Capitulo 1: Encuentro del Destino

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En lo profundo de las tierras antiguas, donde la magia fluía como los ríos que serpenteaban entre montañas y valles, se alzaba un reino de majestuosa grandeza. Altoria, dividido en provincias, cada una gobernada por familias nobles cuyo linaje se entrelazaba con la historia misma de la región. Los castillos de estas familias eran faros de poder y de dominio, cada uno erigido con una arquitectura que reflejaba la fuerza y la virtud de sus señores. Desde las colinas donde las viñas doradas crecían hasta los oscuros bosques donde la magia antigua susurraba, estas tierras eran un tapiz de maravillas y peligros. Sin embargo, entre todas las casas nobles, una brillaba con una luz especial: la familia Midoriya.

Los Midoriya, descendientes de una antigua y respetada línea, habían forjado su poder a través de la diplomacia y la magia, tejiendo alianzas con palabras tan afiladas como espadas y encantamientos que doblegaban la voluntad de los elementos. Su residencia, un Castillo de Esmeralda dominaba la capital de la provincia, era un reflejo de su estatus elevado. Las torres de piedra, cubiertas de enredaderas floridas, se alzaban hacia el cielo, resplandeciendo bajo el sol y la luna con una belleza etérea. Los pasillos del castillo estaban adornados con tapices que contaban historias de gloria y triunfo, y en las cámaras ocultas, grimorios antiguos aguardaban a ser abiertos, con secretos que podían cambiar el destino del reino.

En el corazón de este bastión de poder, vivía Izuku Midoriya, el hijo menor de la familia, un omega de trece años cuya inocencia y dulzura contrastaban con el peso de las responsabilidades que algún día recaerían sobre sus hombros. Izuku era un niño menudo, de cabello esmeralda que brillaba con la luz del sol como si estuviera tejido con hilos de esperanza. Sus ojos, grandes y verdes como el follaje del bosque en primavera, reflejaban una curiosidad insaciable y un deseo profundo de ayudar a quienes lo rodeaban. Era una criatura de bondad innata, con una sonrisa que podía desarmar incluso al más severo de los guardias. A pesar de su juventud, ya sentía el peso de su destino, aunque lo comprendía de manera fragmentada, como un niño que mira las estrellas y sueña con alcanzarlas sin entender las distancias.

La madre de Izuku, Inko Midoriya, era una mujer de porte gentil pero de voluntad férrea, una matriarca que, aunque mostraba un amor desbordante hacia su hijo, también sabía el valor de la disciplina y la preparación. Inko, con sus suaves cabellos verdes que caían como una cascada sobre sus hombros, y su voz calmada que irradiaba calidez, era tanto una madre como una líder. Su papel en la corte no era solo de adorno; su habilidad para manejar los conflictos y las intrigas de la nobleza era legendaria. Era conocida por su sabiduría y su capacidad de ver más allá de lo evidente, cualidades que esperaba transmitir a Izuku con el tiempo.

El padre de Izuku, aunque ausente en ese momento, era una figura de respeto y autoridad. Un hombre cuya sombra se extendía por todo el reino, dejando una huella de grandeza que intimidaba a quienes se encontraban bajo su mirada. Su nombre se pronunciaba en susurros reverentes en las cortes y los mercados, y su ausencia en la escena solo intensificaba la presencia de su legado. Él, junto a Inko, había sido responsable de guiar a la familia Midoriya a la cima del poder, pero su deber lo llamaba lejos del hogar, dejando a Inko a cargo del castillo y a sus hijos, especialmente a Izuku, bajo su ala protectora.

Tenko, el hermano mayor de Izuku, era un alfa de veintidós años, alto y robusto, con una presencia que exigía respeto y obediencia. Tenko había heredado la astucia de su madre y la fuerza de su padre, convirtiéndose en un pilar de la familia. Sus cabellos blancos como la nieve y sus ojos azul oscuro, fríos como el hielo, lo hacían parecer una figura esculpida en mármol. A pesar de su naturaleza severa, Tenko tenía un corazón noble, y su amor por su familia, especialmente por Izuku, era inquebrantable. Como heredero de los Midoriya, lleva sobre sus hombros el peso de las expectativas, y aunque es estricto, su única intención es prepararse para el futuro que les aguardaba.

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