Capítulo 2: Desde las tres serás mi esposa

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Regla número 12 de su trabajo: jamás dejes de sonreír.

"La sonrisa es lo primero que un nuevo cliente compra y lo único que no podemos dejar de vender" eso le había dicho Cristopher cuando su primer trabajo fracasó y había dado por hecho que no estaba lista para ese negocio.

Sin embargo aprendió, memorizó y practicó cada regla hasta convertirse en quién es ahora. Momo sabía que debía mantener un orden y no alterarlo, o de lo contrario todo se iba abajo y el dinero desaparecía en un segundo.

Por lo tanto eso era lo que llevaba haciendo los últimos quince minutos: sonreír.

-¡El cuarto más grande será mío!

-¡No, mío!

-Eres niño ¿para qué quieres un cuarto grande?

-Porque necesito más espacio. Tengo demasiados aparatos y pienso comprarme más. Además soy mayor que tú, asique cállate y obedece.

Sí, sonreía. Por fuera. Por dentro solo quería estirar sus brazos, sujetar a esos dos niños que no dejaban de discutir desde que llegaron y zarandearlos hasta que se calmaran ¿Pero que clase de profesionales eran esas criaturas que no lo demostraban?

Estaban algunos vecinos observándolos. Ellos estaban en la vereda, con un camión de mudanza y llevaban bajando cajas desde hace una hora. Por lo que tuvo que contenerse y solo mirarlos de mala manera.

Una pelota dio en su cara y fue suficiente para llegar a Eunwoo. Se la arrebató con violencia y estiró su brazo dispuesta a lanzarla lejos. Muy lejos. Pero una luz milagrosamente la iluminó y recordó las cosas que podía hacer y las que no. Sobre todo en público.

Fingió su mejor sonrisa, se inclinó hasta él y se la devolvió luego de susurrarle algo:

-Quédense quietos o esta noche los ataré a sus camas. Con una mordaza- sacudió su cabello y regresó contra el camión. Aún faltaba un miembro de su equipo y si no llegaba en menos de cinco minutos, iba a despedirla. Se pasó una mano en su frente y quitó el sudor; si, definitivamente iba a despedirla.

Subió al camion por una de las cajas que yacía en el fondo y la tomó al leer su nombre, aunque no fuera su letra ni la reconociera en el momento. Iba a abrirla allí mismo cuando escuchó el sonido de un motor acercarse. Volteó, se abrazó a la caja y regresó sobre sus pasos.

Escuchaba los suspiros de admiración de los niños y las palabras de Eunwoo por montar la motocicleta que se acercaba a ellos a medida que retomaba la salida.

Abandonó el camión con la caja dentro y de un saltó volvió a la vereda. El motor se apagó frente a sus ojos pero quien la manejaba se mantuvo en su lugar. Momo se acercó, rodeó el vehículo y regresó a su lugar.

-Llegas tarde- le reprochó al notar el cuerpo femenino que se escondía bajo un traje alpinestar color negro. La chica soltó el manubrio, quitó su casco y Momo no pudo despegar sus ojos del movimiento que su cabello bailó contra el viento. Sus miradas se encontraron, la chica abandonó la motocicleta y avanzó de lleno hasta ella; le rodeó el cuello, tiró de su nuca y atrapó su boca con la suya en un beso que se llevó todo su oxígeno.

No podía apartarse, sus ojos seguían abiertos y la boca de su compañera continuaba moviéndose. Momo sintió un pinchazo en su estómago. Y más abajo. Mucho más abajo.

La chica abrió sus ojos y volvieron a mirarse. Ella vagó su vista y estudió su rostro, le pareció hermosa y sensual por igual. Colocó una mano en su abdomen e intentó separarla, pero la muchacha se pegó a ella y se separó apenas para susurrarle algo.

-Están viéndonos. Has esto bien y bésame- rodeó de inmediato su cintura y la golpeó contra ella, besándola con más vigor y disfrutando de su boca por primera vez. La chica pasó su otro brazo tras su cuello y tiró hacia abajo, respondiéndole con algo de posesión como si de un matrimonio duradero se tratara.

Reglas de Oro | Dahmo G!PDonde viven las historias. Descúbrelo ahora