Duología: Corazones En llamas.
Soy Elena, una simple muchacha de República Dominicana. Pero mi vida cambió el día que cometí el error de estar en el lugar equivocado, en el peor momento posible.
Vi algo que no debía: a Enzo Di Angelo, el hombre más...
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Estoy sentada en el sofá con Lucca en mis piernas, su cabecita recostada en mi pecho mientras juega con mis dedos. La chimenea está encendida, y el calor del fuego me reconforta, aunque el verdadero entretenimiento es Irina, que no deja de hablar.
—Te juro que nunca había pasado tanto pique en mi vida, Lena —dice, agitando las manos mientras cuenta su historia.
—¿Qué fue lo que hizo Nicolás exactamente?
—Baquea. Yo estaba tranquila, comprando un refresco en el colmado de la maldita lleva vida esa. Acababa de pagar cuando de la nada me tapan la boca. Sentí ese brazo fuerte y supe que no era un ladrón. Yo no me mié porque Dios es grande.
No puedo evitar reírme.
—¿Y klk? ¿Te dejaste agarrar normal?
—¡Le metí un codazo en el estómago y una trompa' en la cara!
Lucca se ríe.
¿Cómo es que entiende el español.... O peor aún. ¿Cómo entiende español Dominicano?
—Sí, Lucca, a Irina le faltan tornillos —le digo, aunque la mirada de Irina es pura indignación.
—Lena, le abrí una ceja ¡Se la rajé bien feo! Pero dime tú… ¿qué me gané con eso? Nada. Ese maldito se sacudió como si le hubiera dado un besito en vez de un golpe y me tiró al hombro como un saco de papas.
Empiezo a reírme con más fuerza.
—Es que te imagino dándole y él igualito.
—No te rías —se cruza de brazos, pero hasta Lucca sigue riéndose.
—Ah bueno… —respiro hondo para calmarme—. ¿Y después qué?
—Me secuestró. Me raptó como si estuviéramos en una película de mafiosos.
Levanto una ceja.
—Irina, literalmente estamos rodeadas de mafiosos.
Se queda en silencio un segundo y luego suelta un bufido.
—Aún no lo supero. El punto es que no me dio ni chance de reaccionar. Por eso es que no lo soporto.
Me río de nuevo y meneo la cabeza.
—Bueno, pues mira… si te sirve de consuelo, a mi me fue peor.
