II

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KYAN



Como todos los días, mi despertador suena a las seis y media de la mañana. Roy sigue dormido cuando termino de vestirme y de tomarme el primer café del día. A las siete en punto salgo de por la puerta sin hacer ruido y empiezo a correr. La ciudad aún duerme, aprovechando el verano, así que apenas me cruzo con nadie durante mi recorrido. A las nueve, vuelvo a entrar en el edificio con un par de cafés y una caja de stroopwafels. Oigo ruido en la planta superior. Juraría que ese piso estaba vacío. Dudo sobre si ignorarlo o subir a comprobar si ha sido una alucinación, pero no hace falta, porque en cuanto encuentro la llave de la puerta, una chica con el pelo dorado baja por las escaleras, ataviada con ropa de deporte, mientras mira el móvil con el ceño fruncido. La observo bajar, y ella se percata de mi presencia cuando termina de bajar las escaleras. Su mirada pasa de concentrada a sorprendida, y después, a extrañada. Abre la boca, con intención de decir algo, pero no produce ningún sonido.

— Hola —digo en inglés, porque sé que no tiene ni idea de neerlandés.

— Hola —dice, parece más tranquila ahora—. Esto... voy a...

— Sí —digo, y ella asiente con la cabeza antes de bajar.

Entro en casa, aún confuso, y veo a Roy sentado en el sofá mirando la pequeña televisión.

— Buenos días —dice en neerlandés.

— He traído café y stroopwafels.

Mi mejor amigo me dedica una sonrisa antes de levantarse y arrebatarme la comida de las manos.

— Has tardado un poco más hoy.

Miro mi reloj. Son las nueve y cinco.

— Solo han sido cinco minutos.

— Pues eso.

Pongo los ojos en blanco y él sigue hablando como si nada.

— ¿Recuerdas a las chicas de ayer?

— Viven arriba —sentencio, y Roy me mira con perplejidad.

— ¿Qué?

— Acabo de ver a una de ellas bajar las escaleras.

— Dime que es mentira, por favor.

— Lo siento, Roy.

— ¿A cuál has visto?

— No era tu amiga —digo con sarcasmo.

— Pero se lo contará.

— Claro, igual que yo a ti. Pero son nuestras vecinas, no deberíamos llevarnos mal.

— Kyan, tengo novia. Y esa chica, la rubia... —finge que le recorre un escalofrío y yo vuelvo a poner los ojos en blanco.

— Primero, ambas son rubias, y segundo, deberías hablar con la que es más pelirroja, seguro que sabrá controlar a su amiga.

— No es pelirroja.

— Un poco sí.

— Es rubia.

— Tiene el pelo rubio con reflejos pelirrojos.

— Qué observador para haberla visto dos veces.

— Tengo buena memoria.

— Ya claro, seguro que es por eso.

— ¿Qué insinúas, Roy Nagel?

MetanioaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora