Capítulo 3: El Sueño del Redentor

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El rincón sombrío donde se ocultaba Katsuki se asemejaba a un vestigio olvidado de la gloria que una vez poseyó. En aquella ciudad decadente, rodeado por callejones llenos de sombras y murmullos fantasmales, Katsuki se encontraba atrapado en un purgatorio de su propia creación. La noche cubría su refugio como un manto pesado, susurrándole los recuerdos de un pasado que había decidido abandonar, pero que se aferraba a él como una maldición inquebrantable.

La oscuridad que lo rodeaba no era solo una cuestión de luz; era una sombra que se extendía desde lo más profundo de su ser, consumiendo cada vestigio de la brillantez que alguna vez había caracterizado su espíritu indomable. Su mente, antes afilada como una espada, ahora era un campo de batalla donde la culpa y el arrepentimiento luchaban sin tregua. Había transcurrido demasiado tiempo desde que dejó atrás los muros imponentes del Castillo de Esmeralda, pero cada día, cada hora, sentía el peso de aquella decisión como si hubiese ocurrido apenas ayer.

El reflejo de sí mismo en el espejo roto que colgaba en una esquina de su habitación era una visión dolorosa. Su rostro, que alguna vez había estado marcado por la determinación y el orgullo, ahora estaba surcado por líneas de cansancio y desesperación. Los ojos que solían arder con una intensidad feroz eran ahora pozos vacíos, apagados, como brasas cubiertas por cenizas de un fuego que ya no ardía. Su piel, antes dorada por el sol y endurecida por las batallas, se había vuelto grisácea, reflejando la sombra de la vida que llevaba. Los músculos, que una vez habían sido su armadura, habían cedido ante el abandono, dejándolo en un estado de fragilidad que él mismo apenas podía reconocer.

El lugar que ahora llamaba hogar era poco más que una cárcel que él mismo había construido. Cada rincón del pequeño apartamento era un testimonio silencioso del caos que reinaba en su interior. Las paredes, cubiertas por una capa de polvo que parecía no haber sido tocada en meses, absorbían la oscuridad como si fueran parte de ella. Las sábanas deshechas sobre la cama parecían reflejar su propio estado de abandono, y el suelo cubierto de basura era un recordatorio constante de la vida que había dejado atrás. Cada objeto en la habitación, desde la silla rota en la esquina hasta las prendas de ropa esparcidas sin orden, hablaba de una existencia que se desmoronaba, como si el simple acto de organizar su entorno fuera una tarea demasiado pesada para soportar.

Cada mañana era un tormento, un despertar en un mundo que parecía menos real, más distante, con cada día que pasaba. Katsuki se levantaba no con un propósito, sino con una resignación profunda, como si su existencia misma fuera una carga que llevaba por mera inercia. Los trabajos ocasionales que aceptaba eran meros parches para su alma rota, tareas mecánicas que realizaba sin pasión, sin el ardor que una vez lo definió. Cargar mercancías o vigilar tabernas se había convertido en su rutina, pero cada acción, cada movimiento, solo alimentaba la bestia del vacío que devoraba su corazón.

El tiempo había dejado su marca cruel en él, como si los días que había dejado atrás en su antigua vida hubieran tallado en su cuerpo un recordatorio de lo que había perdido. El brillo dorado de su cabello, una vez orgulloso y rebelde, se había apagado, dejando tras de sí mechones desordenados y sin vida. El aroma que antes anunciaba su presencia con la fuerza de un alfa dominante, se había disipado, dejando apenas un rastro tenue, casi imperceptible, como si la esencia misma de su ser estuviera desvaneciéndose.

Pero la verdadera herida que lo atormentaba, que lo había convertido en esta sombra de lo que fue, era la ausencia de Izuku. Aquel omega que había sido su faro, su razón, su ancla en un mundo lleno de caos y batalla, ahora era un vacío que resonaba en cada latido de su corazón. El nombre de Izuku era un eco constante en su mente, una melodía triste que lo perseguía en sueños y que lo dejaba despierto en la oscuridad, preguntándose si alguna vez podría encontrar redención, si podría recuperar lo que había perdido o si estaba condenado a vagar para siempre, una sombra entre sombras, en busca de un perdón que quizá nunca llegaría.

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