Indecente

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Pasó una semana desde aquel concierto y la imagen de Yujin aún persistía en mi mente. Intentaba concentrarme en otras cosas, distraerme de esos pensamientos que me hacían sentir tan… incómoda.

Decidí que era momento de practicar la coreografía de nuestra nueva canción. Me vestí rápidamente y me dirigí al edificio donde el grupo y yo solemos ensayar.

Al entrar, noté a Liz abrazando a Rei de una manera un poco extraña. La escena me sorprendió, pero no pude evitar sonreír ante su nerviosismo.

—¿Liz? —pregunté, alzando una ceja.

Rei se apartó rápidamente del abrazo, mientras Liz sonreía de forma nerviosa.

—¡Hola, Wonyoung! ¿Viniste sola? —dijo Liz, su tono un poco más alto de lo normal.

—Sí, quería distraerme —respondí, dejando mi mochila en el suelo mientras me acercaba a ellas—. ¿Por qué? ¿Qué sucede aquí?

Liz intercambió una mirada rápida con Rei antes de responder.

—Bueno, es mejor estar en compañía, ¿no? —dijo, intentando restarle importancia.

El ambiente se sentía un poco tenso, así que decidí cambiar de tema.

—Voy a poner la canción —anunció Rei, con un tono tímido.

Después de un par de horas practicando, Liz y Rei se despidieron, y me encontré sola en la sala. El eco de la música resonaba en el aire, y yo intentaba concentrarme en los pasos de la coreografía, pero mi mente divagaba.

De repente, una voz burlona me hizo saltar.

—No sabía que te gustaba la soledad.

Me giré, viendo a Yujin con una sonrisa juguetona en su rostro.

—¡Aah! —exclamé, aún sorprendida—. ¡Me asustaste!

—Lo siento —dijo, acercándose y acariciando suavemente mi cabeza.

—¡Me estás despeinando! —protesté, apartando su mano rápidamente, consciente de lo nerviosa que me ponía su cercanía.

—Tú ya estabas despeinada —replicó, riendo mientras me miraba con esos ojos brillantes.

—No es cierto —respondí, tratando de acomodar mi cabello con un poco de dignidad.

—Como digas —respondió, estirándose en un movimiento que captó mi atención. Intenté disimular mi mirada, enfocándome en cualquier otra cosa que no fuera su figura.

—Ya estoy lista. ¿Practiquemos juntas? —propuso con una sonrisa que hacía que mi corazón latiera más rápido.

Asentí, aún hipnotizada por su presencia.

Ambas comenzamos a practicar, y aunque intentaba seguir el ritmo, mi mente estaba ocupada con pensamientos que no debería tener. Cada movimiento a su lado me hacía cuestionar si alguna vez podría confesar lo que realmente sentía por ella.

La danza se convirtió en un torbellino de emociones, y cada vez que nuestras miradas se cruzaban, el mundo exterior desaparecía.

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