Capítulo 2: El nuevo mundo

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Todo era blanco, deslumbrante. Era como sumergirse en una nube densa de oxígeno puro, lo que la dejaba sin aliento durante breves instantes. El vapor, arremolinándose frente a su rostro, se acercaba a su nariz, y aunque no tenía ningún olor, Sárama se sorprendió al darse cuenta de que estaba respirando mejor que nunca. Era como si esos últimos 25 minutos hubieran sido los más tranquilos y profundos de su vida en cuanto a respirar se refería. ¿Sería ese el aire puro llenando sus pulmones?

Sárama y Ónagro habían llegado hasta allí después de saltar entre cuatro o cinco burbujas diferentes, lo que las había llevado bastante lejos del punto azul, uno de los principales nodos de transporte en Helda. Las burbujas, una de las innovaciones tecnológicas más comunes en este mundo, eran cápsulas flotantes que conectaban las distintas áreas de la ciudad suspendida sobre el océano. No eran simples medios de transporte, sino cápsulas autónomas que se deslizaban suavemente a través del aire, impulsadas por sistemas que Sárama apenas comprendía. La sensación dentro de ellas era inquietantemente calmada, como si la gravedad apenas existiera. Las paredes de las burbujas eran traslúcidas y estaban salpicadas de destellos de luz, proyectando patrones suaves que daban la sensación de estar flotando en el vacío.

Durante el viaje, Sárama había mantenido el silencio, fascinada por todo lo que la rodeaba. El mundo de Helda era un laberinto de tecnología y desconcierto, y no podía evitar sentirse como una visitante en un parque de atracciones surrealista. Todo era tan nuevo, tan inesperado, que incluso los momentos de quietud estaban cargados de descubrimiento. Gracias a su hackeado trad14, con chip ilimitado, había logrado comprender todas las conversaciones que se sucedían a su alrededor en cada burbuja. La voz robótica y neutra del dispositivo resonaba en su intraauricular, traduciendo con precisión el inglés, el chino, y otros idiomas que Sárama apenas reconocía a su lengua materna, el español.
Dos años atrás, mientras sufría en esas aparentemente inútiles clases de Lenguas Modernas, nunca habría imaginado que terminaría usando un chip como comodín lingüístico, incrustado en su mente y traduciendo automáticamente. Y, para su sorpresa, lo disfrutaba. Sonrió para sí misma. Sin embargo, mientras descendían de la última burbuja, su sonrisa se desvaneció al cruzarse con la mirada de Ónagro. Algo en el semblante de su acompañante la hizo detenerse en seco. Ónagro siempre había sido una figura reservada, contenida hasta un punto casi inquietante. Su expresión era inexpresiva, como si careciera de emociones, o como si las ocultara con una precisión escalofriante.

—¿Por qué te ríes? —preguntó Ónagro, su tono gélido, cortante como un cuchillo.

—¿Es una broma? —respondió Sárama, intentando mantener la ligereza en su voz, aunque la atmósfera se había vuelto más pesada. A su alrededor, todo parecía tan irreal, tan distinto a cualquier cosa que hubiera conocido, que le resultaba imposible no sentirse embriagada por la extrañeza de ese mundo.

Y cuanto más veía de Helda, más quería quedarse en él. Aunque jamás se lo confesaría a Ónagro. Nunca. Ya que rompería su trato de ayudarlos y volver...
Tampoco podía decirle que había robado el chip del trad14 esa misma mañana, el mismo que Ónagro seguía buscando sin éxito. Sárama lo llevaba escondido, incrustado en su intraauricular, funcionando perfectamente. Cada vez que escuchaba las traducciones automáticas, sentía una mezcla de satisfacción y culpa que la mantenía en constante alerta.

Aparte de las burbujas, otro aspecto que desconcertaba a Sárama eran las extrañas vestimentas que la gente de Helda llevaba. Sin las ciencias humanas para guiarlos, el sentido de la moda había sido arrasado junto con la historia, el arte y la cultura. Las prendas parecían absurdas, casi ridículas, como si las personas hubieran perdido todo concepto de estilo o propósito. Ónagro, por ejemplo, vestía un mono ajustado hecho de un material sintético que reflejaba la luz en ángulos extraños, pero estaba decorado con parches de colores aleatorios y cintas que no parecían tener ninguna lógica en su disposición. Otros transeúntes llevaban ropas aún más incomprensibles: vestidos con formas geométricas imposibles, texturas conflictivas y colores que chocaban entre sí de manera dolorosa incluso para Sárama, que no entendía demasiado de moda (su aportación a Helda sería limitada en este aspecto). Algunos llevaban gorros que parecían no tener ninguna función más allá de existir, flotando ligeramente sobre sus cabezas como si la gravedad apenas los afectara. Las botas eran altas, con tacones invertidos que parecían desafiar el sentido común, mientras que los pantalones y las chaquetas estaban adornados con hologramas en constante cambio que solo añadían al caos visual.

Sárama no podía evitar sentirse divertida y desconcertada al mismo tiempo. ¿Cómo podía una sociedad tan avanzada tecnológicamente haber perdido por completo el sentido de la estética? Era como si alguien hubiera tomado todas las ideas de moda del pasado y las hubiera mezclado sin ton ni son, creando una cultura de vestimenta que no seguía ninguna regla ni patrón coherente.

Mientras caminaban, Sárama decidió encerrarse en sus propios pensamientos, tratando de desentrañar cuánto podría confiar en Ónagro. Por ahora, prefería mantener sus cartas ocultas mientras continuaba navegando por este mundo extraño y caótico que, contra todo pronóstico, comenzaba a fascinarla cada vez más.

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