Irse y volver.

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Sacó sus llaves e ingresó al apartamento.

-¡Papi!

Un pequeño terremoto se acercó a el.

Christopher lo alzó y lo lanzó al aire.

-¡Ah!

-¿Por qué no estas durmiendo?

-Quería felicitarte, tardaste mucho, papá.

-Me escapé en cuanto pude.

Christopher miró a su alrededor.

-Y tu hermosa madre dónde esta?

-Fue a su habitacion.

-Es tarde, a dormir.

El pequeño niño bostezó y recostó su cabeza en el hombro de su padre.

Christopher subió las escaleras y fue hasta la habitacion del niño.

Ahí estaba su rubia, arreglando la cama de su hijo.

-Rubia.

Ella le sonrió y palmeo la cama.

-Mami.

-Hora de dormir, pequeño principe.

Christopher bajó a su hijo en la cama y éste se acostó.

Sabrina lo arropó y empezó a contarle un cuento.

Christopher se sentó detrás de Sabrina y le rodeó la cintura con sus fuertes brazos.

Observó a su hijo dormirse lentamente y se deleitó con la suave voz de su exesposa.

La habitación quedó en silencio cuando Sabrina terminó de contar la historia.

Observaron a su hijo viendo con atención cada rasgo.

La nariz perfecta totalmente heredado de sus dos padres, las mejillas iban hinchandose luego de seguir con la alimentación que le dio el nutricionista.

Su cabello negro y la piel blanca. Sus ojos eran grises con motes verdes, una verdadera obra de arte.

Cuanto más lo miraban más les gustaba su pequeño hijo.

-Es hermoso.

-Lo hicimos con mucha pasión.

-Le pusimos con esmero.

Christopher besó el hombro que estaba cubierto por una bata de color esmeralda.

Se separaron y apagaron las luces dejando ver las estrellas brillantes en el techo.

-Buena decoración.

-Todo esto estuvo hecho en tres dias.

Cerraron la puerta y fueron a su propia habitación.

-Felicidades, ministro.

La bata cayo al piso y la respiración de Christopher se detuvo por un momento.

-Rubia, tú eres mi condena.

Se quitó el traje a la velocidad de la luz y se acercó a Sabrina.

Ella traía puesto una ropa interior que no dejaba nada a la imaginación.

-¿Es mi regalo?

-Así mismo, futuro ministro.

Agarró a Sabrina de la cintura y la alzó. Ella le rodeó la cintura con sus largas piernas.

-No vas a levantarte mañana.

-No importa. Usted puede hacer lo que quiera, mi guapo ministro.

Christopher sostuvo la nuca de Sabrina y pegó sus labios en un feroz beso.

Nuestro hijo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora