Tercera mariposa ~ Danaus plexippus.

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La mariposa monarca, una llama de amor que arde en el alma, con alas que bailan como el viento en la primavera, como una danza de éter y de luz. Su forma es un cuadro de belleza, un sueño que se hace realidad, un poema de pasión que se canta en el corazón, con una melodía de tristeza y de alegría. Un símbolo de renacimiento, de transformación, de libertad, que vuela hacia la luz, sin miedo, sin duda, sin nada que lo retenga, solo el anhelo de ser, de vivir, de amar, con un corazón que late como un río que fluye hacia la eternidad.


La ciudad me llamaba como un susurro de la memoria, un recordatorio de la vida que había dejado atrás, de la libertad que había perdido. Me sentía atrapada en un sueño, con las cuatro paredes de mi prisión como un peso en mi corazón, un peso que me hacía sentir como si estuviera sumergida en un mar de opresión y miedo. La ciudad se desplegó ante mí como un tapiz de luces y sombras, un recordatorio de la vida que me había sido negada, de las posibilidades que nunca tuve la oportunidad de explorar, de las puertas que nunca pude abrir. Mi corazón latía con emoción, pero mi mente sabía que la libertad era solo un recuerdo lejano, un sueño que nunca podría ser realidad. La limusina se movió y la ciudad se desplegó ante mí con una velocidad y una belleza que me dejó sin aliento, pero bajo la superficie de la emoción, sentía la amargura de la realidad: yo no era libre. Estaba atrapada en un mundo de opresión y miedo, donde la libertad era solo un recuerdo lejano, un sueño que nunca podría ser realidad. La ciudad me llamaba, pero yo no podía responder. Estaba atrapada en una jaula de oro, con la ciudad como un espejo que reflejaba mi propia esclavitud.

-¿Te gusta la ciudad? - Preguntó Davian, en un tono sereno y curioso.

La oscuridad era como un velo que cubría sus ojos, pero no su visión.

Sus ojos no podían ver, pero parecía ver todo lo que pasaba a su alrededor, como si pudiera leer la mente. La venda en sus ojos era un símbolo de su confianza, como si supiera que no necesitaba ver para entender.

¿Cómo podía alguien verme tan claramente, sin necesitar ver físicamente?

-Me gusta estar afuera de cuatro paredes - confesé aún mirando el paisaje que se desvelaba ante mis ojos.

El solto una pequeña risa tranquila, como si la simpleza de la vida fuera suficiente para hacerme feliz.

-Entonces te gustará tu nuevo hogar - dijo con voz calmada. -Cuando lleguemos te explicaré las normas.

Yo no contesté, pues era más una afirmación concreta que no aceptaba debates. La certeza en su voz era contagiosa, como si la seguridad de sus palabras fuera un hecho establecido. La afirmación era tan clara, tan directa, que no había espacio para la discusión. Solo había una opción: aceptar la verdad o negarla. Y yo, en ese momento, no tenía la fuerza para negarla. Pues con ella le acompañarían los castigos y no quería empezar así nuestra convivencia.

La limusina empezo a reducir su velocidad, entrando en el patio de una mansión hermosa. La ventanilla se abrió, revelando un jardín impresionante, con flores de colores vibrantes que parecían bailar en el viento. El aroma de las rosas y las gardenias llenaba el aire, creando un ambiente de paz y tranquilidad. Un estanque sereno reflejaba la luz de la luna, creando un efecto de espejo que hacía que el jardín pareciera infinito. Las hojas de los árboles temblaban suavemente, como si estuvieran bailando al ritmo de la música de fondo. Me sentí como en un sueño, rodeada de belleza y opulencia. El jardín era un oasis de paz, un lugar donde el tiempo parecía haberse detenido.

-¿Estás lista? -  me preguntó con un tono afable, como si estuviera pidiéndome permiso para algo especial.

Me sentí un poco sorprendida por la forma en que me hablaba, pero también me gustó la sensación de que estaba a cargo de la situación, aún que fuera una simple ilusión.


-Claro - respondí de manera tranquila.

Él abrió la puerta del coche, como si estuviera esperando que lo siguiera. Me levanté y salí, sintiendo la luz de la luna en mi piel y el aire fresco en mi cara. En ese momento, volví a sentirme viva. Como si la noche fuera un abismo sin fin que me esperaba explorar.

Un par de hombres y mujeres salieron de la casa, como si fueran guardianes de un secreto que solo ellos conocían. Se mantuvieron firmes en la entrada, con una expresión serena y profesional, como si estuvieran esperando a alguien importante. Llevaban uniformes blancos y negros, y sus ojos parecían estar vigilando todo, como si fueran perros guardianes.

Le mire confundida, preguntándome por qué me había comprado cuando ya tenía sirvientes a su disposición.

Me agarró de la mano y me guió por los pasillos de la casa, su mano libre tocaba la pared como si pudiera sentir su camino. Llegamos a una sala de estar, bien acomodada con sillones de cuero marrón y una chimenea que parecía estar lista para encenderse. La habitación estaba bañada en una luz suave, como si estuviera rodeada de un halo de silencio.

-Toma asiento - dijo de una manera más seria, mientras el se sentaba en uno de los sillones independientes.

Me senté en el sillón frente a él, mis manos jugueteando con mis dedos nerviosamente en mi regazo.

-Sere claro, Lilith -dijo de una manera intensa. -Necesito a una persona en la que confiar, alguien que sea mis ojos, alguien que me vea y entienda. Y esa persona serás tú - dijo, mientras sacaba el mando que dirigía las descargas eléctricas a mi cuello -Yo tendré tu confianza y tú la mía- dijo, mientras me tiraba el control. -Si cumples mis reglas no habrá ningún problema, pero si las incumples desataras un infierno.

Contemple el mando en mis manos, sentí un escalofrío de emoción, era una muestra de su confianza hacia mí.

-Las reglas son simples - dijo en un tono sereno. -Deberás ser leal y obediente, hacer lo que te diga sin cuestionarlo, no puedes cuestionar mi autoridad, no puedes discutir mis decisiones, tienes que aceptarlas sin rechistar, sin preguntar por qué.
Puedes ir a cualquier lugar de la casa, excepto mi habitación y mi despacho, no puedes entrar allí sin mi permiso, también tienes que estar disponible para mí en cualquier momento, sin excepción.
Y por último, no preguntarás nada de mi vida privada. No quiero que sepas nada de mi pasado, de mis secretos, ¿entendido señorita Lilith?

-Si, señor Davian - dije sumisamente.

-Si cumples las reglas, podrás obtener libertad en la esclavitud - dijo con una sonrisa enigmática. -Ahora Lilith, está mujer te llevará a tu habitación.

Una de las sirvientas se acercó a mí a paso tranquilo, su mirada seguía siendo profesional, pero había una pizca de odio en ella. Era un gesto tan pequeño, tan fugaz, que apenas me di cuenta de que lo había visto.

-Buenas noches señor Davian - dije mientras abandonaba la sala.

-Buenas noches señorita Lilith - dijo con su tono sereno y enigmático.

Sangre de mariposas © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora