Capítulo 14

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Nos han dicho que la boda del duque de Hastings con la antigua señorita Esposito, aunque fue íntima, fue muy festiva. La señorita Hyacinth Esposito (de diez años) le confesó a la señorita Felicity Featherington (también de diez años) que el novio y la novia no dejaron de reír en toda la ceremonia. La señorita Felicity se lo dijo a su madre y ésta, a todo el mundo. Esta autora confiará en la palabra de la señorita Hyacinth, ya que no recibió una invitación para acudir al feliz acontecimiento.

REVISTA DE SOCIEDAD DE LADY WHISTLEDOWN,
24 de mayo de 1813


No habría viaje de novios. Después de todo, no habían tenido demasiado tiempo para preparar la boda. En lugar de eso, Pedro lo había arreglado todo para que pasaran algunas semanas en Clyvedon Castle, el feudo ancestral de los Lanzani. A Mariana le pareció bien porque se moría de ganas de escaparse de Londres y de los escrutadores ojos y oídos de la sociedad inglesa.

Además, tenía mucha curiosidad por conocer el lugar donde se había criado Pedro. Se lo imaginó de pequeño. ¿Había sido tan irrefrenable como era con ella? ¿O había sido un niño tranquilo y reservado como se mostraba delante de los demás?

El nuevo matrimonio salió de Esposito House entre vítores y abrazos, y Pedro ayudó a Mariana a subir al carruaje. A pesar de que era verano, el aire era fresco y Pedro le cubrió las piernas con una manta. Mariana se rió.

-¿No te parece excesivo? -dijo-. No creo que coja frío. Hasta tu casa hay muy poco trayecto.

Él la miró, extrañado.

-Nos vamos a Clyvedon.

-¿Esta noche?

Mariana no pudo ocultar su sorpresa. Creía que partirían al día siguiente. Clyvedon estaba cerca de Hastings, en la costa sureste de Inglaterra. Además, ya era bien entrada la tarde y eso quería decir que llegarían al castillo de madrugada. No era la noche de bodas que Mariana había imaginado.

-¿No sería mejor pasar esta noche en Londres y viajar mañana a Clyvedon? -preguntó.

-Ya está todo arreglado -dijo él.

-Ah... está bien -dijo Mariana, haciendo esfuerzos para esconder su decepción. Estuvo callada durante un buen rato, mientras el carruaje se ponía en movimiento. Cuando llegaron a la esquina de Park Lane, preguntó-. ¿Pararemos en alguna posada?

-Claro -respondió Pedro-. Tendremos que cenar. No estaría bien hacerte pasar hambre en nuestro primer día de casados, ¿no crees?

-¿Y pasaremos la noche en la posada? -insistió ella.

-No, iremos... -Pedro cerró la boca y luego relajó la expresión. Se giró hacia ella y la miró con una cara muy tierna-. Soy un bruto, ¿verdad?

Ella se sonrojó. Siempre que la miraba así, se sonrojaba.

-No, no, es que me sorprendió que...

-No, tienes razón. Pasaremos la noche en la posada. Conozco una que está bastante bien y nos queda a medio camino. Tienen comida caliente y las camas están limpias. -Le tocó la barbilla-. No abusaré de ti obligándote a hacer todo el viaje hasta Clyvedon en un día.

-No es que no pueda aguantarlo -dijo, sonrojándose todavía más por las palabras que iba a pronunciar-. Es que nos acabamos de casar y, si no nos paramos en una posada, tendremos que pasar la noche en el carruaje, y...

-No digas más -dijo él, colocándole un dedo sobre los labios.

Mariana asintió, agradecida. No le apetecía hablar de su noche de bodas así. Además, parecía que lo propio era que fuera el hombre el que sacara el tema. Después de todo, de los dos, Pedro era el experto.

El duque y yo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora