El Precio de la Perfección

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Con el paso de las semanas, Lucas y Mateo se volvieron inseparables. Ambos intentaban navegar por el mar de expectativas que la Escuela Nuevo Horizonte les imponía. Sin embargo, cuanto más se esforzaban, más se daban cuenta de que no era suficiente. Cada examen, cada proyecto, parecía una nueva montaña que escalar, y aunque sus notas mejoraban, la presión no hacía más que aumentar.

Un día, Lucas notó algo extraño en Mateo. Estaban estudiando juntos en la biblioteca cuando Mateo, que solía ser optimista y bromista, parecía distante y nervioso. Estaba más callado de lo normal y se rascaba el brazo constantemente, como si intentara calmar una ansiedad que lo consumía por dentro.

—¿Estás bien, Mateo? —preguntó Lucas, preocupado.

Mateo asintió rápidamente, pero su mirada lo delataba. Bajó la vista a sus libros y, después de un largo silencio, finalmente habló:

—No puedo más, Lucas. Todo esto… la presión, las expectativas… es demasiado. Siento que, por más que me esfuerzo, nunca es suficiente.

Lucas sintió un nudo en el estómago. Él mismo había estado lidiando con esos mismos sentimientos, pero ver a su amigo al borde de romperse lo hizo darse cuenta de lo graves que se habían vuelto las cosas.

Esa misma semana, los profesores anunciaron un nuevo proyecto: un trabajo en grupo que contaría para un gran porcentaje de la nota final. Lucas y Mateo decidieron formar un equipo junto a otros dos compañeros, Clara y Diego, quienes también sentían la presión constante de la escuela.

Los cuatro se reunieron en la casa de Lucas para trabajar en el proyecto. Al principio, todo parecía ir bien. Clara era meticulosa y organizada, mientras que Diego tenía un talento natural para la presentación y las ideas creativas. Mateo y Lucas aportaban sus propios puntos fuertes, y juntos parecían estar en buen camino para crear un proyecto destacado.

Pero a medida que avanzaban, la obsesión por la perfección comenzó a apoderarse del grupo. Clara revisaba cada detalle con una precisión casi obsesiva, Diego trabajaba hasta altas horas de la noche buscando la manera de hacer su parte "impecable", y Mateo, normalmente relajado, se volvía cada vez más irritable y ansioso.

Una noche, después de un largo día de trabajo, Lucas notó que Mateo se había quedado callado, mirando su pantalla sin moverse. Preocupado, decidió hablar con él en privado.

—Mateo, creo que necesitamos un descanso. Esto está empezando a afectarnos a todos —dijo Lucas con suavidad.

Pero Mateo, en lugar de relajarse, explotó.

—¡No entiendes, Lucas! —gritó, sorprendiéndolo—. Si no hacemos esto perfecto, si no sacamos la mejor nota, todo habrá sido en vano. ¿Qué pasa si fallamos? ¿Qué pasa si no somos lo suficientemente buenos?

Las palabras de Mateo resonaron en la cabeza de Lucas. La búsqueda de la perfección estaba devorando a su amigo, y probablemente, a muchos más en la escuela. ¿Cómo habían llegado a un punto donde el miedo a no ser perfecto superaba la importancia de aprender, de disfrutar, de ser ellos mismos?

Al día siguiente, Lucas decidió hablar con Clara y Diego. Sabía que, aunque la perfección parecía ser el objetivo, seguir por ese camino solo llevaría a más estrés y frustración.

—No podemos seguir así —les dijo, intentando sonar firme—. Este proyecto se supone que debe enseñarnos algo, pero solo estamos desgastándonos. La perfección no es más importante que nuestra salud mental.

Clara y Diego lo miraron con sorpresa al principio, pero luego comenzaron a asentir lentamente. Todos habían sentido la presión, pero nadie se había atrevido a hablar de ello.

—Lucas tiene razón —dijo Diego finalmente—. Si seguimos por este camino, vamos a terminar odiando lo que estamos haciendo.

Juntos, decidieron cambiar su enfoque. En lugar de obsesionarse con cada pequeño detalle, comenzaron a trabajar de manera más colaborativa, apoyándose mutuamente y permitiéndose errores sin juzgarse. El cambio en la dinámica fue inmediato. El ambiente se alivió, y empezaron a disfrutar del proceso, aprendiendo realmente lo que estaban investigando, en lugar de solo preocuparse por las notas.

Mateo también comenzó a mejorar. Aunque la presión seguía allí, saber que tenía amigos que lo entendían y lo apoyaban le dio la fuerza para seguir adelante sin sentirse abrumado.

Cuando finalmente entregaron el proyecto, no sabían si sacarían la mejor nota, pero se sintieron orgullosos de lo que habían hecho. Habían aprendido no solo sobre el tema en cuestión, sino sobre la importancia de cuidarse entre ellos y de no dejar que las expectativas externas los definieran.

Al final, el grupo obtuvo una buena calificación, pero lo más importante fue que habían encontrado una manera de enfrentar la presión sin perderse a sí mismos en el camino.





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