Séptimo deseo

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El sol apenas asomaba por el horizonte cuando Aioros abrió los ojos, sintiendo la frialdad del suelo de la Casa de Géminis bajo su cuerpo. Se estiró perezosamente, recordando la noche anterior, cuando él y Saga habían decidido tener una improvisada pijamada que terminó con ambos quedándose dormidos sobre el piso de mármol. Su vista se desvió hacia el chico a su lado, quien seguía profundamente dormido, con el cabello despeinado cayendo sobre su rostro.

Saga, sintiendo el calor de la mirada de Aioros, comenzó a despertarse. Abrió lentamente los ojos, aún adormilado, y se encontró con la sonrisa cálida de su amigo.

—B-Buenos días —murmuró Saga, con la voz arrastrada y aún adormilado, mientras se sentaba y pasaba la mano por su desordenado cabello, sin mucho éxito.

Aioros no pudo evitar reír suavemente al verlo en ese estado, su corazón llenándose de una ternura que no podía explicar.

—Buenos días —respondió, su sonrisa ensanchándose al ver que Saga aún luchaba por despejarse.

Ambos se quedaron en silencio por un momento, simplemente disfrutando de la tranquila compañía del otro. Aunque el frío del suelo aún se sentía, la calidez que compartían parecía suficiente para mantenerlos a gusto. Entonces, Saga recordó la razón especial de aquel día.

—Feliz cumpleaños, Aioros —dijo, con una suavidad que rara vez se permitía mostrar habitualmente.

Antes de que Aioros pudiera responder, Saga se inclinó hacia él y plantó un suave beso en su frente al mero estilo griego. El contacto fue breve, pero dejó una sensación cálida que se extendió por todo el cuerpo de Aioros. Sintió sus mejillas enrojecer, incapaz de ocultar su sorpresa y la extraña emoción que lo invadía.

—G-gracias, Saga —respondió finalmente, con la voz entrecortada por la confusión de emociones que sentía.


El día avanzó rápidamente, y pronto ambos se encontraron paseando por el pueblo cercano al Santuario. Aunque su vida como caballeros les otorgaba un propósito noble, el lujo estaba lejos de ser parte de su día a día. Sin embargo, el paseo por las calles adoquinadas, rodeados por la simple vida cotidiana, les ofrecía un respiro de sus responsabilidades.

Aioros caminaba junto a Saga, sus ojos recorriendo las tiendas y puestos del mercado con curiosidad. De repente, algo llamó su atención. Se detuvo, mirando con asombro una gran ventana de cristal que exhibía un magnífico pastel de chocolate, decorado con esmero y evidentemente caro.

—¿Ves eso? —exclamó Aioros, impresionado por la vista.

Saga, quien había notado el pastel incluso antes que su amigo, asintió con un leve movimiento de cabeza. Sin embargo, su entusiasmo no era el mismo. Sabía que algo tan lujoso estaba fuera de su alcance.

—Sí —respondió con una sonrisa a medias, intentando disimular la leve punzada de desilusión.


Continuaron caminando, dejando atrás la tentadora imagen del pastel. Aioros intentó no pensar demasiado en ello, aunque no pudo evitar imaginar cómo sería compartir algo así con Saga. Después de un rato, Saga se disculpó, diciendo que tenía que hacer una compra rápida, y dejó a Aioros esperando cerca de un puesto de adornos navideños.

Mientras aguardaba, Aioros observó los coloridos adornos que colgaban en las casas y en los pequeños comercios. Una sonrisa nostálgica se dibujó en su rostro al recordar las pocas veces que había podido disfrutar de esas festividades en su infancia.

Saga regresó poco después, sosteniendo algo detrás de su espalda con una sonrisa juguetona.

—Toma —dijo, extendiendo un helado de chocolate hacia Aioros.

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