Prólogo

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En el vasto mundo Pokémon, donde la diversidad de tipos y especies crea una sociedad rica y compleja, existe una oscura historia que ha perdurado a lo largo de los siglos. Una historia que se entrelaza con el miedo, el prejuicio, y la desconfianza hacia aquellos que nacieron bajo el signo del tipo fantasma y siniestro. Esta es una historia de sombras, de malentendidos, y de una división que ha dejado cicatrices profundas en el corazón de las civilizaciones. Hace milenios, en tiempos que solo viven en los susurros de las leyendas, se hablaba de un ser conocido como Giratina, un Pokémon que gobernaba una dimensión paralela, un reflejo distorsionado del mundo que conocemos. Según los relatos, Giratina había sido desterrado por su insaciable deseo de poder, y en su exilio, se convirtió en el rey de las tinieblas, el soberano de todo lo que era oscuro y temido.

Los mitos cuentan que los seguidores de Giratina, aquellos que se sumergieron en las sombras para ganar su favor, se convirtieron en los primeros Pokémon de tipo fantasma y siniestro. Se decía que estos Pokémon habían renunciado a su luz interior, entregando sus almas al caos a cambio de poder y conocimiento prohibido. Desde entonces, el nombre de Giratina y los tipos asociados a él fueron envueltos en una nube de temor y repulsión. En las primeras civilizaciones Pokémon, estos miedos se arraigaron profundamente. Los Giratinas y otros Pokémon fantasma y siniestro fueron vistos como heraldos de la destrucción, portadores de maldiciones, y enemigos de todo lo que era puro. Nació entonces la leyenda del "Mal de Giratina", una maldición que se decía caía sobre cualquier Pokémon que se acercara demasiado a un fantasma o siniestro. La maldición traía desgracias, pérdidas, y una interminable cadena de infortunios.

Con el paso de los siglos, estas historias se convirtieron en la base de la desconfianza y el rechazo que aún persisten en la sociedad moderna. Aunque los tiempos cambiaron y el progreso trajo consigo nuevas ideas, el temor ancestral hacia los tipos fantasma y siniestro nunca desapareció por completo. En muchas regiones, estos Pokémon son marginados, condenados a vivir en los márgenes de la sociedad, temidos por lo que representan más que por lo que realmente son. Por otro lado, en contraste con esta oscura historia, están los Arceus, los Pokémon que desde el principio fueron considerados los guardianes de la luz y el orden. Se dice que Arceus, el creador del mundo estableció las leyes de la naturaleza y trajo equilibrio a todas las cosas. Los Arceus y sus descendientes han sido venerados como los protectores del bien, y su presencia en la sociedad siempre ha estado asociada con grandeza, respeto y admiración.

Pero la realidad nunca es tan simple. Aunque los Arceus son vistos como el ideal de pureza y bondad, no todos los que llevan este nombre viven a la altura de esa reputación. En algunos casos, la veneración ha llevado al orgullo, y el orgullo al egoísmo. No obstante, estas sombras en la reputación de los Arceus rara vez se reconocen, pues la luz que proyectan es demasiado brillante para que los demás se fijen en sus imperfecciones. Así, la rivalidad entre los tipos fantasma, siniestro y los Arceus se mantuvo viva a lo largo de los siglos, alimentada por mitos, miedos, y malentendidos. Este odio ancestral se ha transmitido de generación en generación, como una cadena invisible que une el pasado con el presente, afectando la vida de aquellos que nacen bajo estos tipos elementales.

En la ciudad Porcelana, una de las muchas urbes donde los ecos de este pasado aún resuenan, vive Sophie, una joven Giratina de 16 años. Para Sophie, la vida no es fácil. Nacida en un mundo donde el miedo y el odio hacia los suyos es la norma, ella ha aprendido a vivir en las sombras, tratando de encontrar su lugar en una sociedad que la rechaza. Pero Sophie no está sola. Con ella están sus amigas, una Gengar de espíritu infantil y una Samurott de Hisui de carácter protector. Juntas, estas tres jóvenes enfrentan los desafíos de un mundo que las ha marcado por lo que son.

Sin embargo, todo cambiará cuando un estudiante de intercambio llegue a su escuela. Karuki, un joven Arceus proveniente de la ciudad de Petalia en la región de Hoenn, donde no existe la discriminación, será el catalizador de un cambio inesperado. Con su llegada, las barreras que han mantenido a Sophie y a los suyos en las sombras comenzarán a tambalearse. Pero, ¿será suficiente para romper las cadenas del pasado? ¿Podrá la amistad entre dos seres tan diferentes desafiar las normas de una sociedad dividida? Las preguntas que rodean a Sophie y su mundo no son nuevas. Desde tiempos antiguos, los Pokémon como ella han luchado por encontrar un lugar en un mundo que les teme. Y es ahí donde comienza una leyenda, una que se cuenta en susurros entre aquellos que aún sueñan con igualdad.

