¿El Fin de Alaric?

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Alaric avanzó por el último corredor, el eco de sus pasos resonando en las paredes sombrías de la fortaleza. Las heridas en su brazo y pierna ardían con cada movimiento, pero la determinación en su corazón era un fuego aún más intenso. Frente a él, se encontraban las puertas de la sala del trono de Malphas, enormes y oscuras, decoradas con relieves de demonios y escenas de tortura que parecían moverse bajo la tenue luz que filtraba a través de grietas en el techo.

Con un empujón, las puertas se abrieron de par en par, revelando la vasta sala donde Malphas aguardaba. El demonio estaba sentado en un trono de huesos y sombras, su figura envuelta en una niebla oscura que se movía como si tuviera vida propia. Alaric y Malphas se miraron fijamente, el aire entre ellos cargado de siglos de odio y rencor no expresados. La sala estaba vacía, salvo por el aura de poder que emanaba de Malphas, que parecía hacer vibrar las paredes mismas.

Sin palabras, Alaric avanzó, y Malphas se puso de pie, con una sonrisa que no prometía nada bueno. Con un movimiento de su mano, Malphas lanzó una ráfaga de energía oscura hacia Alaric, quien la esquivó con un ágil salto. La batalla había comenzado.

Alaric cargó con su tridente en alto, y Malphas conjuró una espada forjada en el abismo del Tártaro. Los dos se encontraron en una explosión de fuerza y magia, el tridente chocando contra la espada en una serie de golpes que hicieron temblar la sala. Malphas se movía con una velocidad sobrenatural, atacando desde todas las direcciones, pero Alaric, impulsado por siglos de experiencia y su odio eterno, lo igualaba en cada movimiento.

El combate era feroz y despiadado. Cada golpe resonaba como un trueno, y chispas de energía demoníaca y mágica iluminaban la oscuridad de la sala. Alaric se lanzó con una serie de estocadas, logrando rasgar la carne de Malphas, pero a cambio recibió cortes profundos en su propio torso y brazos. La sangre de ambos salpicaba el suelo, evaporándose en un humo negro al tocar las losas malditas del suelo.

Malphas, aprovechando un momento de debilidad, lanzó a Alaric contra una columna de piedra. Alaric cayó al suelo con un gruñido de dolor, su tridente rodando lejos de su alcance. Malphas avanzó, su espada levantada para el golpe final.

—¿Es esto todo, Alaric? —se burló Malphas, su voz retumbando con un eco malévolo—. ¿Es este el final del "Dios de la Sangre"?

Alaric, jadeando, extendió su mano hacia su tridente y, con un último esfuerzo, lo atrajo hacia él, bloqueando el golpe de Malphas en el último segundo. Con un movimiento rápido, Alaric giró el tridente y lo clavó en el costado de Malphas, la hoja central perforando su carne demoníaca. Malphas aulló de dolor, su forma ondulando mientras la magia del tridente comenzaba a drenarlo.

Malphas cayó de rodillas, sus fuerzas debilitándose rápidamente mientras la luz de su poder se apagaba. Alaric, con la respiración entrecortada y las heridas aún sangrantes, se acercó al demonio. Malphas lo miró con furia, su orgullo destrozado, su derrota evidente.

—Hazlo... mátame —gruñó Malphas, con un odio ardiente en su mirada—. Termina con esto, Alaric.

Pero Alaric no alzó el tridente para el golpe final. En cambio, lo bajó, y una sonrisa sombría apareció en su rostro.

—No, Malphas. Matarte sería liberarte de tu castigo. —Alaric inclinó la cabeza hacia el demonio, su voz firme y llena de una fría resolución—. En lugar de eso, serás mi sirviente eterno. Serás mi sombra y harás mi voluntad, o destruiré todo lo que has construido, piedra por piedra, alma por alma.

Malphas intentó levantarse, pero su cuerpo estaba débil, consumido por el poder del tridente. Alaric se acercó y, con una mirada que no dejaba lugar a dudas, añadió:

—Curarás mis heridas ahora, Malphas. Y recuerda, si hay algún truco, si intentas cualquier traición... lo perderás todo. Yo mismo arrancaré de raíz tu imperio y lo reduciré a cenizas.

Malphas, derrotado y sin opciones, alzó una mano temblorosa. Unos murmullos en una lengua antigua escaparon de sus labios, y una energía oscura fluyó desde su palma hacia Alaric, cerrando las heridas y restaurando su fuerza. El demonio estaba ahora encadenado no por magia, sino por la voluntad inquebrantable de Alaric, su antiguo enemigo convertido en amo.

Alaric observó cómo su cuerpo se restauraba, sintiendo la energía de la magia oscura recorriendo sus venas. Sus heridas cerradas, su fuerza renovada, pero su mirada permaneció fija en Malphas, recordándole su lugar con cada segundo que pasaba.

—Levántate —ordenó Alaric, su voz un mandato que resonaba como un trueno—. Tenemos trabajo que hacer.

Malphas, humillado y reducido a una mera sombra de su antigua gloria, se levantó lentamente. Así comenzó una nueva era para ambos: uno, un guerrero inmortal que finalmente había encontrado su propósito; el otro, un señor demonio, ahora esclavo de su propia creación. La lucha había terminado, pero la historia de Alaric y su sirviente recién comenzaba, marcada por la promesa de una nueva y eterna batalla contra las sombras del pasado y las que aún estaban por venir.

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⏰ Última actualización: Aug 28 ⏰

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