CAPÍTULO 2

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—¡Si mamá! —dice el joven de cabello rubio y rizos alborotados por quinta vez al teléfono hablando con su madre sobreprotectora

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—¡Si mamá! —dice el joven de cabello rubio y rizos alborotados por quinta vez al teléfono hablando con su madre sobreprotectora.

—No dejes tus cosas en cualquier lado que te las pueden robar —la mujer al otro lado de la llamada contesta sin escuchar a su hijo— guarda tu celular en la parte de abajo de tu mochila.

—¡Si mamá! —el joven se coloca la primera camisa que encuentra en su armario, una de color verde oscuro con un bolsillo en el pecho derecho de tela militar.

—Recuerda preguntar al profesor cualquier duda que tengas —dice la mujer acompañada de un sonido de una cacerola al otro lado del celular de su hijo.

—¡Si mamá! —toma su mochila— ¡Adiós! —y cuelga la llamada.

Antes de salir de su habitación, se mira al espejo detrás de la puerta y desordena sus rizos rubios y claros para verse un poco mejor y que no se note que se acababa de levantar gracias a la llamada de su mamá. Sonríe al espejo y sale bajando las escaleras directamente a la cocina en dónde ve a su madre recogiendo la cacerola del suelo, rueda los ojos y se acerca a ayudarle.

—¿Por qué me cuelgas? —la mujer del mandil color azul con flores le reclama con las manos en las caderas dándole un golpe en la cabeza en forma de regaño, a lo que su hijo se queja al instante.

—Mamá ya iba a bajar, ya te dije que no es necesario que me marques mientras esté yo en casa —el chico se echa a la boca una rebanada de manzana del plato que estaba sobre la barra.

—Es la única forma de despertarte Alberto.

—Pero ya estaba despierto.

—¿Quién me asegura que no te vayas a volver a dormir?

—No es necesario que estemos hablando por el celular.

—Es que tampoco escuchas la alarma.

Tiene razón.

—Soy de sueño pesado —se rasca la nuca con una risa nerviosa en su rostro mientras ve a su mamá moverse de un lado a otro.

—No. A mí no me engañas, Alberto.

El muchacho deja de masticar la última rebanada de manzana.

—Estas dibujando durante la noche.

—¿Yo? Claro que no —finge demencia negando con la cabeza.

—¡No nací ayer!

—Bueno si.

No podía engañar a esa mujer, era su madre y estaba al pendiente de él desde que su padre decidió dejarlos cuando tenía al menos 6 años; solía ser una madre sobreprotectora que cuidaba demasiado a su hijo y en muchas ocasiones lo incomodaba, aunque con él paso del tiempo, ambos supieron manejarlo, Alberto hablando con su madre y ella dándole más libertad.

Un Gran VeranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora