CAPITULO III EL PRÍNCIPE DE HANBOK AZUL

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Yi-seon era conocido como un príncipe inteligente, sabio, responsable y amante de la lectura. Era común verlo en la gran biblioteca que había construido su padre, el rey que más recursos había destinado para mejorar la cultura y artes del reino. Tenía mentores importantes del movimiento Silhak, que preparaban manuscritos sobre artes marciales y cualquier otro tema importante para la sociedad coreana del momento. Y sí, también era muy atractivo. Sus expresivos ojos rasgados, sus labios gruesos, nariz pequeña y sonrisa tierna lo obligaron a esconderse tras una ruda máscara.

Fue criado con los más altos estándares de educación, modales, artes y deportes, que solo alguien de la familia real pudo recibir, sin embargo, no habían evitado el vacío y dolor de la temprana pérdida de su madre. Desde pequeño contó con la compañía de Lee Suk, su primo, con quien compartía la pasión por el tiro con arco y la caza, él era su gran cómplice y confidente, el que conocía todos sus secretos y su rostro sin careta.

De adolescentes escapaban del palacio disfrazados de nobles no emparentados con la realeza, conocían chicas y bebían makegolli hasta perder la conciencia. Suk siempre lo rescataba y llevaba sano y salvo al palacio con la ayuda de sus guardias reales. Además de esos placeres, su mundo giraba en torno a su preparación para ser un rey digno de Joseon.

Aceptó sin chistar su matrimonio, pues era perfecto para alianzas políticas. Se trataba de un contrato y procreación de hijos para garantizar un heredero y un futuro rey con la misma carga genética. Por ello, no conocía el amor, tampoco era algo en lo que creyera u ocupara su mente, todo estaba destinado a construir su vida en torno a la corona.

A pesar de tener muy clara su posición en la sociedad y haber sido criado en una escala piramidal, sentía compasión por los desvalidos, principalmente ancianos y niños, pero, como todos, aplicaba las reglas rudas de castigos para los más marginados.

Vivía, literalmente, en una burbuja, entre sus paredes de madera y altos tejados, deseando conocer más allá del mar que arropaba las orillas de la península. Le encantaba la astronomía, era un tema que compartía con sus mentores, lo extasiaba acostarse en el césped a mirar las estrellas por las noches adivinando las constelaciones, era clásico ver su túnica reposando sobre las hojas casi cada noche, observando los ciclos de la luna. Se preguntaba cómo serían las manos de la deidad creadora de algo tan perfecto, profundo e infinito.

Si amaba algo, se podría decir que era la ciencia que estudiaba el universo, y lo que se había descubierto hasta ese punto en el tiempo de aquel mundo donde vivía que, sin saberlo, flotaba junto a muchos otros simultáneamente, con fechas, años diferentes y mil cosas más inimaginables para este joven de larga cabellera negra destinado a gobernar un reino entero.

Había viajado poco por sus propias fronteras, desconocía la miseria de cerca y los efectos del hambre de sus súbditos. Se hablaba de inundaciones fuera de Hanseong y eran noticias lejanas, atendidas por algún funcionario local; no había conocido la pobreza frente a frente.

Cuando se disfrazaba junto a Suk, para vivir aventuras fuera del palacio, prefería pasar el rato en tabernas comiendo y bebiendo, escuchando las hazañas de un viejo borracho o viendo discutir a los chicos problemáticos de siempre. Por supuesto, siempre había damas dispuestas a entretenerlo, incluso si no pagaba nada a cambio, y sin tener idea de que se trataba del futuro monarca.

Con una de ellas perdió su virginidad cuando era tan sólo un adolescente. Algunas veces, cuando se sentía solo, iba a buscarla, aún después de casado. Era solo sexo, Yi-seon no tenía ni idea de lo que era hacer el amor.

Sumergido en su preparación y sus planes de sobrevivencia ante las amenazas de la reina, eran poco los días que dedicaba a sus placeres.

Se reunía una vez a la semana con Kim Yuk, su maestro, y dedicaban horas a leer y filosofar sentados en el estanque Hyangwonjeong, envuelto en sus flores de loto. Aunque la obligación era realizar esta actividad en la biblioteca, usaba su poder para utilizar esta hermosa área para estudiar y hablar entre otras cosas de las estrellas y el universo.

Le apasionaba pensar que había algo más allá, un algo misterioso y lleno de posibilidades inimaginables. Parecía imposible creer que eran todo lo que existía, pensaba, más bien sentía, que se encontraba dentro de un sin fin de mundos y vidas extraordinarias por descubrir y pensar.

Si tan sólo supiera que a pocos metros se encontraba una mujer que venía de otra esfera de luz que tenía tanto que contarle sobre ello, tal vez la trataría diferente.

BEKA Y SU VIAJE EN EL TIEMPODonde viven las historias. Descúbrelo ahora