Salió del río con la túnica blanca completamente empapada y pegada a su cuerpo, el tejido se aferraba a su piel con una sensación asfixiante como si fuera una camisa de fuerza de la cual no podía liberarse. El frío helado le calaba hasta los huesos, y en cada paso que daba, sentía como si cada centímetro del recorrido fuera una pequeña batalla contra el peso que arrastraba, el barro atrapándosele en los pies y el silencio alrededor era tan pesado como la túnica que le envolvía. Podía sentir los ojos del religioso clavados en él, llenos de satisfacción y mal disimulada superioridad, como si su trabajo estuviera cumplido y fuera él quien controlaba su destino. La imagen de los ojos del ciervo dorados y luminosos se repetía en su mente una y otra vez, como si se tratara de una señal, un mensaje que sólo él podía entender.
¿Era solo una simple coincidencia o había algo más allá de sus ojos dorados?
Por momentos, incluso sentía como si hubiera algo más acompañándolos, algo invisible que los seguía desde la oscuridad del bosque, observándoles, pero que cada vez que se giraba a mirar, no llegaba a distinguir nada más que ramas y sombras entre los árboles. Sin embargo, esa sensación de ser observado constantemente continuaba, aumentando la tensión que ya sentía dentro de él.
—El Señor te ha concedido una segunda oportunidad hoy, Kai —dijo el cura con voz profunda, rompiendo el largo silencio—. El mal ha sido purificado de tu cuerpo. Estás limpio ahora.
Kai apretó los labios, tragándose las palabras que querían salir. La sensación de la mano del cura, durante el bautizo, todavía lo perseguía, la manera en que los dedos del religioso pasaron por su torso desnudo, por su espalda, tocando partes de su cuerpo que parecían innecesarias. Sabía que no podía rebelarse en ese momento, no cuando el cura tenía tanto poder sobre él, no cuando el futuro dependía de esa reunión con los vikingos.
El sol estaba ya alto en el cielo cuando finalmente alcanzaron las primeras casas del pueblo, donde a lo lejos se podían divisar las calles empedradas del mercado, llenas de vida. Para cualquiera, habría sido una escena pintoresca y tranquila, pero Kai apenas notaba lo que sucedía a su alrededor. La fiebre apareció tras el largo camino empapado, e iba en aumento ya que el frío no cesaba de atravesarlo. Cada paso por la acera empedrada era doloroso, y la visión se le empezaba a nublar, pero no podía mostrar débil ante él, no ahora. Intentaba mantener la mente centrada en el objetivo, en su encuentro con aquel vikingo, pero el cansancio y la fiebre le hacían que fuera más difícil cada vez. El pueblo, a su alrededor, empezaba a parecer borroso y distante, el mercado parecía estar en medio de la agitación, Kai apenas podía distinguir las imágenes y los sonidos, estaba atrapado en su propia mente.
Cuánto más se adentraban en el pueblo, el bullicio del mercado comenzó a desvanecerse y daba paso al sonido constante de los martillos golpeando metal en los talleres de los herreros. El eco de cada golpe resonaba en el aire, marcando el ritmo de los pasos de Kai y el cura mientras seguían caminando hacia el hostal. El camino, que en otras ocasiones habría sido rápido, ahora se sentía interminable.
Finalmente llegaron al hostal, el sol comenzaba a inclinarse hacia el horizonte, tiñendo el cielo con tonos anaranjados y rosados, y la luz cálida iluminaba las piedras de las calles, creando un ambiente casi mágico. La dueña del hostal los saludó con un leve asentimiento, siempre discreta, no hacía preguntas a pesar de que sus ojos se demoraron un poco más en Kai, notando las condiciones en las que el moreno se encontraba.
El cura, sin embargo, no mostró interés en quedarse más tiempo del necesario.
—Ve y cámbiate —ordenó a Kai, señalando las escaleras con un gesto autoritario—. No tenemos tiempo que perder.
La voz del cura sonaba brusca y tajante, sin dejar lugar a dudas del orden que estaba dando. Kai apenas tenía fuerzas para hacer otra cosa que no fuera obedecer, por lo cual, con pasos pesados, subió las escaleras donde cada peldaño crujía bajo sus pies, como si compartieran el peso de su cansancio. Entró en la pequeña habitación que le habían asignado, donde el aire estaba mucho más cálido que afuera. Cerró la puerta tras de sí y, al ver la túnica blanca empapada, la despojó de su cuerpo con un suspiro de alivio. La dejó caer al suelo, formando un pequeño charco a su alrededor, mientras se dirigía hacia la cama, donde lo esperaba un traje sencillo pero limpio. Kai se desplomó en una pequeña cama, con el traje aún en sus manos. Su cuerpo ardía, y la fiebre seguía aumentando, llevándole a una especie de delirio que le dificultaba pensar con claridad.
Se vistió rápidamente, ajustando el cinturón alrededor de su cintura y mirando brevemente su reflejo en el espejo; la imagen que le devolvía era la de alguien más maduro, pero aún le faltaban unos cuantos kilos para estar en su peso. No se reconocía del todo, pero sabía que no tenía opción.
Su mirada se detuvo en la figura del dragón de madera que había recibido en la calle, lo tomó en su mano y sintió la suavidad de la madera tallada. Era un objeto pequeño, pero lo hacía sentir conectado a algo más grande que él mismo, así que lo guardó en su bolsillo y salió de la habitación.Al bajar las escaleras, el cura ya lo esperaba en la entrada, impaciente. No hubo palabras de ánimo, solo una mirada fría y un gesto para que lo siguiera.
—Es hora —dijo el cura—. Vamos al castillo.
El castillo se alzaba cada vez más grande y más cerca ante ellos, cada paso que daban hacia la fortaleza parecía más pesados, pues los caminos se volvieron más empinados con cada andada. Kai sentía cómo cada fibra de su ser se tensaba ante la idea de lo que le esperaba al otro lado de esas murallas: Sigurd. Una mezcla de temor y emoción lo invadía, llenando su cabeza de pensamientos e imágenes que se movían con la misma rapidez y violencia que el viento que les azotaba. Su mente esperaba que él estuviese allí, y aunque no sabía cómo sería ese encuentro, algo en su pecho se agitaba con fuerza, una mezcla de temor y esperanza, de nerviosismo y deseo. No podía evitar pensar en lo que podría suceder cuando finalmente se encontraran, después de tanto tiempo.
Al acercarse a las puertas del gran salón, justo cuando el cura alzó la mano para empujarlas, un sonido suave y firme los detuvo. Al girarse, Kai encontró la figura de una mujer de ojos azules brillantes y cabellos trenzados rubios que se había aparecido entre las sombras del pasillo. Era Eyra. Su aparición repentina hizo que el moreno frunciera el ceño, sintiendo un escalofrío de desagrado al ver su expresión de desdén y alerta.
—Padre —dijo Eyra en un tono sereno—. Tendría cuidado ahí dentro. Sigurd estará en la reunión. Ya sabe cómo es... podría intentar llevarse a alguien. Mantenga vigilado a su... protegido —continuó, con una pausa intencionada en la palabra, sin apartar la vista del cura.
Kai parpadeó, sorprendido por la repentina aparición de Eyra y por el dominio del inglés, algo que no había anticipado de alguien como ella. Sabía que escuchó las conversaciones y enseñanzas que el pelinegro y aquel vikingo con mullet compartieron, pero oírla en ella, con esa naturalidad, le causó un cierto desconcierto. La sensación de que ella conocía demasiado sobre él y sobre el vínculo entre Sigurd y él no ayudaba a aliviar su incomodidad. Apenas podía ocultar la incomodidad que sentía cada vez que estaba cerca de ella. Los recuerdos de los últimos encuentros con ella le despertaron un ligero malestar, y por un segundo se encontró a sí mismo tensando la mandíbula. El cura frunció el entrecejo y observó al moreno con una mirada de autoridad. La rubia, al parecer, disfrutaba de su confusión y esbozó una sonrisa de suficiencia que a Kai le resultó casi insultante.
—Tomo en cuenta tu advertencia, Eyra —respondió el cura, manteniendo su tono bajo y calculado. Luego, volvió su mirada hacia Kai, con determinación—. Pero no se preocupe, no tengo intención de perder de vista a mi... protegido
Eyra entrecerró los ojos un instante, evaluando su próxima jugada y luego se hizo a un lado, dándoles paso, aunque su mirada no se apartaba de Kai.
Las puertas del gran salón se abrieron con un crujido profundo, y un repentino frío envolvió al menor mientras cruzaba el umbral. La inmensa sala estaba iluminada por candelabros colgantes y antorchas, cuyas luces cálidas parpadeaban sobre los rostros de los presentes, proyectando sombras sobre las imponentes paredes de piedra.
El religioso se adelantó, inclinando la cabeza en señal de respeto a los líderes presentes, pero manteniendo una mano en el hombro de Kai, firme y casi posesiva. Este sintió un latido en sus sienes mientras la tensión en el salón crecía; cada movimiento, cada susurro parecía afilar el aire a su alrededor. Y entonces, sus ojos trataron de encontrarse con los de Sigurd, entre todos los vikingos, y fue como si el tiempo se detuviera. No había palabras, tragó con dificultad. Sabía que el encuentro no sería fácil, pero nunca pensó no llegar a encontrarle entre ellos.
ESTÁS LEYENDO
Entre Cuervos
Teen FictionLas nornas a veces hilan destinos confusos, pero por qué juntar a dos personas tan distintas. ¿Por qué unir dos mundos tan diferentes? Puede que haya una razón detrás de todo esto, una que vaya mucho mas allá de una simple figura humana. Pero, ¿Qué...