Al amanecer, Eva caminó hacia la colina. A medida que se acercaba, el aire se volvía más denso, más pesado, como si la atmósfera misma quisiera impedirle el paso. La casa emergió de la niebla, una estructura decrépita y antigua, con ventanas rotas y puertas desvencijadas. Parecía que el tiempo había olvidado este lugar, dejándolo a merced de las sombras.
Al entrar, Eva sintió un escalofrío que recorrió su espalda. El interior estaba cubierto de polvo y moho, y un olor rancio impregnaba el aire. Sin embargo, lo más perturbador era la sensación de ser observada. A pesar de que estaba sola, no podía sacudirse la idea de que algo, o alguien, estaba allí con ella.
Exploró la casa con cautela, tomando notas y fotografías. Sin embargo, a medida que avanzaba, la sensación de inquietud se intensificaba. Las sombras parecían moverse a su alrededor, y a veces juraba escuchar un susurro, apenas audible, pero innegablemente presente.
Entonces, en una de las habitaciones del segundo piso, encontró un diario. Era antiguo, con las páginas amarillentas y la tinta desvaída. Pertenecía a una mujer llamada Elena, quien había vivido en la casa hacía más de un siglo. Eva comenzó a leerlo, y con cada palabra que descifraba, sentía cómo su mente comenzaba a resquebrajarse.
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El susurro de las sombras
TerrorEn una pequeña y aislada aldea, donde el sol apenas se asoma entre las montañas y la niebla nunca desaparece del todo, hay una casa abandonada en la cima de una colina. Nadie en el pueblo habla de ella, pero todos saben que está allí, vigilando en s...