Capítulo 5

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Lo que más odiaba de ser un omega eran los celos. La terrible necesidad de procrear que nublaba su mente una vez al mes desde que cumplió quince. La desesperación que crecía en su estómago y que recorría todo su cuerpo como lava de un volcán, era demasiado para su cuerpo. Odiaba la idea de solo complacer su instinto teniendo a alguien entre sus piernas, pero la idea no le disgustaba si se trataba de Max. Su mente jugaba con su raciocinio, creando un holograma falso de él. Checo estiraba las manos para poder tocar al alfa, pero se desvanecía. Odiaba la fragilidad de su mente. Su llanto se intensificó. De sus labios, el nombre de Max salía como una plegaria.

—Por favor, Max. Seré un buen omega, seré un buen esposo y te daré muchos hijos. Por favor, Max, hazme sentir bien. Por favor, por favor— Checo le habló al recuerdo, porque Max no estaba allí, y eso era todo lo que deseaba, tener al alfa tan dentro de él, que dejara una huella en la forma de la unión de sus genéticas.

Su único consuelo eran las prendas con el aroma a Vainilla perteneciente a Max que la enfermera le hacía llegar, pero él solo quería que Max entrara por la puerta como su caballero en armadura para salvarlo. Lo que no sucedió.

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La solicitud de Carlos no la esperaba, pero tampoco le pareció extraña. Y, claro, no le molestó en absoluto. Checo era su compañero, era obvio que su olor lo ayudaría a relajarse, a pesar de su relación nada armónica. Max revisó el canasto de ropa sucia. Le entregó las playeras de tirantes que usaba bajo la camisas del uniforme, eran las piezas de ropa donde el olor estaba más concentrado, además de claro, su ropa interior, pero eso estaba fuera de límites.

—De verdad viene de una familia conservadora. Jamás ha usado supresores, y se negó a usarlos. Así que disfruta la semana que él no estará aquí. Puede que se alargue a una semana y media, o quizás dos. La enfermera no está segura.

Con esa información, Max tenía demasiado en qué pensar. Los instintos de Alfa estaban trabajando a mil por hora. Un omega que jamás había tomado supresores era la representación perfecta de fertilidad. Max pensó en cómo podrían verse sus hijos. ¿Tendrían las pecas de Checo? ¿El color de sus ojos marrones? ¿Su cabello azabache? Cegado por el pensamiento de impregnar a Checo, las feromonas se añadieron a la ropa en una ola arrasadora.

—Max, cabrón. Contrólate. Ya sé que te gusta el mexicanito, está bueno, no puedo negarlo.

Max golpeó al español contra la puerta de madera. Su padre podría hablar basura de los omegas, pero él no era igual que él y no le gustó la manera en la que Carlos se refirió a Checo, y no porque sintiera algo por él.

—Te voy a dar un minuto para que salgas de aquí, Sainz— Max gruñó.

Carlos se retiró, silbando y sonriente, tenía que contárselo a Lando. Max se quedó en su habitación, respirando de una manera agitada. Unos días sin la presencia de Checo le harían bien.

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Se equivocó. La falta de Checo lo estaba afectando. Sin ser consciente, lo buscaba en las clases y aunque quisiera encontrar el aroma de Checo en la habitación, se había borrado ante su ausencia.

Por las noches, Max había dormido en la cama de Checo, pero su aroma se había desvanecido. Max había quedado como un adicto sin su droga, y no sabía por qué. ¿Por qué Checo? ¿Qué lo hacía tan especial ante sus ojos? Max sabía la respuesta, y no quería admitirla.

—Maldita sea, Max. ¿Cómo puedes dejar que Checo te afecte?— Max se recriminó.

Su concentración estaba puesta en el mexicano. No lo aceptaría en voz alta, pero extrañaba los buenos días y buenas noches de Checo, verlo con su cabello despeinado en las mañanas, escuchar su voz cuando se ponía a cantar, y sus expresiones de confusión cuando él hacía las tareas de matemáticas. Max suspiró. Si su papá lo viera así, Max ya estaría en el piso tratando de respirar correctamente. Así que Max tendría que ir con cuidado, porque a su papá le encantaba presentarse sin aviso.

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