictas de mantenerse lejos de esa habitación, pues a nuestro querido Dimitri le gusta divertirse ahí con sus amantes. No dejó que sellaran la puerta que comunica a la otra recámara para poder mostrar a las mujeres que lleva su colección—resoplo—. Es bastante arrogante el viejo, pero gracias a su arrogancia contamos con una ventaja.

—El único problema que tenemos son los guardias. ¿Qué tienes planeado hacer?

—En realidad ya lo hiciste. Tenía pensado envenenar a Dimitri logrando entretenerlos unos minutos para conseguir entrar. Si no me equivoco deben todos bajar y comenzar a revisar a los invitados de la fiesta.

— ¿Si no te equivocas? —Espeta refunfuñando—. ¿Tienes idea de que nos estamos jugando el cuello?

—Soy consciente de los riesgos. No te pedí que me acompañaras—replico—. Si fuera por mí ni siquiera estuvieras aquí.

Camino con él siguiendo de cerca mis pasos hacia el cuarto de empleados para cambiar mi ropa.

— ¿Qué vas a hacer? —pregunta al ver que entro al cuartucho.

—Cambiarme. ¿Quieres entrar también para ver cómo lo hago?

—Sólo apúrate, Abigail—responde cerrando la puerta.

Al salir me encuentro ante una muy… ¿emocionante charla? Bueno, al menos la chica tiene sus mejillas sonrojadas y con el cuerpo tan cerca del de él, mientras el charlatán le susurra algo al oído que estoy segura que lo que le acaba de decir es tan escandaloso y precamimoso  como para que el color rojo de su cara haga juego con el vestido que lleva puesto.

Así que además de arrogante eres todo un Casanova.

— ¿Terminaste, Romeo? —pregunto interrumpiéndolos. La mujer me mira molesta por mi indeseada intromisión que pone fin a su charla.

—Sí. —Se acerca hacia la chica y deposita un beso en su mejilla—. Ha sido todo un placer, Marina.

Caminamos en silencio hasta que se ve interrumpido por él.

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