3-Amanecer

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La suave luz de la mañana llenaba la habitación, acariciando su rostro y despertándolo de un letargo sin memoria.

Afuera, los pájaros cantaban alegres, anunciando el nacimiento del día. Sin embargo, un hormigueo en su brazo derecho le advertía de un dolor punzante que lo dejaba inmóvil. Intentaba recordar cómo había llegado a ese extraño lugar, pero su mente aturdida solo le revelaba vagos recuerdos de una fiesta salvaje. Con esfuerzo, logró enfocar su mirada en el techo, tratando de entender su situación. Ese inusual moretón en su omóplato y el ardor en su entrepierna le recordaban que algo muy peculiar había sucedido la noche anterior.

Su mente se sumerge en el recuerdo de esa amante anónima, cuyo aroma aún perdura en su memoria. Siente el eco de su risa y la calidez de su piel, como un vaivén de flores en un jardín encantado. El recuerdo la transporta a aquel momento en que estuvo inmerso en la gruta de la vida, con la respiración agitada y el corazón latiendo al compás de la pasión. De repente, una corriente leve recorre su espalda, pero pronto se convierte en una sensación violenta, los músculos se tensan, y el conocimiento lo abandona por completo.

Con dificultad intenta levantarse, pero sus fuerzas disminuidas se lo impiden, y un torniquete firme le inmoviliza la pierna derecha. Ignora que ese gesto contiene una hemorragia provocada por una incisión en la arteria femoral. En ese instante, se siente desorientado, como en los relatos de Charles Bukowski. Visualiza su pantalón en el suelo, buscando su billetera, que en efecto está en su lugar, y su teléfono sobre la mesita de noche. Se consuela diciendo:

—¡Al menos no lo perdí todo!

Solo, se ríe, suspira y toca el torniquete, luego la herida, manchándose los dedos con algo de sangre. Toma conciencia de lo sucedido y se da cuenta de que pudo haber muerto a causa de un encuentro fugaz. Se reprocha en silencio. Con cuidado, se va levantando poco a poco, consciente ahora de sus heridas, adolorido y agotado.

Mientras se incorpora con dificultad, su mente repasa los eventos que lo llevaron a aquella habitación desconocida. Recuerda la mirada seductora de la misteriosa mujer que lo llevó a aquel lugar, y cómo todo parecía prometer una noche de placer. Sin embargo, ahora comprende el peligro en el que estuvo al confiar en un desconocido. Se apoya en la mesita de noche y marca el número de emergencias en su teléfono. La voz calmada del operador le brinda consuelo mientras espera la llegada de la ayuda. Con cada segundo que pasa, agradece estar con vida, jurándose a sí mismo ser más cauteloso en el futuro.

Mientras espera, observa detenidamente la habitación y nota algo inusual en el cuadro que cuelga sobre la cama. Con sorpresa, descubre un mensaje secreto oculto detrás del lienzo. La curiosidad y el misterio lo invaden, pero decide esperar a los paramédicos antes de explorar más. Sin embargo, su mente ya comienza a imaginar las posibilidades emocionantes que están al otro lado de ese pasadizo, preguntándose qué secretos y aventuras le aguardan.

Justo en ese momento, una brisa helada recorre la habitación, envolviendo al hombre en un escalofrío, escucha pasos apresurados acercándose a la puerta. Los paramédicos irrumpen en la habitación y su oportunidad de explorar el misterioso mensaje se desvanece. Pero en su corazón, sabe que un enigma lo espera detrás del cuadro, paciente y eterno, listo para llevarlo a una verdad inimaginable.

El hombre observa con impotencia cómo los paramédicos lo atienden con profesionalismo, pero su mente no puede apartarse del recuerdo de aquella mujer que lo ha dejado en tal condición.

Los paramédicos le colocan una máscara de oxígeno y le inyectan un calmante. El hombre siente que su cuerpo se relaja, pero su mente sigue alerta. Intenta hablar, pero solo emite un murmullo ininteligible.

—¿Qué ha pasado aquí?

Pregunta uno de los paramédicos al ver el cuadro caído y el mensaje escrito con sangre en la pared.

—No lo sé, parece que alguien lo ha atacado.

Responde el otro, revisando el pulso del hombre.

—¿Quién es él?.

Insiste el primero, curioso.

—No tengo idea, solo sé que se llama Alan y que es un escritor famoso.

Dice el segundo, reconociendo su rostro.

—¿Un escritor? ¿De qué género? -pregunta el primero, intrigado.

—De misterio y suspenso, creo -responde el segundo, encogiéndose de hombros.

Los paramédicos cargan al hombre en una camilla y lo llevan al ascensor, el hombre trata de resistirse, de volver a la habitación, de resolver el misterio. Pero es inútil, su cuerpo no le responde, siente que se aleja de la única pista que tiene sobre la mujer que lo ha obsesionado en un breve periodo: La mujer de la Luna Azul.

La mujer que conoció en una noche de luna llena, que le hizo el amor con pasión y ternura, que le contaba una historia increíble de mundos lejanos y secretos ancestrales, la mujer que le había prometido revelarle su verdadera identidad y su destino, la noche en que la luna se tiñó de azul.

La mujer que lo había traicionado, que le había intentado matar, que le había susurrado al oído:

—Lo siento, mi amor, pero tenía que hacerlo. Es la única forma de salvarte. Busca la verdad detrás del cuadro. Te espero en la Luna Azul.

El hombre cierra los ojos y pierde la conciencia. No sabe si volverá a verla, si podrá perdonarla, si podrá entenderla; solo sabe que la ama, y que hará lo que sea por encontrarla.

La ambulancia se desliza por las calles de la ciudad, atravesando la maraña de luces y sombras que se entrelazan al amanecer. La fría bruma de la mañana se cuela por las ranuras de la ventana, rozando el rostro de Alan, quien yace semiconsciente, atrapado en un torbellino de emociones y preguntas sin respuesta. La ansiedad se mezcla con la urgencia de descubrir la verdad, de resolver el enigma que lo ha llevado hasta este punto crítico de su vida.

En el hospital, los médicos trabajan con rapidez para estabilizarlo, sin tener idea de la profundidad del misterio que envuelve al famoso escritor. A medida que recuperaba la conciencia, los destellos de memoria comenzaban a formar una historia más clara, pero todavía incompleta. La mujer de la Luna Azul, la promesa de revelaciones y destinos entrelazados, todo parecía sacado de las páginas de una de sus propias novelas de suspenso. Sin embargo, la realidad se imponía cruel y tangible ante sus ojos.

Mientras la luz del día se hace más fuerte, el equipo médico finaliza su evaluación y deja a Alan solo en la habitación, con sus pensamientos y un deseo ardiente de respuestas. Aprovechando un momento de soledad, se arrastra penosamente hacia su teléfono y comienza a investigar. Busca cualquier pista que pueda llevarlo a la enigmática mujer de la Luna Azul, pero sus búsquedas son infructuosas. La frustración crece, y con ella, la determinación.

Decide que, una vez sea dado de alta, volverá a esa habitación, encontrará el cuadro y descifrará el mensaje escondido. Solo entonces podrá empezar a desenredar la maraña de misterios que le promete respuestas sobre la mujer que lo marcó de manera tan profunda y traumática. Con cada latido de su corazón, el deseo de entender y la necesidad de enfrentar lo desconocido se hacen más fuertes.

A través de ventanales del hospital, observa cómo la ciudad despierta a un nuevo día, ajena a los secretos oscuros que se ocultan en sus sombras. Alan sabe que su vida ha cambiado para siempre, que no hay vuelta atrás. Con ese pensamiento, una determinación férrea se asienta en su pecho: seguirá la pista hasta el final, sin importar a dónde lo lleve o qué secretos desvele.

En la soledad de su habitación de hospital, Alan comprende que la aventura apenas comienza y que la línea entre la realidad y la ficción es mucho más delgada de lo que jamás imaginó. La promesa de reencuentro en la Luna Azul, tan misteriosa como peligrosa, es ahora el faro que guía su destino, llevándolo hacia un futuro incierto que él está dispuesto a enfrentar.

Luna AzulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora