Había una vez un vampiro en la ciudad vecina.
Era un vampiro muy amable y cariñoso, muy interesado en el bienestar de la comunidad y en preservar la naturaleza.
Era alto, delgado, de tez morena, ojos oscuros, pelo rizado y sonrisa amplia. Me gustaba mucho cuando sonreía porque su colmillo izquierda sobresalía mucho más que el derecho. Él decía que no le gustaba su sonrisa, pero yo nunca había visto una tan auténtica como la suya.
Su rutina diaria consistía en levantarse cuando el Sol se ponía, hacer las compras en nuestra ciudad antes de que las tiendas cerraran, desayunar cuando la luna empezaba a brillar más fuerte, leer un par de libros juveniles a medianoche (porque él leía muy rápido), picotear algo unas cuantas horas antes de la salida del Sol y pegarse un paseo antes del alba, hora justa en la que se preparaba para irse a dormir.
No tenía amigos porque nadie quería hablar con él. Yo, personalmente, no lo entiendo. Él siempre está dispuesto a ayudar a los demás, a socorrerles, a ofrecerles refugio y a prepararles una buena comida. ¿Por qué la gente tenía que ser tan mala con él si su único pecado era ser diferente?
A veces se siente solo y, después de hacer las compras en mi ciudad, viene a visitarme. Mi madre no lo sabe porque no me dejaría jugar con él, así que se lo tengo que esconder, pero ella no tiene ni idea de lo mucho que me divierto con el vampiro y lo feliz que me hace.
Me hablaba de su infancia y yo le hablaba de la mía. Él me contaba que había nacido hace mucho y no tan lejos de aquí, y yo le contaba que tenía nueve años y que nunca había salido de la ciudad.
A veces le invitaba a quedarse a dormir, pero siempre me decía que no. Yo le decía que podía dormir debajo de la cama o dentro del armario, que había sitio y que mis padres nunca le verían, pero siempre decía que no y se acababa yendo.
Yo tampoco tengo amigos, por eso me siento mal cuando se va y me paso todo el día deseando que venga a verme a casa.
Una de esas veces en las que se escabullía a mi cuarto para contarme algún cuento cuando mi madre me castigaba en la habitación, me contó que se sentía mal. Yo le dije que si no había hecho nada malo no tenía por qué sentirse mal. Él me dijo que sí que había hecho algo malo. Yo le dije que no, que imposible, que si no no seríamos amigos. Y él me dijo que entonces ya no éramos amigos.
A partir de entonces, no volvió ni a mi habitación ni a mi ciudad.
Se encerró de por vida en la ciudad vecina.
Al final, él ya se había acostumbrado a vivir allí.
O más bien, la ciudad se acostumbró a él.
Hace tiempo ya que había matado a todos los ciudadanos.
ESTÁS LEYENDO
Reto de escritura por BPO1
ContoLa frase "Hay cosas que no sabía que sentía hasta que las escribí y me dolió leerlas" de Edgar Poe ha puesto en palabras lo que yo llevo mucho tiempo sintiendo sin saber explicar. En este libro se encontrarán todos los retos del reto de escritura de...