06

723 72 6
                                    

AGUSTINA.

—No, Li. Hablemos. —niego moviendo mi cabeza bruscamente hacia atrás, evitando los labios de Lisandro y por ende, sus besos. 
 Estuve pensando horas en qué iba a pasar, hablé con Nahuel, él me dijo que si Lisandro no me contaba la verdad, lo iba a hacer él; aparecieron dudas que nunca tuve.

Es muy hipócrita lo molesta que me hace sentir el pensamiento de Lisandro con otras mujeres, que días antes de besar otra boca me profese amor eterno. Pero la culpa me consume poco a poco y esos pensamientos intrusos se convierten en pleno arrepentimiento, porque la que se acostó con su mejor amigo fui yo. Lo peor de todo es que no lo dude ni un segundo, quizás fue el alcohol, los celos que me provocaba mi novio y que mi inconsciente se quiso vengar, o simplemente tenía un capricho con Cristian que no pude evitar cumplir. Cuando el cordobés me tocaba, no pensaba en el tacto de Lisandro; estoy enojada conmigo misma, yo no amo a Cristian, amo a mi pareja, no entiendo el por qué de mis actos.

Tuve que improvisar con el maquillaje que tenía en la cartera para tapar con corrector las marcas de la noche anterior que dejó Cristian en mi cuello, también tuve que pensar mil y un veces las posibles conversaciones que tendría con Lisandro, cuando entré por la puerta, los nervios atacaron mi cuerpo.

—Sí, obvio. Sentate. —a paso lento nos sentamos en las sillas, mirandonos a los ojos por unos segundos, ninguno de los dos sabía cómo comenzar. 
—Perdón. —suelta luego de unos segundos tras un suspiro pesado, bajo la mirada y seco las lágrimas que desprenden mis ojos. —Soy un pelotudo, te juro que no sabía en lo que estaba pensando, no te quiero perder, sos de las mejores cosas que me pasó en la vida y por errarle como pajero me voy a quedar sin el amor de mi vida. 

El silencio nos invade, mientras más habla, más me quiebro. 

—No me tenés que perdonar, pero te prometo que si me das otra oportunidad, te voy a cuidar como la reina que sos y nunca me la voy a mandar así.

—Nahue me dijo que me tenés que contar algo más. —suspiro y pienso en todo lo que acaba de decir, no puedo evitar hablar sin que mi voz titubee.

Sus manos envuelven las mías y me acaricia con suavidad.

—Amor, porfavor no te enojes. Cuando volvimos del hotel, fuimos a la pieza del Moli con esas chicas y... —se queda callado. Espero que hable, pero no lo hace, en cambio clava su mirada al suelo en total silencio.

—¿Te la cogiste, Lisandro? —mi tono de voz se eleva, estoy exaltada, me saco de encima las manos del entrerriano de manera brusca, nuevamente empiezo a llorar.

—No estuve ahí por más de diez minutos, cuando me di cuenta la estupidez que estaba haciendo me las saqué de encima y me fui.

—¿Las? —hago énfasis en la última consonante, estaba hablando en plural. Se acerca hacia mí, vuelve a tomarme de las manos.

Me mira a los ojos por unos segundos sin responder, luego su mirada se clava en mi cuello decorado por unas marcas violetas dificiles de ocultar.

—¿Qué tenés ahí, chupones? 

—¿Qué decís? no me tomes de boluda cambiando de tema, Lisandro. —mi respiración acelera, la culpa nuevamente se hace presente en mi cabeza, no puedo decirle la verdad, simplemente no puedo. 

—Perdón, mi vida. Dios... soy un pajero. —su mano se acerca a mi piel, con la yema de su dedo pulgar limpia las lágrimas que caen por mis mejillas. —Por favor, amor. Dame una oportunidad, nunca más vamos a tener esta conversación, voy a hacer las cosas bien.

Estoy completamente arrepentida de mis actos, no puedo no perdonarlo, le hice algo horrible, quizás peor de lo que él hizo. Tampoco quiero saber absolutamente nada de Cristian, la culpa me consume cada vez que pienso en él; todos estos pensamientos me hicieron llegar a una simple oración, corta y concisa.

ADDICT |  cuti romeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora