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El sol de la tarde se filtraba a través de las ventanas de los aposentos de la sultana Halime, bañando la habitación en un cálido resplandor dorado.  La sultana, con su rostro marcado por el paso del tiempo, pero aún radiante, se sentaba en un sofá de terciopelo rojo, mientras su hija Dilruba, con una mirada de Alegría y asombro contenida, se paseaba de un lado a otro.

— ¡No lo puedo creer, madre! — exclamó Dilruba, su voz llena de indignación. — ¡Farya ha renunciado al trono! ¡Ha desperdiciado la oportunidad de convertirse en la Sultán del imperio Otomano!

Halime, con una sonrisa irónica, observó a su hija. — ¿Y qué te parece, Dilruba? ¿No te alegra que tu camino al trono esté ahora más despejado?

 — ¿Y qué te parece, Dilruba? ¿No te alegra que tu camino al trono esté ahora más despejado?

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— ¡Claro que me alegra, madre! — respondió Dilruba, con una sonrisa triunfante. — ¡Pero no puedo evitar sentir un poco de decepción por Farya. ¡Es una tonta! ¡No sabe lo que se pierde!

— No seas tan cruel, Dilruba — dijo Halime, con un tono de reproche. — Farya siempre ha sido diferente a ti, es una princesa sin aspiraciones. Nunca ha ambicionado el poder, ni la gloria. Ella prefiere una vida tranquila, llena de lujos y placeres.

— ¡Pero es la heredera legítima del imperio! — exclamó Dilruba, con un tono de incredulidad. — ¡No puede simplemente renunciar a su derecho de nacimiento!

— ¿Y qué hay de su felicidad, Dilruba? — preguntó Halime, con una mirada penetrante. — ¿No tiene derecho a elegir su propio camino?

Dilruba se detuvo en seco, sus palabras se atascaron en su garganta. Nunca había considerado la posibilidad de que Farya pudiera tener sus propios deseos, sus propias aspiraciones. Siempre había visto a su hermana como un obstáculo en su camino al trono, una rival a la que debía vencer.

— Madre, ¿qué crees que hará el sultán? — preguntó Dilruba, con un tono de preocupación. — ¿Se enfadará con Farya?

— No lo sé, Dilruba — respondió Halime, con un suspiro. — Suleimán es un hombre impredecible. Pero no creo que se enfurezca con Farya. Él siempre ha sido indulgente con sus hijas.

— ¿Y qué pasará con el trono? — preguntó Dilruba, con una mirada ansiosa. — ¿Quién será la próxima Sultán?

— No lo sabemos, Dilruba — respondió Halime, con una sonrisa enigmática. — Pero una cosa es segura: el destino del imperio Otomano está en juego.

En ese momento, un agha entró en la habitación, haciendo una reverencia profunda. — Sultana Halime, Su Alteza.— dijo el hombre — Su Majestad el Sultán solicita la presencia de la princesa en los aposentos reales.

Halime se levantó, con una mirada fría. — Dile al sultán que irá enseguida.

(....)

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a luz del atardecer se filtraba por las ventanas de los aposentos de la princesa Farya, creando un ambiente cálido y acogedor. Farya, sentada en un sofá de terciopelo azul se sentía algo triste por la discusión con su padre y ni siquiera había ido a saludar a sus hermanas por el Eid, se encontraba leyendo un libro de poesía, cuando de pronto la puerta se abrió y Hürrem entró, con su rostro serio y una mirada penetrante.

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⏰ Última actualización: Aug 15 ⏰

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