Capítulo 11

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# Noemí

La miré con pesar mientras mascaba mi chicle. Ser ignorada por tu crush debe ser difícil. Nos dirigimos hacia la cantina, y elegí algo ligero para no subir de peso; la poca grasa que tenía ya era suficiente, necesitaba mantenerme en forma. Mi hermana, en cambio, optó por un pastel de chocolate. Tomamos nuestras bandejas y nos sentamos.

Guardé mi chicle debajo de la mesa y probé un bocado de verduras.

—¡Ay, qué rico!— exclamé.

—Este pastel está delicioso— comentó mi hermana.

—Sigue comiendo carbohidratos, al final terminarás gorda— replicó.

—Haz lo que quieras. Esto es justo lo que necesito para aliviar mi tristeza. Desafortunadamente, pasaré todo el año con el chico que me gusta, y para colmo, no le agrado. Así que déjame consolarme con este delicioso postre.

Mientras observaba a mi hermana devorar su pastel, no pude evitar sentir una mezcla de preocupación y frustración.

—Mira, entiendo que estés triste, pero no puedes dejar que eso te consuma —le dije, intentando sonar más sabia de lo que realmente me sentía.

—Es fácil para ti decirlo. A ti no te ignoran— replicó, con un puchero.

—Tienes razón, no tengo un crush que me ignore, pero eso no significa que no tenga mis propias inseguridades. Al menos tú sabes que él existe.

A veces, solo quería que supiera que no todo era tan sencillo para mí.

Se escuchó el barullo de la gente y, de inmediato, aparecieron los hermanos Weinberg. Eran cinco, entrando por la puerta de la cantina como si fueran los reyes del instituto. Esos chicos tenían una belleza inigualable que hacía gritar a las chicas con solo verlos; las miradas de curiosidad siempre estaban presentes.

—Santo cielo, ¿pero qué mierdas utilizan para verse siempre tan hermosos?— exclamé, quedando hechizada por los chicos que ingresaban. Mi vista se posó en el pelirubio; de seguro mi hermana estaba viendo a Derek como una rebanada de postre que quisiera devorar, y no la culpo, el chico está buenísimo.

Los hermanos se sentaron en la mesa de siempre. Nadie se atrevía a ocupar el lugar donde iban después del receso; era como una falta de respeto. Mi mirada seguía fija en Duncan, y no sé si fue algo bendito o trágico, pero me vio. No, nos vio. Nos dirigió un saludo a distancia con su sonrisa encantadora. Respondimos con amabilidad, sonriendo tímidamente, porque ahora todo el instituto nos tenía en la mira. Sus hermanos tenían una mirada curiosa, y Derek, el maleducado, siguió mirando su teléfono sin prestar atención. No entiendo cómo a mi amiga le puede gustar; pero bueno, cada persona es un mundo.

—¿Desde cuándo conocéis a los Weinberg?— preguntó Caroline Biklh, sacando las buenas vistas y llenando de su presencia altanera, la jefa de las animadoras. A su lado estaban Verónica y Elsa, unas presumidas, creídas, siempre mirando a la gente con desprecio como si fueran las reinas de Inglaterra. Alguien debería bajarles de su pedestal.

No la soporto. Preferiría adelantar un año más de vacaciones que volver a ver su presencia con esa voz chillona.

—Hola, Caroline, encantada de verte de nuevo. ¿Cómo fue tu día?— solté, expresando una sonrisa falsa.

—Hola, responde a mi pregunta— respondió de manera altanera.

—¿Y por qué lo quieres saber?

—Es que no entiendo cómo el hombre más codiciado de este instituto, mi futuro esposo—

¿He oído bien? ¿Futuro esposo? ¿Quién, Duncan? Jajaja, sigue soñando, boba.

—Te haya mostrado su bendita mano para saludarte. Es que es imposible de imaginar, yo una diosa y tú una... persona tan... tan común, como si fuerais amigos

Señor, dame paciencia.

Por mi percepción, ella está colada por Duncan; mi oportunidad para presumir ha llegado.

—Nos conocimos en Vasco Stone— le respondí.

—¿Vasco Stones?

—Sí, después nos fuimos a la ferial, bailamos y pasamos la noche en su casa.

—¿Pasasteis la noche en su casa?— inquirió Elsa, incrédula. —No me lo creo.

—Si te lo crees o no, es tu problema— suspiré—, pero me dio un beso en la mejilla.

—¡SUFICIENTE!— explotó—. Imposible, no me lo creo. Vosotras tan ordinarias, no habéis llegado a este punto antes que yo, no me lo creo.

Su expresión de incredulidad me hizo querer reír, pero me contuve. Era obvio que estaba dolida, que su ego había sufrido un golpe.

—Mira, Caroline— le respondí con calma—, no tengo la culpa de que Duncan haya elegido saludarme. Tal vez deberías preguntarte por qué no te presta atención a ti.

Sus ojos se abrieron como platos, y un leve rubor asomó en sus mejillas. Era un pequeño triunfo, pero sabía que no podía dejar que eso me subiera a la cabeza.

—Tú no sabes nada— dijo, intentando recuperar la compostura—. Solo fue un gesto de cortesía.

—Claro, y tú eres la reina del baile— le contesté, con una sonrisa desafiante.

Elsa y Verónica intercambiaron miradas, sorprendidas por mi osadía. La tensión en el aire era palpable, y por un momento, pensé que tal vez había cruzado una línea. Pero en lugar de retroceder, decidí seguir adelante.

—¿Sabes?— continué—, quizás deberías concentrarte en mejorar tu personalidad antes de hacer juicios sobre los demás. A veces, la belleza exterior no es suficiente.

Caroline me miró con furia, pero también había un destello de respeto en sus ojos. Quizás, solo quizás, mi intervención había logrado marcar una diferencia.

—No tengo tiempo para discutir con una perdedora— espetó, pero su tono ya no era tan firme.

—Perfecto— respondí, alzando las cejas—. Entonces, disfruta tu pastel, y yo disfrutaré de mi vida.

Con eso, volví a centrarme en mi hermana, quien me miraba con una mezcla de asombro y admiración.

—No puedo creer que hicieras eso— susurró ella.

—A veces, hay que defenderse— le dije, sonriendo.

Mientras regresaba a mi comida, noté que los hermanos Weinberg seguían mirándonos. Duncan, con su sonrisa encantadora, parecía haber escuchado parte de nuestra conversación. Su mirada se encontró con la mía, y en ese instante, sentí un pequeño cosquilleo en el estómago.

Quizás, solo quizás, este año no sería tan malo después de todo.


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