Designio

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El tiempo había pasado rápido desde aquel día lluvioso en el pueblo. Ahora, Saga y Aioros, con quince años cumplidos, se encontraban recorriendo su camino como caballeros dorados. El entrenamiento era cada vez más exigente, y el peso de sus responsabilidades se sentía cada vez más presente. Pero lo que más les inquietaba no era el arduo entrenamiento, sino la reciente noticia que el Patriarca Shion les había dado: una niña pequeña, de apenas tres años, había llegado al Santuario. La niña, de cabello lila y ojos azules, era la reencarnación de la Diosa Athena. Para Shion, esto era una señal clara de que había llegado el momento de escoger a su sucesor.

Aioros se dejó caer en los escalones de la entrada del Santuario, agotado por el entrenamiento. Su respiración aún estaba entrecortada, y sus músculos dolían con el esfuerzo de la mañana. El sol comenzaba a ponerse, tiñendo el cielo de un cálido naranja que contrastaba con el frío mármol del lugar.

—Qué día... —murmuró Aioros, pasando una mano por su cabello castaño mientras miraba el cielo.

Saga, con la mirada fija en el suelo, respondió sin levantar la vista.

—No importa quién de nosotros sea el elegido —dijo Saga.

Aioros lo miró de reojo, notando la seriedad en el rostro de su amigo.

—Deberías ser tú —sugirió Aioros, con la intención de aligerar el ambiente, aunque en su corazón lo decía en serio.

Saga negó con la cabeza, finalmente encontrando los ojos de Aioros con una expresión de jugueteo.

—No, preferiría estar en el campo de batalla, sintiendo la adrenalina de la lucha, que estar encerrado en una oficina lidiando con burocracia y planes interminables —respondió Saga, tratando de olvidar el tema, aunque una pequeña chispa de ambición brillaba en su interior. Añadió, como si intentara disipar sus propios pensamientos—: Además...

Aioros alzó una ceja, intrigado. —¿Qué cosa?

Saga le dio un golpecito en el brazo, su sonrisa ampliándose. —Tú eres el indicado.

Aioros lo miró, conmovido por las palabras de su amigo, y colocó una mano sobre el hombro de Saga.

—Prometo que esto no nos separará, pase lo que pase —declaró Aioros con sinceridad.

Saga le devolvió la mirada, su mirada se relajó ante sus palabras.

—No lo hará —afirmó, de acuerdo con las palabras de su amigo.



Al día siguiente, en la casa de Géminis, algo sucedía entre los gemelos. Kanon había decidido que era hora de marcharse. Cansado de vivir en las sombras y sin el reconocimiento del Patriarca, Kanon estaba decidido a buscar su propio camino, lejos del Santuario.

—Me voy —dijo Kanon, en un tono típico de él cuando se le metía una idea a la cabeza. Mientras hablaba, recogía unas pocas pertenencias y las metía en una pequeña mochila hecha a mano.

Saga, sorprendido, se acercó a él, tratando de encontrar las palabras para detenerlo.

—¿A dónde? Los santos tienen prohibido salir del Santuario —replicó Saga, aunque sabía que las reglas no significaban nada para Kanon en ese momento.

Kanon se detuvo por un momento y lo miró a los ojos, pronunciando cada palabra con una frialdad que cortaba.

—No soy un santo.

—Lo eres... —insistió, como si al decirlo pudiera hacerlo realidad.

Kanon negó con la cabeza.

—No, nunca me sentí parte de este lugar —contestó Kanon, desviando la mirada.

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⏰ Última actualización: Aug 30 ⏰

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