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Recuerdo que nos quedamos toda la noche, tuvieron que echarnos porque ya tenían que cerrar. Se había convertido en mi confidente de penas, incluso un consejero. Pero...
—No tienes que contarlo —el pelirrojo la recriminó, con las mejillas rojas—. Prometiste que no lo harías.
—Bien bien, saltaremos esa parte —mintió.
—¿Por qué tu novio te abandonó?
—¿Qué? —abrió la boca ofendida—. Espero que se te acalambre el cuello —sentenció.
—Tarde —se sobó el cuello—. Responde.
—¿Cómo sabes que era mi novio?
—Porque intentó besarte.
—¿Cómo... —lo miró seriamente—. Él no me abandonó.
—Ajá.
—¿Por qué crees que me abandonó?
—Fácil, estás aquí conmigo y no con el señor del traje —se mojó.
—No estoy contigo —le recordó—. Fue una total coincidencia.
—Te lo otorgo, pero la próxima vez creeré que me estás siguiendo.
—Yo podría pensar lo mismo —lo retó nuevamente.
—Claro —tomó un sorbo de su bebida—. No parece tu tipo.
—¿Cómo sabrías que no es mi tipo? — preguntó interesada, no iba a admitirlo, pero ella sabía que tenía razón.
—Vamos... tu cara lo dijo toda la noche —mencionó. Recordando esa triste mueca que antes adornaba su rostro y ahora era reemplazada por una sonrisa.
