6. La indicada

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Elizabeth

Su rostro estaba petrificado: parecía que hubiese visto un mismísimo demonio. Lo sabía, a él no iba a gustar la idea, pero para mi desgracia esa era la única solución que nos quedaba.

—Estás loca.

Suspire profundo. Solo le pedía al cielo un poco de paciencia. —¡Tú!—Lo señalé—Me lo estás dejando imposible.

Me levanté de la cama sin apartar las sábanas de mi cuerpo. Era toda una pesadilla; me sentía atrapada; parecía que de repente todo el mundo se puso en mi contra.

—No quieres tratamientos—Enumere con los dedos. —No quieres alquilar un vientre.

—¿Qué quieres? —Exaspere. —¿Cómo quieres que solucione este problema?

Charless se levantó de la cama, se acercó a mí y me tomó el rostro con ambas manos.
¿Por qué tenía que amarlo tanto? ¿Acaso era una especie de maldición o algo por el estilo?

—Mi amor, yo necesito que me digas ¿Donde está el problema? —Susurró.

Y en ese momento me di cuenta de que su pequeño cerebro no alcanzaba a comprender el verdadero lío en el que ambos estábamos metidos, si no conseguíamos algo pronto.

—Solo hay complicaciones, pero con paciencia y... —Me tomo de la cintura pegándome a su torso. —Muchos intentos. Su sonrisa era coqueta y pícara en comparación a mi cara, la cual podía jurar que era un problema de matemáticas.

—¿Cómo quieres que espere? Le dije a mi madre que estaba embarazada. Abrió los ojos en par, y podía notar cómo lo había olvidado por completo. —Bueno, eso es un problema—murmuró

—¿Qué vamos hacer? Estoy desesperada.

—Podemos adoptar.

Una gran corriente de fuego se desprendió de mi cuerpo. Mis ojos comenzaron a arder y mis manos a sudar. La ira, en este momento, era la que consumía cada neurona de mi cerebro, no pensaba. Solo quería maldecirlo por no entender lo mucho que me angustiaba esto. Aprenté mi mandíbula mirándolo fijamente.

—¡No voy a ser la mujer vacía! —Grite. Charless retrocedió un poco. En su rostro se podía notar que estaba sorprendido. —Escúchame muy bien —camine hacia él lentamente.

Todo mi cuerpo ardía en llamas; parecía un completo ignorante; si adoptar fuera la solución a mis problemas, desde hace mucho lo habría hecho.

—¡No voy a ser el hazme reír mi familia, ni mucho menos de la tuya!

¿Cómo se suponía que me verían desde ahora? Cómo la idiota que no puede tener hijos, el padre de Charles haría los próximos años de mi vida un infierno. Con sus malditos comentarios machistas y fuera de lugar.

—Elizabeth—murmuró Charles. Su voz era algo baja y diferente. Me di cuenta de mi actitud y sacudí mis cabellos. —Perdóname—murmuré, comenzando a sentir como mis ojos se cristalizaban.

No iba a soportarlo más, él no iba a soportarme más; pronto nadie iba a hacerlo. Me deje caer en suelo, mis ojos se inundaron y como una niña pequeña comencé a llorar. Solté todo lo que me había estado guardado desde el día que nos dieron la noticia. El día que la peor pesadilla de mi vida había comenzado.

Sentí el cuerpo cálido de Charles rodearme con sus brazos. —Si tan solo te dieras cuenta que lo único que en realidad quiero es que seas feliz —al oír esas palabras mi corazón se derritió.

Lo miré apenada por mi reciente comportamiento. —Perdóname —volví a murmurar. —No sé qué me pasa —volví a cubrir mi rostro. —Estoy desesperada —chille.

—Voy a estar de acuerdo con lo que tú quieras, amor, te repito. —Tomó mi cabeza suavemente para recostarla en su pecho. —Solo quiero tu felicidad—.

Lloré más fuerte; no lo merecía en lo absoluto; era tan perfecto; él era lo único que me mantenía cuerda; sin el eje de mi mundo estaría fuera de control. Cómo lo amaba, como lo deseaba.

—Por favor, nunca te vayas —susurre. Si tenía un miedo en este mundo, era perderlo. No sé que haría si llegaba a perderlo. —Nunca —afirmó. Me volví a sentir tranquila, en paz; aquel sentimiento solo podía experimentarlo con él; en estos momentos ya nada en el mundo me daba paz a excepción de él.

🥀




Los próximos días Charles y yo estuvimos investigando más sobre la maternidad subrogada. Yo tenía algunos conocimientos sobre eso, gracias a Erick y la señora Amelia. Pero no tenía información verídica.

Había algunos casos en los cuales no funcionaba, ya que el embrión de la madre era tan débil que el feto terminaba falleciendo en el vientre alquilado. Esa era una de las posibilidades que más me aterraba.

Charless ya había accedido a la idea. Solo necesitaba encontrar un vientre para comenzar con el proceso. Solo le pedía al cielo que todo transcurriera bien, que nada malo pasara con el embarazo. Quería terminar con todo esto y poder tener a mi bebé por fin en mis brazos.

Seguí mirando en las agencias que me había recomendado el doctor Erick; según él, estas tenían el mejor repertorio en chicas que se dedicaban a la maternidad subrogada. Pero ninguna terminaba de convencerme.

La camarera dejó el café sobre la mesa. Levanté la mirada para darle las gracias y me sorprendí al ver a la chica que hace algunas semanas fue a mi oficina por una entrevista de trabajo. —Dianne—.

Ella sonrió apenada. —Sra Mckenzie—. Sonreí con algo de pena al ver sus feas y rotas medias. Su cabello desaliñado y su rostro cansado; en verdad se veía descuidada. Cuando llegó a mi despacho por la entrevista, en definitiva no tenía tal aspecto.

—¿Cómo has estado?—Pregunte suavemente. Ella bajó la mirada y sonrió. —Bien. Murmuró sin mirarme a los ojos. No sabía porque situación estaba pasando la chica. Mi corazón lo invadió un sentimiento de culpa por no haberle dado el trabajo. Pero ella no era lo que necesitaba; si se lo daba solo perjudicaría a ella y a mí.

Pero podía ayudarla de otra forma. —Siéntate por favor—. Ladee mi cabeza señalando el mueble al frente de mí. Ella miró a un hombre que estaba al mostrador para después regresarme su atención. —Lo siento, estoy en horario laboral—. Excuso. Se veía tan apenada y tan cansada que no pude evitar sentir molestia con ese hombre.

—No te preocupes, si te llama la atención yo lo arreglo—. Le guiñó el ojo con una sonrisa de complicidad y ella rió por lo bajo. Volvió a mirar al hombre y finalmente tomó asiento.

—¿Por qué estás trabajando aquí?—Le había dado un vistazo al currículum de Dianne; sus estudios no eran maravillosos, pero tenía los suficientes para entrar a trabajar de secretaria en una oficina.

Ella pasó un mechón por detrás de su cabello aún con la mirada hacia el suelo. —Necesidad—murmuró. Hice una mueca y me tomé el atrevimiento de agarrarla de muñeca. —Puedo ayudarte.

Ella levantó la mirada ligeramente y pude notar cómo sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas. Rápidamente las secó y cubrió su rostro con el sucio delantal. Tomé un pañuelo limpio de mi bolso y se lo extendí con una sonrisa. Esperaba que con aquello ella pudiera entrar un poco más en confianza.

Dianne sonrió y tomó el pañuelo para secar sus ojos. —Muchas gracias y disculpe —. Sonreí apreté mi agarre en su muñeca moviendo mi pulgar suavemente. —Si no es muy atrevido, me gustaría saber ¿Qué pasa?


Podía notar la vergüenza y la indecisión en su rostro. Ella volteó de nuevo hacia su jefe y soltó un suspiro de alivio al ver que este aún no se había dado cuenta de su ausencia. —No me gustaría molestarla, señorita—.


—No es ninguna molestia.

Ella respiró profundo y asintió. —Mi hermano está muy enfermo, tiene hidrocefalia, y con lo que gana mi madre no es suficiente para pagar sus tratamientos. Apenas nos alcanza para pagar el arriendo y algunas comidas. —Hizo una pausa; al no poder contener más las lágrimas, volvió a romper en llanto.

—Tranquila, tranquila —susurre aferrando aún más mi agarre a su mano. No podía explicar lo culpable que me sentía por no darle el trabajo. Solo era una chica que necesitaba que el mundo fuera un poco amable con ella y hasta ahora no lo había sido. Y yo había puesto mi granito de arena, formando parte de muchas de las demás personas que seguramente le cerraron las puertas.

Ella secó sus lágrimas con el pañuelo y controló sus respiraciones para no seguir con el doloroso llanto que tenía entre pecho y espalda. —Hace mucho que mi hermano no tiene una sesión con sus tratamientos, ya que mi padrastro se quedó sin trabajo—.

Asentí comprendiendo la situación. —¿Cómo puedo ayudarte?—Pregunté esperando trasmitirle la preocupación que sentía.

Ella negó. —Usted es muy amable, pero... no quisiera molestar—. Sincero.

Inmediatamente quise corregirla. Sabía que lo que sea que dijera iba a rechazarlo. Parecía una joven muy honesta y honrada. No iba a aceptar el dinero así como así. Por lo que una idea llegó a mi mente como si hubiese sido enviada por un mismo ángel.

Tome doscientos dólares de mi billetera y me levante del sillón para acercarme al jefe de Dianne. —Es el resto del turno de Dianne, se irá a casa ahora. —Le extendí los billetes al hombre sosteniendo una mirada firme.


Sabía que necesitaba mantener un carácter firme; este tipo de jefes se caracterizaban por ser una porquería de personas. El
El hombre me miró sorprendido, tomó el dinero en sus manos y miró a Dianne dándole una obvia señal de que se largara.

Dianne se levantó rápidamente del sillón y se acercó a mi anonadada. —Señorita Mckenzie, usted no debió de hacer eso. Tartamudeo algo preocupada. —Hice lo que tenía que hacer, ahora por favor —deposité mi mano sobre su hombro.

—Vístete, te llevaré a tu casa; necesitas descansar—. Ella sin alternativa asintió. Podía ver el claro alivio en sus ojos; se notaba a la pobre apunto de desfallecer. Dianne no parecía ser una niña. Después de todo, podía tener mi edad incluso un año más.

Pasaron algunos minutos y Dianne salió del cuarto de servicio con un abrigo algo polvoriento y una bufanda en las mismas condiciones. Mi idea le iba a sentar perfecto, ella necesitaba esto, yo necesitaba hacer esto por ella.

—¿Lista?

Ella asintió con una ligera sonrisa. Ladeé mi cabeza indicando que me siguiera, salimos de café y me dirigí hasta mi camioneta. Ella se veía algo perdida y apenada. Sin saber qué hacer o qué decir.

—El del copiloto —señale al verla indecisa sobre cual asiento tomar. Ella sonrió ampliamente y rápidamente se subió al auto.

Encendí el auto y comencé mi camino. Tomó las calles que nos dirigían al centro comercial y durante el inicio de nuestro trayecto la vi algo inquieta y nerviosa. Creo que conocía la razón de aquello.

—¿Quieres decirme algo?—pregunté. —Es que no le dije donde vivía y pues este no es el camino—. Su voz era temblorosa. Tal vez estaba pensando que la secuestraría o tal vez estaba demasiado apenada como para corregirme.

Asentí con una sonrisa ladeada en mis labios. —Iremos a tu casa pero, primero, te llevaré de compras—.

—Señorita McKenzie, usted no tiene que hacer de verdad. Estoy bien —se alteró. Se escuchaba muy segura de su decisión y demasiado inconforme con la idea de ser ayudada.

—Vamos, Dianne. Quiero comprarle algunos juguetes a tu hermanito. Supliqué. Necesitaba hacer esto. Ver cosas de niños para ir familiarizándome con el sentimiento, comenzar a ver ropa para mi bebé, cunas. Dios estaba tan emocionada.

—No tiene que molestarse. Volvió a contradecir. Detuve el auto al ver su insistencia. Suspire profundo; era la hora de que yo me sincerara con ella; tal vez después de que me escuchara, ella me dejaría disfrutar de este momento.

—Soy infertil, Dianne —solté con sinceridad. Ella me miró abriendo los ojos en par. Su rostro de inmediato cambió a uno de tristeza y comprensión. —Lo lamento tanto, señorita, yo no sabía. Detuvo su hablar.

Solté una risa tosca. —No lo sientes más que yo —Me burle . —Necesito esto, saber cómo se es el sentimiento de comparar juguetes, imaginando la alegría de un niño al recibirlos —Sin darme cuenta una lágrima se deslizó por mis mejillas.

—Ha sido duro, pero estoy segura que todo mejorará. —Afirmé con seguridad. —Ella asintió. —Yo también estoy segura; usted es una buena persona y el mundo se encargará de premiarla por ello. —La miré a los ojos y pude ver con más sinceridad con la que hablaba.

Y ese momento lo supe. Ella era la mujer que necesitaba para que llevara a mi hijo en su vientre. No solo me daría la mejor alegría de mi vida, si no que también estaría ayudándola a mejorar la suya.

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⏰ Última actualización: Nov 04 ⏰

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