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-Vamos a ver a Caleb - Dijo Emma. Su tono indicaba que no era una sugerencia. - Necesitamos saber como está

David asintió, consciente de la urgencia en la voz de Emma. No tardaron más de unos minutos en llegar. Al abrir la puerta del departamento, vieron a Caleb en la cocina, preparando un café. Su semblante estaba firme y sereno, y casi relajado.

-¿Caleb? - Preguntaron ambos al mismo tiempo

Él levantó la vista y los miró con una sonrisa amistosa. Sus ojos cerrados inspiraban algo a David, pero no pudo descifrar de qué se trataba

-¡Están de vuelta! - Los saludó calurosamente - Desperté hace poco, pero seguía con sueño, por eso hago café. ¿Quieren un poco?

David intercambió una mirada rápida a Emma antes de responder

-¿Qué sucedió esta mañana?

-No veo la necesidad de hablar de eso - Dijo en un tono despreocupado - Es cierto que fue un mal momento, pero todos tenemos días así, ¿cierto?

Emma frunció el ceño, claramente incomoda por la actitud de Caleb. Antes de que ella pudiera presionar más, él decidió cambiar el tema.

-Por cierto, David - Dijo en un tono más serio, pero no menos amigable. - Si es que te interesa, puedo presentarte a algunas personas. Son... compañeros del trabajo, por así decirlo

-¿Compañeros de trabajo? - Levantó una ceja, desconcertado

-Exactamente - Se acercó y dejó la taza en una mesa - Quiero que demuestres qué tan capaz eres, y quizá te agrade la gente con la que colaboramos.

Emma, que lo escuchaba en silencio, decidió interrumpir.

-Es una buena idea, David.

El corazón del chico se aceleró. Sabía de algo como una mafia, y temía que se refirieran a ella. Solo conocía pocos rumores sobre la misma, pero involucrarse en esta mafia nunca fue parte de su plan.

-Confío en que puedes manejarlo - Intentó manipular Caleb discretamente, pero sin malas intenciones. Esperó un poco más a que David hablara.

-Estoy dentro - Intentó sonar más seguro de lo que se sentía.

Caleb le sonrió con aprobación. Tomó el último trago de el café y se levantó.

-Vamos entonces, no hay tiempo que perder.

Caleb se adelantó con su teléfono en mano, haciendo una llamada. David y Emma lo seguían de cerca, pero sin poder escuchar lo que decía. Esperaron afuera del edificio por unos minutos y llegó una limusina negra sin placas. Caleb abrió la puerta y les dejó pasar como si fuera la cosa más normal del mundo. La polarización de los vidrios no permitía que la luz entrara ni saliera, por lo que el auto se alumbraba con luces LED, que aún así dejaban el auto bastante a oscuras. El silencio era casi sepulcral, los asientos eran de un cuero más brillante que ningún otro que David hubiera visto antes. Se acomodaron dentro y el auto arrancó suavemente.

Despues de lo que pareció un a eternidad, la limusina se detuvo. Caleb dejó a Emma salir primero y dejó a David al último. Estaban dentro de un almacén industrial gigantesco, que, por la forma en la que estaban acomodados todos los autos, además de algunos tanques, parecía un estacionamiento. Había bastante gente con una máscara de tela. Esta gente se veía alta, algunas poseían armas de fuego y otras enfundaban espadas, pocos llevaban varios pares de las mismas. Un hombre de gala los guió dentro del estacionamiento hasta llegar a una zona apartada. Había una puerta de acero cuatro veces más gruesa que los pulgares de Caleb, que daba paso a unas escaleras. Al bajar, llegaron a una clase de túnel extenso con espacios para sellarse con más acero cada pocos metros.

Perfección de cristalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora