Capítulo 1: "The winner takes it all"

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Una clienta me tira varias prendas al mostrador como si yo tuviera la culpa de que ninguna de ellas fuera de su talla.

Una clienta menos a la que soportar ese día, pensé.

-¿Cómo vas, cielo?
-Mal, Natalia: hoy no sé qué le sucede a la gente, pero está peor que nunca. – Recojo un pantalón de la talla treinta y cuatro que se ha resbalado hasta el suelo mientras me río. - ¿Has visto cómo ha dejado esto? - Le enseño la prenda mientras la miro fijamente. A los tres segundos, ambas empezamos a reírnos en alto, y al momento nos contenemos al recordar que estamos trabajando.

-Ya le dije a Jorge que debería ascenderte; sin duda, eres la trabajadora más profesional de todas las que estamos aquí – me alaba mi compañera -. Cualquiera de nosotras le hubiéramos puesto mala cara a aquella mujer. En cambio; tú siempre les respondes con una sonrisa, aunque la mayoría no se lo merezcan.

-Te lo agradezco, de verdad. - Le doy un pequeño golpe en el hombro mientras voy a una estantería a doblar camisetas que han dejado unas adolescentes de cualquier manera.

Natalia da por finalizada la conversación regalándome una sonrisa de compasión y acariciándome suavemente el brazo antes de irse a atender a un nuevo cliente, todavía aguantándose la risa. Le agradezco que me escuche a pesar de no ser la mejor persona para dar consejos. Ella es lo mejor que me ha dado este trabajo.

La observo conversar con una señora de aparente alta edad que parece estar explicándole su vida entera, y veo cómo se esfuerza en regalarle una sonrisa a pesar de estar pasando por uno de los peores momentos de su vida tras el fallecimiento de su padre: ¿acaso eso no tiene más mérito que lo mío, que lo hago apenas sin pensar?

Me pongo la chaqueta y salimos de la tienda al cabo de media hora. Llevo deseando llegar a casa y poder cenar viendo una película con mi madre desde que empezó la jornada laboral hace ya cinco horas.

Entre risas para aliviar mi ansiedad, le cuento a Natalia anécdotas de clientes que me han ido ocurriendo a lo largo del día. Ahora no es necesario aguantar nuestras carcajadas, y éstas a veces son tan altas, que alguna que otra persona se nos queda mirando por la calle, aunque no con miradas de desprecio. Un periodo de tantas horas sirve para mucho más que para solo cobrar precios; también para que, cuando salgas de él, parezca que vas colocado. En realidad, tan solo es cansancio físico, pero sobre todo mental.

Con el paso del tiempo, he ido notando que siempre soy yo quien suele rellenar los silencios vacíos. Tiendo a pensar que, si no los cubro, la otra persona se acabará yendo. Con mi amiga me pasa eso muchas veces. En ocasiones he llegado a pensar que me ignora o se aburre, que su mente está dispersa en otro mundo en el momento en el que empiezo a hablar. Pero a medida que he ido comprendiendo sus silencios y el dolor por el que está pasando, me doy cuenta de que ocurre precisamente lo contrario: su ausencia de palabras marcan en mi corazón un "continúa andando, mi silencio consiste en acompañarnos en nuestro inestable camino".

Cojo las llaves para abrir la puerta de casa. A pesar de no haber sido un buen día, trato de fingir un buen humor para mi madre. Sé que ella hacía lo mismo cuando yo era pequeña tratando de hacer lo imposible con tal de verme feliz. Tampoco es muy complicado: la vuelta con Natalia me ha ayudado a mejorar el día que ambas llevábamos. Las dos necesitábamos ese paseo que, aunque normalmente lo hacemos en coche, hoy decidimos hacerlo andando por el buen tiempo que hacía, y para que nos diera también el aire en la cara.

-Mamá, ya he llegado. – Informo a modo de saludo. En cambio, me sorprendo al darme cuenta de que nadie está en casa para recibirme. ¿Habrá ido a comprar algo? Es raro que se le haya olvidado avisarme. - ¿Mamá?

Busco el móvil en mi bolso cuando me encuentro con un post it pegado a la nevera:

Hoy no ceno en casa, cariño. He quedado a cenar con un compañero de trabajo.

Perdona que no te haya avisado antes, se me pasó totalmente...

Te quiere, mamá.

Deduzco que no me queda otra opción que ver una película yo sola, pero no me importa. Para terminar de sanar un poco las penas del trabajo, vuelvo a hacer maratón del musical de mamma mia! fingiendo que no me lo sé de memoria.

Y entre bailes y canciones, me quedo dormida soñando con The winner takes it all y con todos esos cambios que, a pesar de los golpes de la vida, no me acostumbro a dar. Porque me sigo sintiendo pequeña dentro de este mundo que a veces lo percibo de gigantes. Pero es necesario salir adelante cuando el mundo se te viene encima. ¿Cuántas veces todos hemos dicho que no seremos capaces de superar un periodo de ansiedad o inestabilidad, y ha acabado terminando como cualquier otro?

El ser humano tiene un mecanismo de defensa ante el dolor donde claramente sufrir le da un pánico extraño (me incluyo) y no entiendo. Como si las cosas malas no existieran en realidad. Como si evitar lo evidente fuera a conseguir que viviéramos en un mundo de fantasía donde los problemas no existen. A veces pienso que los problemas son necesarios. Todos sufrimos por ellos, ¿de qué serviría la vida si nos lo dieran todo hecho? Al irme a dormir, siempre tengo la costumbre de llevar conmigo un vaso de agua. De vez en cuando también escucho música. Es una especie de ritual que, si no cumplo, conciliar el sueño se me complica demasiado. Pues bien, es costumbre para mí beber ese trago antes de apagar la luz de mi mesa de noche y que me cueste llevarlo hasta mi estómago. Se me hace un nudo en la garganta, independientemente de cómo me haya ido el día; independientemente de estar viviendo un periodo de ansiedad, o de los más alegres de mi vida.

No lo comprendo. Siento como si hubiera dado por hecho que el miedo me ha cogido de la mano en un momento determinado, y no me fuera a soltar nunca. Mi cuerpo vive alerta a cada momento de mi existencia. Quizá es cierto aquello de que la ansiedad no se cura, sino que se aprende a vivir con ella.

Y es por eso por lo que pienso que evitar los problemas es otra forma de negar la realidad. Porque éstos existen, y antes o después te tendrás que enfrentar a ellos. Y ahí te das cuenta que hay gente que no te imaginabas a tu alrededor dispuesta a no solucionarlos por ti, pero sí a acompañarte en el camino. O quizá, por el contrario; te decepcionas al percibir que creías que había gente dispuesta a cogerte de la mano cuando te cayeras, y luego han sido las primeras en irse. Eso también forma parte del aprendizaje.

Cuando me quiero dar cuenta, la película ya ha terminado. ¿En qué momento me he alejado tanto de la vida para introducirme de lleno en mis pensamientos, hasta acabar dormida? No me importa. Trato de mantener los ojos abiertos más de cinco segundos seguidos para despertarme un poco y subirme a mi habitación. No lo consigo.

"El bosque de los corazones rotos"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora