Capítulo 1: El Primer Sello

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El ruido incesante de la lluvia contra las ventanas de la ciudad era un recordatorio del caos que se cernía sobre ella. En la pequeña habitación iluminada por una tenue luz amarilla, el detective Daniel Márquez revisaba por enésima vez los documentos esparcidos sobre su escritorio. 

Los casos cerrados a lo largo de su carrera, los rostros de las víctimas, todo formaba parte de un mosaico de recuerdos que lo atormentaban cada noche. Pero hoy, un caso diferente se había abierto, uno que lo haría enfrentarse a la oscuridad más profunda, no solo en las calles, sino en su propia alma.

Era pasada la medianoche cuando el teléfono en su escritorio sonó, cortando el silencio de la oficina. Daniel, con el cansancio acumulado después de horas de trabajo, dudó antes de levantar el auricular. Sabía que a esas horas, las llamadas raramente traían buenas noticias. Pero la voz del comisionado Rodríguez al otro lado de la línea no dejaba lugar a dudas sobre la gravedad de la situación.

—Daniel, tenemos un cadáver en el barrio viejo, algo que no se parece a nada que hayamos visto antes. Necesito que vengas inmediatamente.

La gravedad en la voz de Rodríguez, un hombre que había visto y soportado lo inimaginable durante su larga carrera, hizo que el estómago de Daniel se contrajera. Se pasó una mano por el rostro, como tratando de despejar la niebla que comenzaba a formarse en su mente. No había tiempo que perder. Tomó su abrigo, se ajustó el cinturón y salió de su oficina sin decir una palabra a nadie. La oscuridad del pasillo le pareció más opresiva de lo habitual, como si la propia estación de policía sintiera el peso de lo que estaba por venir.

El viaje hasta la escena del crimen fue rápido. La ciudad, normalmente vibrante y llena de vida, estaba ahora sumida en un estado de inquietante calma, como si aguardara el estallido de una tormenta aún mayor. Daniel mantenía las manos firmes en el volante, pero su mente estaba lejos de allí. ¿Qué podría haber sido tan perturbador como para requerir su presencia a esta hora?

Cuando llegó al lugar, en el barrio viejo, ya había varios vehículos policiales estacionados a lo largo de la calle. El área estaba acordonada, y las luces azules y rojas de las patrullas lanzaban destellos que rebotaban en los edificios envejecidos, creando un ambiente surrealista. Daniel aparcó y salió del coche, sintiendo inmediatamente el frío húmedo de la noche que se colaba por el cuello de su abrigo. El aire estaba cargado de una pesadez que no tenía nada que ver con la lluvia.

—Detective Márquez —lo saludó un joven agente, con el rostro visiblemente pálido—. El comisionado Rodríguez está adentro. La escena es... difícil de describir.

Daniel asintió, observando el temblor en las manos del joven. Este no era un novato, había trabajado con él en varias escenas del crimen, pero algo en sus ojos revelaba un miedo que Daniel había visto en muy pocos policías. Algo en esa escena era diferente, algo lo había sacudido hasta el núcleo. Se adentró en el edificio, un antiguo complejo de apartamentos que mostraba signos de abandono, con las paredes descascaradas y el techo goteando agua por todas partes.

La escena del crimen estaba en el tercer piso. A medida que subía las escaleras, un frío inexplicable se apoderaba de él, como si cada escalón lo acercara más a una verdad que no estaba preparado para enfrentar. Los sonidos de la ciudad se desvanecieron, reemplazados por un silencio inquietante. Al llegar al pasillo, notó que los agentes allí reunidos evitaban mirar hacia la puerta entreabierta de la habitación donde yacía el cadáver.

Rodríguez lo esperaba justo dentro del umbral, con el ceño fruncido y los brazos cruzados sobre el pecho. Era un hombre robusto, de cabello canoso, que había liderado la fuerza durante más de dos décadas. Había visto todo tipo de horrores, pero esa noche, su expresión reflejaba algo más que preocupación; era una mezcla de incredulidad y una profunda incomodidad.

—Daniel, necesito que mantengas la mente clara —dijo en voz baja, como si temiera que hablar más fuerte pudiera despertar a algún espectro dormido en la habitación—. Esto no es un asesinato común. Hay algo en esta escena que... toca un nivel diferente de maldad.

El detective asintió y se adentró en la habitación. La vista que lo recibió lo dejó sin aliento, como si de repente todo el oxígeno hubiera sido aspirado de la habitación. En el centro de la habitación, rodeado por un círculo de velas apagadas, yacía el cuerpo de un hombre joven. La palidez de su piel, casi translúcida bajo la luz parpadeante, contrastaba con la oscuridad de la sangre que lo rodeaba en el suelo. Pero lo más perturbador era la disposición de pequeñas ranas esparcidas a su alrededor, como si fueran las piezas de un macabro mosaico.

El estómago de Daniel se revolvió, pero se obligó a acercarse más. Sobre el pecho del cadáver, perfectamente colocado, había una Biblia abierta, empapada en sangre. Sus ojos se dirigieron inmediatamente al versículo que había sido marcado de forma deliberada: "Y dijo el Señor a Caín: ¿Dónde está Abel tu hermano? Y él respondió: No sé; ¿soy yo acaso guarda de mi hermano?" (Génesis 4:9).

El detective sintió un escalofrío recorriéndole la columna vertebral. Esa referencia no podía ser accidental. Había un propósito detrás de cada elemento en esa habitación, un mensaje que el asesino quería transmitir, pero que aún permanecía oculto en las sombras. Daniel intentó mantener la calma, analizando la escena con la frialdad de un profesional, pero su mente no podía evitar retroceder a su infancia, cuando su padre, un devoto predicador, le leía pasajes de la Biblia antes de dormir. El relato de Caín y Abel siempre había sido uno de los que más lo perturbaba, con su sombría advertencia sobre los celos, la traición y el castigo divino.

Rodríguez, de pie a su lado, rompió el silencio: —¿Qué opinas?

Daniel respiró hondo, intentando poner sus pensamientos en orden. —Esto no es solo un asesinato. Es un ritual, una especie de declaración. El asesino quiere que veamos esto como algo más que un simple crimen. Está tratando de decirnos algo, algo relacionado con la Biblia y, en particular, con la historia de Caín y Abel. Pero... ¿por qué?

Rodríguez asintió lentamente, compartiendo la sensación de inquietud que Daniel experimentaba. —Este es solo el comienzo, ¿verdad?

—Eso me temo —respondió Daniel, sin apartar la vista de la escena—. Este es el primer sello de lo que podría ser una serie de asesinatos. Y si está basado en las plagas de Egipto, lo peor está por venir.

El detective se arrodilló junto al cuerpo, observando más de cerca los detalles. Cada rana había sido colocada con una precisión casi quirúrgica, como si el asesino hubiera querido asegurarse de que su mensaje fuera comprendido sin lugar a dudas. 

Daniel sabía que las ranas eran la segunda plaga que Dios había enviado sobre Egipto, pero aquí, parecían ser el símbolo de algo mucho más siniestro. Mientras examinaba el cadáver, notó que no había signos de lucha. El joven había sido asesinado de manera rápida y eficiente, probablemente mientras estaba inconsciente. Pero, ¿por qué él? ¿Qué conexión tenía con la historia de Caín y Abel?

La respuesta no estaba en la Biblia, sino en las acciones del asesino, en su mente retorcida que había decidido jugar a ser juez, jurado y ejecutor. Daniel sintió una mezcla de furia e impotencia al darse cuenta de lo que se avecinaba. Este asesino no se detendría con un solo crimen; estaba en una misión, una cruzada personal, y el único que podía detenerlo era él.

Mientras se levantaba, algo en la pared llamó su atención. Un símbolo, apenas visible bajo la tenue luz, estaba dibujado en la pared opuesta al cadáver. Se acercó, entrecerrando los ojos para distinguirlo mejor. Era un pequeño círculo con una cruz dentro, rodeado por lo que parecían ser llamas. El significado no era inmediatamente claro, pero Daniel sabía que no era un simple garabato. Era otro mensaje, una advertencia de lo que estaba por venir.

Rodríguez, que había estado observando en silencio, se acercó para ver el símbolo.¿Alguna idea de qué significa?

—No aún —admitió Daniel, sintiendo un nudo en el estómago—. Pero lo descubriré. Lo que sí sé es que este asesino tiene un plan, y está apenas comenzando.

Los dos hombres permanecieron en silencio, observando la habitación, conscientes de que el horror de esa noche era solo el preludio de algo mucho más grande y oscuro. Afuera, la tormenta seguía azotando la ciudad, como si el cielo mismo llorara por las almas perdidas. 

El Lamento de CaínDonde viven las historias. Descúbrelo ahora