Por Betzy T.
El silencio de la biblioteca era abrumador y sin embargo transmitía tranquilidad, era el lugar favorito de Andra, pero no por todos los libros que tenía la oportunidad de leer ni de todas las cosas que podía aprender estando allí. Su mesa siempre estaba llena de libros de distintos temas, en los que sobresalían los de medicina, nadie solía sentarse a su lado porque tarde o temprano perderían espacio. Andra no apartaba la vista de los libros salvo para cambiar el tomo que leía. Aquel lugar era el único que le otorgaba tranquilidad desde que se había vuelto un daimon y había perdido a su familia completa. Ser la sobreviviente de esa tragedia no era algo con lo que gustaba cargar.
La biblioteca era para ella un lugar que le abría las puertas a lugares que jamás visitaría, como daimon médico que era sabía que su lugar era en la academia. Por otro lado, el estar allí le había dado la oportunidad de resolver el mayor misterio que escondían aquellas paredes: la identidad del guardián de la biblioteca.
Desde que había llegado siendo una niña había escuchado los cuentos de la bestia que protegía el lugar y aunque la había visto, no había sido sino hasta que fue victima de una mala broma que conoció la verdadera forma del guardián, un maestro que prefería esconderse entre las sombras y que esa vez no solo había calmado su llanto, sino que había intercedido por ella ante su maestra para evitar el castigo. De esa vez ella solo había guardado en su memoria sus hermosos ojos verde con azul con heterocromía que le recordaba la laguna que solía visitar cuando estaba en su hogar.
Ahora con veinte años, iba seguido a la biblioteca y se marchaba cuando ya estaba por caer la noche, antes de ser castigada, solía dejarle notas a su maestro rogando conocerlo, compartir un té o una conversación, pero todas sus notas siempre habían sido en vano, aunque desaparecían nada le aseguraba que las estuviese recibiendo, quizás solo las desechaban en la basura.
Ese día en particular estaba más cansada que otros días y todo se debía a los heridos que habían llegado en la madrugada, su maestra, Kana, confiaba en ella para atenderlos mientras ella se ocupaba de los que estaban en mayor grado de urgencia, y eso había supuesto un agotamiento enorme, nunca había atendido tantos pacientes juntos. Por lo que sin darse cuenta se quedo dormida sobre uno de los libros que tenía frente a ella.
Al abrir los ojos se dio cuenta que era muy tarde, todo estaba apagado y por las ventanas se veía la luna en su cenit con una luz tan débil que a duras penas alumbraba el lugar, ¿Cómo no la habían despertado? Siempre pasaba un ayudante a asegurarse que nadie se quedara, si su maestra se enteraba se iba a meter en muchos problemas.
—Quedarse en la biblioteca después de la hora no está permitido.
Andra se sobresalto al escuchar una voz apacible frente a ella y su corazón se acelero al ver los ojos que recordaba. Su maestro no estaba transformado en bestia, no, estaba allí en su verdadera forma, dejando ver un cabello blanco pálido que a duras penas se podía notar en la obscuridad, no parecía molesto y sus palabras no combinaban con su tono ni su expresión.
—Lo lamento maestro, me iré de inmediato, no calcule bien la cantidad de energía que me quedaba, por favor no le diga a mi maestra.
El silencio se apodero de la habitación y la mirada de ambos se encontró por lo que a ella le pareció una eternidad. Andra podía pasar todo el día viendo esos ojos hipnotizantes, trataba de descifrar que ocultaban, ¿Por qué se escondía tanto? Él solo asintió y ella dibujo una sonrisa amable, le hizo una reverencia y antes de marcharse se detuvo.
—Disculpe maestro, ¿podría saber cuál es su nombre?
—Retírate Andra, no querrás que me arrepienta y le diga a Kana de tu siesta.
Ella apretó la mano contra su corazón, sabia que como daimon no debía enamorarse, conocía las reglas a la perfección, pero solo quería saber su nombre, eso la ayudaría a matar los sentimientos que estaban naciendo dentro de ella. Dio algunos pasos hacía la salida y la fuerza de su cuerpo se desvaneció, sentía sus piernas flaquear y todo a su alrededor volverse borroso. Por un instante vio de cerca los ojos que tanto admiraba, trató de decir algo, pero el sueño se apodero de ella.
Al despertar en su habitación se sintió confundida, se tocó la cabeza para centrar sus pensamientos, recordaba haberse quedado dormida en la biblioteca y su conversación con el guardián de la misma, evocar esos pensamientos la hizo sonrojarse, se volvió a acostar y ver el techo. Tenía que dejar de ir a la biblioteca, si no dejaba de hacerlo seguiría alimentando sentimientos que por normas debía callar. Una lágrima recorrió su mejilla hasta detenerse en la almohada, al girarse se percato de una nota en su mesa de noche, igual a las que ella dejaba en la biblioteca antes de marcharse.
«Toma en consideración en el cálculo de tu energía la presencia de la raíz del árbol de la resurrección que como médico llevas contigo. No vuelvas a dormir en la biblioteca»
Andra dejo salir un suspiro, eso era lo mejor, que su maestro la considerara una discípula descarriada que solo rompía las reglas, solo de esa forma ella misma podría obligarse a dejar de ir, solo de esa forma podría silenciar lo que sentía.
Andra releyó la nota una y otra vez y al hacerlo se percato de lo que estaba detrás de la misma, allí con una perfecta ortografía y caligrafía estaba escrita la firma de la nota, al leerla se le acelero el corazón y le hizo sentir calor en las mejillas, se sentó de golpe en la cama y leyó la firma nuevamente. «Yoshimi. El guardián de la biblioteca»
Ese era el nombre que tanto había buscado conocer. ¿Esa era una señal para no abandonar sus sentimientos? ¿Qué le haría su maestra si se enteraba de sus sentimientos? Tenia que ser más discreta, vivir eternamente con ese secreto y guardar esa alegría para la privacidad de su cuarto. Quizás su maestro jamás volvería a verla, pero no se iba a rendir tan fácil, iba a amarlo en secreto, sin que nadie supiera y sin ser correspondida, sabia todo el dolor que eso acarrearía, pero él era para ella la pequeña luz que la mantenía con vida.
En la biblioteca, en el lugar donde Andra había dormido unas horas antes estaba Yoshimi terminando de guardar los libros que ella había dejado, debajo del que ella había usado como almohada había una nota pequeña. Él la levanto y leyó en voz alta su contenido.
—«Gracias por cuidar de la biblioteca maestro. Debe ser solitario cuidar de ella usted solo, quisiera tomar un té con usted alguna vez y poder conocerlo.» — él dejo salir un gran suspiro. —Solo está siendo amable.
Él guardo la nota en su bolsillo para terminar de acomodar todo. Al volver a la seguridad de su habitación sacó la nota nuevamente leyendo cada una de las frases con cuidado. Paso el dedo sobre la nota y se colocó la mano en la cabeza jalando con fuerza su cabello y apretando la nota entre sus manos. Se levanto y la guardo junto a todas las demás que había recolectado. Se acostó sobre la cama y observo el uniforme dorado que estaba guindado en el perchero esperando por él.
—Un juez no debe tener ningún tipo de cercanía con nadie. Un daimon no debe amar a nadie. Yo debo permanecer oculto en las sombras—Se repitió varias veces mientras las lágrimas salían por sus ojos y recordaba el calor del cuerpo de Andra en sus brazos mientras la llevaba a su habitación.
Se había permitido un encuentro con ella, había entrado en su mente para conocer la habitación donde debía llevarla, se vio tentado a quitar su imagen de sus recuerdos, para él hubiese sido muy sencillo, pero esperar esas notas todos los días lo llenaba de emoción, una que no había sentido en miles de años. Como parte de un juez tenía que cumplir las reglas al pie de la letra, pero si debía romper las normas lo haría por ella, aunque estuviese enamorado solo, admirarla desde la distancia bastaba para él, pues esa sonrisa que ella mostraba al leer y las palabras que le dedicaba en cada nota eran el único motivo por el que se despertaba cada dia.
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Amor Imposible. Relatos
Short StoryLos autores y autoras de la Resitencia Escrita, comparten esta antología de relatos sobre esos amores que por diversas circunstancias no son posibles, pero que no deja de anhelar el corazón.