Había una vez, en los tiempos antiguos de la Edad Media, un joven Giratina llamado Ahron. Vivía en un pequeño y sombrío pueblo en el borde de la vasta región de Kalos, un lugar donde el viento susurraba secretos de tristeza y los cielos parecían siempre cubiertos de nubes pesadas. El pueblo, olvidado por los dioses, estaba sumido en el miedo y el rechazo hacia los Pokémon de tipos Fantasma y Siniestro, seres considerados como heraldos de mala suerte y oscuridad. Ahron, con sus alas oscuras como la noche y su imponente presencia, era el centro de sus supersticiones.

"¡Es el culpable!", gritaban algunos cuando la tormenta se desataba sin previo aviso. "¡Él trajo la desgracia sobre nuestras cosechas!", susurraban otros cuando los campos se secaban sin dar fruto. Cada trueno que sacudía el cielo parecía cargar el nombre de Ahron, y cada sombra que se alargaba en los atardeceres era motivo de su condena. Aunque era joven, el Giratina se había acostumbrado a estos susurros envenenados. Sabía que su mera existencia era suficiente para alimentar el miedo de aquellos que lo rodeaban, pero no podía cambiar lo que era.

Con el paso de los años, soportó la soledad y el rechazo, pero en lo más profundo de su ser, Ahron mantenía viva una chispa de esperanza. Sus ojos, aunque cansados por el desprecio constante, reflejaban el brillo de un sueño que lo mantenía en pie: había escuchado historias, murmullos entre los viajeros y los esclavos, de una ciudad lejana, oculta en las profundidades de Kalos. Una ciudad libre donde no existía el odio ni la discriminación. Un lugar donde los Fantasmas y Siniestros caminaban bajo el mismo sol que todos los demás, donde no eran perseguidos ni temidos. Ahron imaginaba ese lugar como un santuario, un paraíso donde él también podría ser aceptado, donde podría vivir sin el peso del rechazo.

Con el tiempo, este anhelo creció dentro de él, como una semilla plantada en lo más profundo de su alma. Un día, ya no pudo soportar más las miradas llenas de odio, los insultos lanzados a sus espaldas, ni el constante temor de ser culpado por cada nueva desgracia que ocurría en su pueblo. Con el corazón lleno de esperanza, pero con el cansancio del rechazo pesando en sus alas, Ahron tomó la decisión de partir. No podía seguir en un lugar donde su existencia misma era considerada una maldición. Con valentía y determinación, emprendió su viaje en busca de la Ciudad Libre, el lugar de sus sueños.

El camino que se desplegaba ante él no era sencillo, y desde el primer día, Ahron se dio cuenta de que el mundo exterior no era mucho más amable que su hogar. Mientras avanzaba por polvorientos caminos y frondosos bosques, los comerciantes ambulantes que cruzaba en su camino lo miraban con ojos entrecerrados y se alejaban rápidamente. Se negaban a venderle alimentos o agua, alegando que, si hacían tratos con un Pokémon como él, una maldición caería sobre ellos. "No hagas negocios con los malditos", advertían, mientras se santiguaban o se alejaban murmurando. Y así, Ahron seguía su marcha, hambriento y sediento, pero con la esperanza aún viva en su corazón.

Los caballeros que patrullaban las aldeas tampoco eran mejores. Vestidos con armaduras relucientes y montando sobre imponentes corceles, lo veían como una amenaza, como si su mera presencia fuera suficiente para oscurecer el día. Algunos lo atacaban con espadas desenvainadas, otros lo perseguían con insultos y amenazas, obligándolo a huir hacia los rincones más oscuros del bosque o a refugiarse en las sombras de la noche. Pero, a pesar de todo, Ahron nunca permitió que estas adversidades lo quebraran. Su espíritu, aunque agotado, seguía guiado por la promesa de libertad.

Cruzó desiertos helados donde el viento cortaba su piel como cuchillas, y bosques tan espesos que el sol apenas lograba atravesar las ramas enmarañadas. Sorteó ríos traicioneros, cuyas aguas turbias parecían querer arrastrarlo lejos de su destino, y escaló montañas empinadas, donde cada paso era una lucha contra la gravedad y el agotamiento. Sin embargo, en cada paso que daba, Ahron mantenía su mirada fija en el horizonte. Sabía que al final de su largo viaje lo esperaba la paz, y esa esperanza era suficiente para mantenerlo en pie, a pesar del cansancio que empezaba a invadir su cuerpo.

Finalmente, después de lo que parecieron meses de vagar, con sus alas desgastadas y su espíritu al borde de la desesperación, Ahron divisó algo que le devolvió el aliento: una gran ciudad amurallada que brillaba bajo la luz del sol poniente. Las altas torres y las imponentes puertas de la ciudad parecían estar bañadas en oro, y en el aire flotaba una sensación de calma y aceptación que Ahron nunca antes había experimentado.

Esta era la Ciudad Libre, el lugar que había habitado en sus sueños durante tanto tiempo. Con el corazón palpitando, y una mezcla de alivio y nerviosismo en su interior, Ahron dio los primeros pasos hacia las enormes puertas de la ciudad, donde sabía que, por fin, encontraría lo que siempre había buscado: un lugar donde podría vivir en paz, donde no sería temido ni rechazado.

Fin del Prólogo 

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