CAPITULO 2 ~ El incidente~

8 1 0
                                    

-¿A dónde vas con eso?

-¿Qué te importa? Déjame en paz.

Erica sacudió su brazo con determinación, liberándose de su agarre y continuó su camino hacia el patio.

-Erica, necesito hablar contigo.

Al girar su rostro hacia él, se dio cuenta de que su estado era más que evidente.
Michael, con su permiso para beber en casa, había cruzado la línea una vez más. Ella no lo había mirado durante la cena , pero sabía que había consumido más de un par de cervezas.

-Escucha, Erica -dijo él, acercándose con una agilidad que contrastaba con su estado-. Quiero disculparme.

Ella se detuvo en seco, el deseo de ignorarlo combatiendo con la curiosidad que la empujaba a girarse. Con un gesto desafiante, le mostró el dedo. Sin embargo, el la detuvo de nuevo, bloqueando su camino hacia la parada del bus.

-Por favor, necesito que me escuches.
Resistirse parecía inútil en ese instante, así que se liberó de su agarre una vez más y decidió darle una oportunidad a sus palabras.

-Quisiera pedirte perdón por todo lo que he hecho en estos años.

Erica lo observó, consciente de su capacidad para engañar a cualquiera. Con esos ojos azules y su cabello rubio perfectamente peinado hacia atrás, que claramente había heredado de su madre, y esa expresión de "yo no fui", no caería en su trampa. Durante años había sido testigo de su manipulación, y aunque lo intentara, no podría convencerla esta vez.

-Michael, ¿qué quieres?

-Hablar, Eri. Solo quiero hablar.

-¿Eri? ¿Ahora tenemos apodos?

-No te pongas así, por favor. Vamos a sentarnos y hablar. Necesito aclarar las cosas contigo.

No había nada que aclarar. El era un depredador y ella su presa favorita. Quería ver hasta dónde podía llevar su mentira. Así que, en un acto de desafío, se sentó en el suelo del patio trasero de la casa, que poco a poco se había transformado en un territorio más suyo que de ella, a pesar de que sus padres habían sido quienes lo compraron.

- Que quieres?

- Pedirte perdón por todo. Además, quería contarte lo que pasó con Félix.

El nombre de su pequeño gato hizo que un escalofrío recorriera su espalda, y tuvo que contener las lágrimas. Sabía que si se dejaba llevar, él lograría salirse con la suya. En lugar de eso, abrió la botella de vodka y tomó un trago directamente del pico.

—¿Y qué me vas a contar? Está muerto. Lo enterré ahí.

Señaló un pequeño montículo sobre el césped perfectamente cuidado del patio, el lugar donde había enterrado a Félix, que apenas había vivido unas semanas antes de tener ese triste final.

—Lo siento de verdad por eso. Estaba borracho con los chicos y uno de ellos pensó que era una buena idea. Yo jamás haría daño a un animal. Es lo mismo que pasó con el perro de la vecina. Lo adoraba y no sabes cuánto me dolió.

Las palabras de Michael flotaban en el aire, y no sabía si creer ni una sola de ellas.
Ya no tenía sentido llorar por la muerte de Félix, fuera o no su culpa.

—No hables de mi gato si no quieres acabar con la botella atravesada en tu garganta.

Él soltó una risa suave. Por primera vez, no supo si era el alcohol o el hecho de verlo disculparse después de nueve años, pero se dio cuenta de cuán atractivo podía ser en esos momentos.

—Sabes, me gustaría que supieras algo. No soy tan malo como piensas.

Apenas escuchó esas palabras, se dio cuenta de cómo lo hacía, cómo podía encantar a los demás con solo una sonrisa. Se sentía furiosa consigo misma por ser tan estúpida, aunque sólo fuera por un instante. Aún así, decidió quedarse con él hasta que la botella se vaciara. No había nada que realmente le importara por perder. Así, las horas pasaron, charlando sobre cosas que nunca había imaginado discutir con la persona que más odiaba en el mundo. La botella se agotó hace tiempo, y Michael había logrado colarse en casa para traer algunas cervezas.

SILVER Donde viven las historias. Descúbrelo ahora