CAPÍTULO VIII DE METEORITOS Y AMORES CUÁNTICOS

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Beka seguía concentrada en su regreso, investigaba cada día las rutas clandestinas y se dedicaba a hacer labores adicionales de sus compañeras para ahorrar el dinero suficiente. A ese ritmo le llevaría tiempo, pero al menos ya tenía una respuesta que esperaba fuera la indicada.

Desde el día del compromiso real no se sentía igual. Pensaba que había sido una tonta al distraerse de su objetivo principal: volver a casa y buscar a su madre, regresar a todo lo que un día conoció. Tal vez ahora, después de la experiencia en la tienda de campaña, cuando de seguro algo cambió en su interior, ya no le interesaba tanto vivir de las riquezas de alguien más, podía llevar una vida más sencilla mientras ella misma conseguía superarse. Enamorarse platónicamente del próximo dueño de Corea había sido un gran error que le había costado un agujero en el corazón.

Por su parte, Yi-seon, no le había dado importancia al compromiso, fue más bien un punto a su favor ante la reina, lo que sí rondaba su cabeza era la idea que Beka se iría cruzando los mares hacia el occidente para buscar un portal de vuelta a casa. ¿Qué era lo que sentía? Ese vacío en el pecho y la falta de respiración, esas ganas de abalanzarse sobre ella y no dejarla ir del palacio, de la corte ni de su lado.

Una noche, había un festival en el pueblo. Yi-seon tenía unas ganas enormes de escapar disfrazado y disfrutar de las luces y la música, como lo había hecho tantas veces, pero esta vez parecía más emocionante todo si lo acompañaba ella.

Beka y Eun-yeong salieron junto a las otras damas de la corte que consiguieron el permiso, caminaban por el puente principal de la antigua Seúl, adornado con globos de luces coloridas, flores y una profunda luna llena. Desde un árbol en la esquina las esperaban Suk y Yi-seon, se apartaron del grupo y se fueron junto a ellos bajo las ramas.

Caminaron por un rato entre la multitud, comieron y disfrutaron de las exhibiciones y danzas callejeras. Beka no podía creérselo, estaba viviendo un festival como los que leyó miles de veces. Su ritmo cardíaco estaba agitado, vibrante y contento.

Mientras un payaso imitaba ser el rey y hacía una comedia, los cómplices de este universo, Beka y Yi-seon, no hacían más que reírse de las mofas de la cotidianidad de la vida en el palacio. Caminaron entre los puestos de los mercaderes con miles de adornos para la cabellera de las damas, Suk se adelantó y ofreció comprar la peineta que más les gustara a las acompañantes, ambas aceptaron felices, pero el príncipe había perdido la oportunidad de agraciar a Beka. Siguieron recorriendo las calles, y en algún momento mientras el grupo se distrajo, Yi-seon escogió un hermoso prendedor de jade que terminaba en cordones de colores, le pareció tan exótico como la princesa de las estrellas y lo compró para ella.

Se unió de nuevo al grupo y les imitó en el ritmo de los pasos, por eso intentó sigilosamente con su mano envuelta en la túnica rosar su mano, pero cuando estaba a pocos centímetros de su piel, las chicas saltaron emocionadas. Había comenzado la ceremonia de lanzar las lámparas de luces hacía el cielo y rápidamente corrieron todos a la orilla del lago. Compraron las lámparas de tela, escribieron y encendieron su deseo para elevarlo al universo. Mientras los cuatro miraban su luz, Beka escuchó un susurro. Giró hacia el príncipe quien preguntó si podía tomar su mano, con un gesto asintió y un calor en su muñeca reveló que esta vez, Yi-seon si pudo concretar su hazaña, escondidas entre su túnica y su falda estaban sus manos entrelazadas, como para compartir además de las luces, también la noche y las luciérnagas.

—Esperen un momento acá, voy a comprar algo para llevarle al maestro. Beka, acompáñeme —ordenó con voz autoritaria para disimular sus ganas de estar a solas con ella.

—Sí su majestad.

Así se alejaron del resto, finalmente estaban solos.

—¿Puedo tomar su mano de nuevo? —preguntó el príncipe, ansioso.

—Sí, su majestad —respondió Beka, rendida.

—Llámeme por mi nombre, por favor, dígame Yi-seon. —Trató de responderle en forma cálida queriendo hacer a un lado los formalismos.

—Sí, puedes tomar mi mano, Yi-seon —le dijo, respondiendo de forma informal, mientras se detenían en medio del camino y lo miraba de frente la chica altiva del año 2019.

—Esto es para usted, lo encontré tan vibrante y hermoso como su mirada —dijo, entregándole el colgante de jade.

Beka perdió el aliento.

Ambos sonrieron, balancearon los brazos con las manos juntas y siguieron caminando.

—La forma en la que dices mi nombre se escucha diferente —afirmó el príncipe con su rostro enrojecido—, pero me agrada. ¿Puedes decirlo una y mil veces más? —rogó el príncipe heredero, quien hablaba sin tapujos de forma cercana a la mujer que tenía en frente.

—Yi-seon, Yi-seon, Yi-seon —gritó Beka mientras reían, sin importarles que alguien escuchara el nombre real que nadie podía pronunciar.

Se miraron de nuevo fijamente, compartiendo una gran sonrisa.

Había mucha gente, doblaron a una calle angosta con un pequeño faro de luz que los llevó a un hermoso jardín con bellas flores; se sentaron en el suelo. Yi-seon arrancó una rosa y la colocó en su cabello, luego tomó su mentón.

—Me he preguntado mil veces el por qué llegaste aquí, a mi reino. Has venido a cambiarlo todo. Me enloquece el solo pensar la idea de que te irás. En este momento me muero por besarte, Beka.

—Bésame, Yi-seon.

Instantáneamente, como cumpliendo una orden de la reina de otro universo, Yi-seon no pudo resistirse más. Se abalanzó sobre ella, olió su cuello, su pelo, rozaba con los labios sus mejillas, como saciando unas ganas enormes que había contenido.

—Me has movido la vida, Beka, me muero de amor y deseo por ti.

Y así se encontraron dos labios, dos pieles, dos tiempos que bailaban ahora a un mismo compás de unas ganas infinitas de besarse. El encuentro más deseado de portales infinitos, quizás acordado hace años luz, en otra dimensión.

Los besos seguían, las manos del príncipe parecían desesperadas por atravesar la tela del vestido de Beka, estaba hambriento y desesperado por tocar su piel. Había perdido toda clase de compostura real, era un hombre enloquecido por estar con la mujer que le había robado el corazón. Beka también se consumía de ganas, deseo y amor.

—Estamos en la calle. Por Dios, ¡eres el príncipe de Joseon! —exclamó Beka en tono de broma; ambos rieron—. Creo que ya es hora de irnos.

—No, no, no. No voy a dejar de besarte. He esperado mucho por esto. Eres mi princesa de las estrellas.

Beka sonrió, bajó la mirada como resignada a entregarse a esa pasión y besos desenfrenados, pero alguien se acercaba: eran Eun-yeong y Suk. Se apartaron y se levantaron del suelo. Les dieron como excusa que Beka se había caído mientras huían de alguien que parecía haber reconocido a Yi-seon.

Decidieron regresar, las chicas por la puerta de la servidumbre, Suk y el príncipe por su habitual lugar de entrada y salida a escondidas del palacio. Se despidieron como si nada, como si esa misma noche no hubiesen chocado dos meteoritos, como si esa noche no hubiesen formado con sus labios estrellas fugaces desafiando la gravedad y las teorías del tiempo.

BEKA Y SU VIAJE EN EL TIEMPODonde viven las historias. Descúbrelo ahora