Nido/Canción de cuna.

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Alastor caminaba lentamente por el pasillo oscuro del hotel, cada paso resonando en el silencio como un eco de sus pensamientos inquietos. La luz tenue de las lámparas de pared apenas iluminaba el camino, proyectando sombras que parecían alargarse y retorcerse a su alrededor. Su ceño fruncido reflejaba la confusión que lo embargaba, un torbellino de emociones que giraban en su interior como un mar agitado.

Se había despertado solo, el espacio a su lado vacío y frío. La ausencia de Lucifer le había dejado una sensación de desasosiego, un vacío palpable que se instalaba en su pecho como un peso insoportable. Había algo en la forma en que Lucifer lo miraba, en la manera en que sus manos acariciaban su piel, que le otorgaba una seguridad indescriptible. Sin él, Alastor se sentía vulnerable, como si el mundo estuviera lleno de peligros ocultos.

Sus manos, temblorosas, acariciaban su vientre a través de la camisa rojiza holgada que llevaba puesta. Era un gesto instintivo, una búsqueda de sentirse cómodo con la vida que llevaba dentro. La suavidad de su piel contrastaba con la dureza del mundo exterior, y cada movimiento le recordaba la fragilidad de su estado. Sentía una mezcla de emoción y miedo, la alegría de esperar un nuevo ser entrelazada con la inquietud de no saber cómo sería su futuro.

El pasillo parecía interminable, y cada paso lo acercaba más a sus pensamientos oscuros. La soledad se cernía sobre él como una nube gris; aunque el hotel estaba lleno de vida, él se sentía atrapado en un laberinto de incertidumbre. ¿Dónde había ido Lucifer? ¿Por qué no lo había despertado? ¿Había ido a buscar algo? Las preguntas se amontonaban en su mente como hojas secas en un camino desierto, cada una más pesada que la anterior.

Alastor se detuvo frente a una ventana oscura, sus dedos acariciando el cristal frío. Miró hacia afuera, pero la luz propia del infierno lo envolvía todo en un manto de negrura. Las luces distantes de la ciudad parpadeaban como estrellas perdidas, y sintió un profundo anhelo por la calidez que solo Lucifer podía ofrecerle. La idea de estar separado de él, aunque solo fuera por unas horas, lo llenaba de una angustia inexplicable, y todo eso comenzó desde que se enteraron de que tendrían a un pequeño príncipe, causando que la realidad se asentará en su mente. Si fuera el Alastor anterior a esos siete meses estaría retorciéndose de repulsión ante esos sentimientos, sin embargo el embarazo no había ayudado a su dependencia.

La presión en su pecho aumentó, y cerró los ojos por un momento, intentando ahogar el torrente de emociones. Recordó las noches pasadas, cuando Lucifer lo abrazaba con fuerza, susurrándole promesas dulces al oído mientras acariciaba su cabello. En esos momentos, todo parecía posible; el mundo se desvanecía y solo existían ellos dos.

Pero ahora, en este pasillo sombrío y solitario, la incertidumbre se cernía sobre él como un espectro. Se preguntó si Lucifer había sentido lo mismo al marcharse; si también había experimentado esa necesidad de estar cerca, ese deseo irrefrenable de protegerlo y proteger a su hijo. La idea de que pudiera estar enfrentando algo solo lo llenaba de terror.

Alastor suspiró profundamente, intentando calmarse. Se obligó a recordar que Lucifer siempre regresaría a él. Sin embargo, la duda seguía acechando en las sombras de su mente. ¿Y si esta vez no lo hacía? ¿Y si algo le sucedía? El miedo se intensificó, y sintió que las lágrimas amenazaban con brotar de sus ojos. Cómo odiaba su estado sentimental, si hiciera una lista de las cosas que odia de su gestación por supuesto que esto encabeza la misma.

Con un suspiro, decidió que no podía quedarse allí estancado en sus pensamientos estúpidos y sin sentidos. Tenía que encontrar a Lucifer; tenía que sentir su presencia nuevamente. Con un último vistazo al pasillo que se extendía ante él, dio un paso adelante. 

Alastor avanzaba con calma, cada paso se sentía como un pequeño desafío, hoy había algo diferente en él. Las piernas le dolían, una incomodidad que se intensificaba con cada movimiento. El embarazo, que una vez había sido una fuente de alegría inexplicable, ahora se convertía en un recordatorio constante de su fragilidad. Y eso era molesto.

¡Alastor mom week! -AppleRadio, Omegaverse-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora