Capítulo 16

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El asfixiante calor que ha hecho esta semana ha sido un verdadero impedimento para los actos sociales. Esta autora vio cómo la señorita Prudence Featherington se desmayaba en el baile de Huxiey, pero es imposible saber si fue por el calor o por la presencia de Agustín Esposito, que ya ha roto más de un corazón desde su regreso del continente.

Lady Danbury también ha caído víctima de las sofocantes temperaturas y se fue hace varios días, alegando que su gato (una criatura con mucho pelo) no soportaba el calor. Es de suponer que se habrá refugiado en su casa de campo.

Cualquiera diría que a los duques de Hastings no les han afectado las altas temperaturas; están en la costa, donde la brisa marina siempre se agradece. Sin embargo, esta autora no puede estar segura porque, en contra de lo que muchos piensan, no tiene espías en todas las familias y, mucho menos, fuera de la ciudad.

REVISTA DE SOCIEDAD DE LADY WHISTLEDOWN, 2 de junio de 1813


Era extraño, pensó Pedro, que no llevaban casados ni quince días y ya habían adquirido unas rutinas y costumbres muy agradables. Ahora mismo, él estaba descalzo en la puerta de su vestidor aflojándose la corbata mientras observaba a su mujer peinándose. Y el día anterior había hecho lo mismo. Había algo extrañamente natural en esa situación.

Y las dos veces, pensó maliciosamente, había planeado seducirla y llevársela a la cama para hacerle el amor. Ayer, por supuesto, lo había conseguido. Una vez aflojada la corbata, la dejó caer al suelo y dio un paso adelante. Hoy también lo conseguiría.

Se detuvo al lado de Mariana y se apoyó en el tocador. Ella lo miró y parpadeó. Pedro le acarició la mano y los diez dedos quedaron alrededor del mango del cepillo.

-Me gusta ver cómo te cepillas el pelo -dijo-, pero me gusta más hacerlo yo mismo.

Mariana lo miró fijamente. Lentamente, soltó el cepillo.

-¿Has acabado con las cuentas? Estuviste con el contable mucho tiempo.

-Sí, fue un trabajo duro pero necesario, y... -Se quedó inmóvil-. ¿Qué estás mirando?

Mariana apartó los ojos de su cara.

-Nada -dijo ella, con la voz claramente entrecortada.

Pedro agitó levemente la cabeza; un movimiento más dirigido a él que a ella, y luego empezó a peinarla. Por un momento, le había parecido que Mariana le estaba mirando la boca.

Intentó controlar la necesidad de tartamudear. Cuando era pequeño, la gente siempre le miraba la boca. Lo miraban con una fascinación horrorizada, mirándolo ocasionalmente a los ojos, pero siempre acababan volviendo a la boca, como si no pudieran creerse que un niño con un aspecto tan normal pudiera producir esos sonidos.

Pero ahora debía haber sido su imaginación. ¿Por qué iba Mariana a mirarle la boca?

Le pasó el cepillo suavemente por el pelo, acariciándolo también con los dedos.

-¿Te lo has pasado bien con la señora Colson? -le preguntó.

Mariana se estremeció. Fue un movimiento muy pequeño y pudo controlarlo bastante bien, pero Pedro igualmente se dio cuenta.

-Sí -dijo-. Sabe muchas cosas de la casa.

-Ya lo creo. Ha vivido aquí desde siem... ¿Qué estás mirando?

Mariana dio un salto en la silla.

-Estoy mirando al espejo -dijo.

Y era cierto, pero Pedro tenía la mosca detrás de la oreja. Mariana tenía los ojos fijos en un punto.

El duque y yo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora