𝑶 𝑳 𝑰 𝑽 𝑰 𝑨

5 0 0
                                    

Si Olivia le hubiese dicho a alguien como se sentía, seguro que ahora no estaría tirada en el piso del baño, acurrucada mientras ve con los ojos empañados como las gotas de sangre resbalan desde su antebrazo al bisturí que sostiene con manos temblorosas y al fondo de la bañera. Los cortes liberan endorfinas. Las endorfinas alivian el dolor. Eso necesita ella. Aliviar su dolor.

Tendría que haberlos bloqueado desde que le llegó el primer mensaje.

Hace cinco años, ella era la chica más popular. Una mean girl, para ser más precisa. Era absurdamente engreída. Probablemente la razón por la que Katie y John la odiaban. Dos idiotas. Tienen nombres ordinarios, comunes, aburridos. Aunque apostaría todos mis ahorros a que hasta el chico con el nombre más original de todo su maldito instituto también la odiaba. Y tenía sus motivos, para se honesta.

Hace cuatro años Liv empezó e salir con John. Y Kat decidió hacer lo que, en su criterio, tendría que haber hecho hace mucho tiempo. Probablemente la única manera de bajarla de su nube. Y iba a hacer con la ayuda John. Después de que terminaran, Olivia lo ridiculizó enfrente de todos sus compañeros, y él quería vengarse.

Hace tres años ella de graduó, cambió su número y se olvidó de los dos.

Hace dos años, ella era feliz. Feliz feliz.

Hace un año, ellos consiguieron su número. Y empezaron sus mensajes.

El problema con repetirle a alguien todos los días que su vida no vale nada y que todo estaría mejor si no estuviera acá es que termina creyéndoselo. Y eso nos lleva a un baño, en una casa, con una chica que llora, llora y piensa en todas las cosas que serían diferentes si ella no viviera.

Si Olivia le hubiese dicho a alguien como se sentía, seguro que ahora no estaría tirada en el piso del baño. O quizá sí. Porque la gente tiende a desestimar las emociones. Algunos se habían cuenta. Noah. Betty. El hermano de Noah. Cath. Maddie. Cassie. Pips no. No la culpaba, no se conocían demasiado. Daniel tampoco. A él sí lo culpaba. A sus papás también.

Las apariencias engañan. Porque esta chica que ahora mismo está tirada en el piso del baño, a la luz del día es la persona más sonriente, divertida, carismática y feliz que alguna vez haya pisado la faz de la tierra. Y, sin embargo, muriendo por dentro... tan tan triste, y tan tan cansada. Cansada de todo. De la gente de mierda. De su vida miserable. De sentirse que nunca es suficiente sin importar cuanto intente.

Su hermana le había tratado de avisar a sus papás. Ellos no le habían dado demasiada importancia. «Ya se le va a pasar» decían. Sí, seguro que sí. Pero lo que ella necesitaba no era esperar. Era un abrazo. Alguien que la contuviera y le asegurara que todo iba a estar bien y que estaba ahí para ella. Y quizá, quizá, entonces ella no estaría tirada en el piso del baño, acurrucada mientras ve con los ojos empañados como las gotas de sangre resbalan desde su antebrazo al bisturí que sostiene con manos temblorosas y al fondo de la bañera.

Y quizá, quizá, no estaría sosteniendo una cajita de píldoras, repitiendo «¿sí o no?» en su cabeza, haciendo eco en las paredes de su cuarto que sangran sangran sangran como sus muñecas y lloran lloran lloran como sus ojos azules que solían tener brillo, pero que hace mucho tiempo se opacaron hasta no ser más que un triste y lánguido suspiro.

«¿Sí o no?»

«¿Sí o no?»

«¿Sí o no?»

Sí.

relatos que rescaté de las sombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora