Atrapados, Encarcelados y Torturados

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ACTO 1: La Oscuridad de la Mazmorra

El eco de los gritos de Alaric IV resonaba en las profundidades de la mazmorra, un lugar donde la luz del sol nunca alcanzaba y donde la esperanza era solo un recuerdo distante. Encadenado a las frías paredes de piedra, el último rey de Eldoria soportaba una tortura que parecía no tener fin. Su cuerpo, una vez fuerte y joven, ahora estaba marcado por cicatrices, pero a pesar de los horrores a los que era sometido, su inmortalidad le negaba la liberación de la muerte.

Las semanas se convertían en meses, y el tiempo perdía su significado en la oscuridad. Los carceleros, hombres crueles y sádicos, encontraban placer en su sufrimiento. Lo golpeaban, lo quemaban, lo cortaban, pero siempre se curaba, siempre volvía a ser el mismo. Esto solo alimentaba más su sadismo, convirtiendo a Alaric en su entretenimiento perverso. Sin embargo, mientras su cuerpo sanaba, su mente y espíritu comenzaban a quebrarse bajo la interminable tortura.

ACTO 2: Un Encuentro Inesperado

En una celda cercana, un hombre observaba en silencio. A diferencia de los otros prisioneros, que se mantenían alejados de la locura de los gritos de Alaric, este hombre sentía una compasión silenciosa por el joven rey. Su nombre era Darius, un ladrón de orígenes humildes que había caído en desgracia. A diferencia de otros prisioneros que habían cometido crímenes atroces, Darius había robado solo para sobrevivir, para alimentar a su familia en tiempos de hambre y desesperación.

Darius no era torturado como los demás. Su crimen era menor, y aunque su destino era pasar sus días en la prisión, los carceleros no lo veían como una amenaza. En lugar de sufrir las brutalidades que se infligían a Alaric, Darius pasaba sus días en relativa paz, ayudando a los guardias con tareas menores a cambio de un trato más indulgente.

Una noche, después de que los gritos de Alaric finalmente se apagaron y los carceleros se habían retirado, Darius decidió acercarse a la celda del joven rey. Sabía que lo que hacía era peligroso, pero no podía ignorar más la agonía de su compañero de prisión. Con sigilo, se deslizó hasta la puerta de la celda de Alaric y habló en voz baja.

—¿Sigues con vida, amigo? —preguntó Darius, su voz ronca pero llena de preocupación genuina.

Alaric, agotado por el dolor y la desesperación, apenas podía levantar la cabeza. Sus ojos, antes llenos de fuego y determinación, ahora mostraban una profunda tristeza, pero también una chispa de curiosidad ante la voz desconocida.

—¿Quién... quién eres? —murmuró Alaric, su voz débil.

—Mi nombre es Darius. Soy... solo un hombre que tuvo mala suerte, como tú. —Darius se acercó un poco más, tratando de ver el rostro de Alaric a través de la oscuridad—. He escuchado tus gritos, y... bueno, nadie merece sufrir así.

Alaric intentó sentarse, sus movimientos torpes por el dolor reciente. A pesar de todo, la cortesía que había aprendido como príncipe no lo había abandonado por completo.

—Gracias, Darius, por preocuparte. Pero... soy un prisionero como cualquier otro. Este es el destino que me ha tocado.

Darius negó con la cabeza, aunque sabía que Alaric no podía verlo.

—No eres como cualquier otro, Alaric. He oído hablar de ti, de lo que eras antes de que cayera tu reino. No sé por qué te torturan así, pero sé que nadie lo merece, sin importar su pasado.

ACTO 3: Una Amistad en la Oscuridad

Con el tiempo, Darius comenzó a visitar a Alaric cada noche, trayendo consigo pequeñas porciones de comida o un poco de agua que lograba esconder de los guardias. Aunque era poco, estos gestos eran un salvavidas para Alaric, que poco a poco comenzó a recuperar algo de su fuerza y, más importante aún, su voluntad de vivir.

Las conversaciones entre los dos hombres se convirtieron en un bálsamo para el alma torturada de Alaric. Darius le contaba historias de su vida antes de la prisión, de cómo había sido un simple campesino que se había visto obligado a robar para alimentar a su esposa e hijos. Había sido atrapado y condenado, pero incluso en la cárcel, su espíritu no se había roto. Alaric, por su parte, comenzó a confiar en Darius, compartiendo con él fragmentos de su pasado, aunque sin revelar del todo su maldición.

—Antes de todo esto, fui un rey. Pero no supe proteger a mi gente... a mi familia —confesó Alaric una noche, su voz teñida de amargura—. Y ahora, estoy aquí, pagando por mis errores, incapaz de morir, incapaz de encontrar la paz.

Darius, al escuchar esto, se dio cuenta de que Alaric cargaba con una culpa que iba más allá de la caída de su reino. Pero en lugar de juzgarlo, sintió una profunda empatía.

—Todos cometemos errores, Alaric. Pero eso no significa que merezcas sufrir así. Si alguna vez salimos de aquí, tal vez puedas encontrar una manera de redimirte, de hacer algo bueno con la vida que te queda.

ACTO 4: La Semilla de la Esperanza

Con el paso del tiempo, la presencia de Darius comenzó a dar a Alaric una razón para resistir. Aunque seguía siendo torturado regularmente, cada vez que los guardias lo dejaban solo, sabía que Darius estaría allí para ayudarlo a recuperarse. Esta pequeña pero constante bondad comenzó a plantar en Alaric una semilla de esperanza, una razón para seguir adelante, aunque el futuro pareciera incierto.

Pero a medida que los días se convertían en semanas, Darius y Alaric sabían que su tiempo en la prisión no duraría para siempre. Los guardias comenzaban a sospechar de la creciente fortaleza de Alaric, y sabían que tarde o temprano, su vínculo sería descubierto. A pesar de la oscuridad que los rodeaba, ambos hombres comenzaron a trazar un plan, un plan que les daría una oportunidad, por pequeña que fuera, de escapar de la mazmorra y del destino que los esperaba si permanecían allí.

Aunque Alaric seguía luchando con su maldición y los recuerdos de su trágico pasado, la amistad con Darius le dio una nueva perspectiva. Ahora, tenía un propósito, una razón para sobrevivir más allá del simple deseo de morir. Tenía que encontrar una manera de escapar, no solo por él mismo, sino por Darius, el hombre que había sido una luz en la oscuridad más profunda de su vida.

Y así, mientras las noches pasaban en la mazmorra, Alaric y Darius aguardaban el momento adecuado para intentar lo imposible: recuperar su libertad en un mundo que parecía haberlos olvidado.

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