El viento cortante continuaba soplando con la misma intensidad que el día anterior, como si el otoño se hubiera quedado estancado en un estado perpetuo de frío. Me desperté antes de que el sol saliera, pero el cielo seguía siendo una mezcla inquietante de gris y negro. Me vestí lentamente, sintiendo que cada movimiento era innecesario, casi como si mi cuerpo se resistiera a comenzar el día. Todo parecía carecer de propósito, como si fuera una actriz siguiendo un guion que ya no tenía sentido.
Me encontré caminando hacia el restaurante, mis pasos resonando en las calles desiertas, el eco rebotando contra los edificios vacíos. Cada detalle de la ciudad se sentía surrealista, como si el mundo estuviera a punto de desmoronarse, pero se mantenía en su lugar solo por la fuerza de la rutina. Al llegar al restaurante, la campanilla en la puerta sonó como siempre, pero esta vez el sonido me pareció más agudo, más penetrante, como una advertencia sutil.
Estaba exactamente como lo había dejado la última vez. Los mismos clientes en las mismas mesas, con las mismas expresiones vacías. Me deslicé en mi asiento habitual, sintiendo la familiaridad como una losa que me aplastaba. El mesero me saludó con el mismo "Buenos días" automático, y sin preguntar, me trajo el café a medio llenar. Lo dejó sobre la mesa con un movimiento tan preciso que parecía un acto reflejo, sin ninguna consciencia detrás de sus ojos apagados.
Sin embargo, esta vez algo en mí se rebeló. No era mucho, solo una chispa de algo diferente. Me quedé mirando la taza de café, notando cómo el líquido negro parecía absorber toda la luz del diner. En un acto impulsivo, agarré el azucarero y vertí una cantidad generosa de azúcar en la taza, removiéndola con un vigor inusitado. La cucharilla tintineó contra el borde de la taza, un sonido que pareció resonar en todo el lugar, como si fuera un grito en un cuarto lleno de silencio.
Miré a mi alrededor. Los otros clientes habían detenido sus actividades, sus miradas fijas en mí, como si mi pequeño acto hubiera roto alguna regla tácita. El camarero, que había estado limpiando una taza detrás del mostrador, también se detuvo, sus ojos vacíos clavados en mi taza de café.
"¿Está todo bien con tu café?" preguntó, pero esta vez su voz tenía un matiz diferente, como si estuviera confundido o incluso asustado.
"Sí, solo quería más azúcar," respondí, forzando una sonrisa.
El mesero parpadeó, como si no entendiera lo que había dicho, pero finalmente asintió y volvió a su tarea. Los otros clientes también regresaron lentamente a sus actividades, aunque podía sentir que algo había cambiado. Era como si el aire en el restaurante se hubiera vuelto más denso, cargado de una tensión que antes no estaba allí. Me obligué a tomar un sorbo de mi café, que ahora era casi dulzón, pero no sentí ningún alivio. Al contrario, la dulzura me resultó extrañamente amarga.
La puerta se abrió, y una vez más, Vicky entró. Esta vez, su presencia me afectó de una manera diferente. No era solo la repetición lo que me inquietaba, sino algo en su expresión. Sus ojos estaban más oscuros, su andar más lento, como si también sintiera el peso de la monotonía, pero no supiera cómo escapar de ella. Se acercó al mostrador y el camarero la saludó con el mismo entusiasmo forzado.
"Buenos días, Vicky," dijo él, pero su voz parecía menos segura.
"Buenos días," respondió ella, pero su tono era más apagado.
Me sorprendí a mí misma observándola más detenidamente, como si de repente me hubiera dado cuenta de que era más que una figura en el fondo de mi rutina diaria. Había algo en sus movimientos, en la manera en que dejó su paraguas sobre la silla y se sentó, que me hizo sentir una conexión extraña, como si compartiéramos algo que no podía poner en palabras.
Decidí hacer algo que nunca había hecho antes. Me levanté de mi asiento, llevando mi taza de café conmigo, y me acerqué a su mesa. Sentí todas las miradas en mí, como si estuviera cometiendo un sacrilegio, pero no me importó. Vicky levantó la vista cuando me acerqué, y por un momento, su expresión fue de sorpresa. Parecía no estar segura de cómo reaccionar, como si mi presencia rompiera alguna regla invisible.
"¿Puedo sentarme?" pregunté, sosteniendo la taza en ambas manos para mantenerlas ocupadas.
Ella asintió lentamente, como si necesitara un momento para procesar mi solicitud.
"Ajá," dijo finalmente, su voz suave pero cargada de una especie de vacilación.
Me senté frente a ella, sintiendo el peso del silencio que se formó entre nosotras. El mesero me observaba desde su lugar detrás del mostrador, pero no hizo ningún movimiento para interrumpirnos. Los otros clientes continuaron con sus actividades, pero podía sentir su curiosidad latente, como si estuvieran esperando ver qué sucedería a continuación.
"Nunca te había visto tan de cerca," dije, sin saber muy bien cómo empezar la conversación.
"Yo tampoco," respondió Vicky, y su respuesta me desconcertó. Parecía una afirmación obvia, pero su tono sugería algo más profundo.
"Y, ¿vienes aquí todos los días?" pregunté, aunque ya sabía la respuesta.
"No recuerdo la primera vez que vine. Pero, sí, desde hace... no sé cuánto," su respuesta fue vaga.
El silencio volvió a instalarse entre nosotras, pero no era incómodo. Era como si estuviéramos explorando un territorio desconocido, midiendo nuestras palabras y nuestras reacciones. Sentí que había algo en sus ojos, algo que me llamaba la atención, pero no podía descifrarlo. Era una mezcla de cansancio y algo más, algo que no podía identificar.
"¿Nunca sientes que... todo esto es raro?" me atreví a preguntar, sintiendo que estaba rozando un tema peligroso.
Vicky me miró fijamente, sus ojos escudriñando los míos como si intentara leer algo en ellos.
"A cada rato," admitió, y su respuesta me envió un escalofrío por la espalda. No era lo que había esperado escuchar.
"¿Qué te parece raro, entonces?" pregunté, sintiendo que había algo más debajo de sus palabras.
"Todo," dijo, su voz apenas un susurro. Miró hacia la ventana, su reflejo superpuesto al paisaje otoñal. "Nada cambia. Todo es siempre igual... y nosotros seguimos actuando como si no lo fuera."
Sentí que el mundo a mi alrededor se volvía más pequeño, como si el diner fuera lo único que existiera. Mis dedos se apretaron en torno a la taza de café, buscando alguna sensación tangible para anclarme. La confesión de Vicky era como si hubiera arrancado un velo que cubría mi mente, revelando lo que siempre había estado ahí, pero que había decidido ignorar.
"¿Alguna vez has intentado hacer algo diferente?" pregunté, sintiendo que mi voz sonaba más fuerte de lo que pretendía.
Ella me miró de nuevo, y esta vez vi algo en sus ojos que me dio una pequeña chispa de esperanza, algo que no estaba allí antes.
"No," dijo, pero hubo una pausa antes de que continuara.
El sonido del reloj del diner resonó con fuerza en el silencio, las manecillas marcando una hora que no había cambiado desde que entré. Todo lo demás parecía haberse detenido, como si el mundo hubiera contenido la respiración, esperando el próximo movimiento.
Vicky y yo nos quedamos mirándonos durante un largo momento, y sentí que algo había cambiado, algo que no podía explicar con palabras. Era como si las reglas del diner, de nuestra rutina, hubieran sido alteradas por nuestra conversación. Sentí una tensión en el aire, una sensación de que estábamos en el borde de algo, pero sin saber qué.
"¿Te gustaría caminar conmigo y dar un paseo, entonces?" le pregunté, impulsivamente, sin pensar en las consecuencias.
Vicky me miró con una mezcla de sorpresa y curiosidad, como si no hubiera esperado esa pregunta. Por un momento, pensé que diría que no, pero entonces asintió, lentamente.
"Sí," respondió, su voz firme aunque todavía un poco vacilante.
Nos levantamos juntas, dejando nuestras tazas de café a medio terminar en la mesa. El mesero nos observó mientras nos dirigíamos hacia la puerta, pero no hizo ningún comentario. Sentí una inquietud en su mirada, como si supiera que algo no estaba bien, pero no pudiera hacer nada al respecto.
Salimos al aire frío, y el viento nos envolvió, trayendo consigo el olor a hojas secas y humedad. La calle estaba tan vacía como siempre, pero esta vez, sentí que algo era diferente. No era solo el frío o la neblina que empezaba a levantarse. Era la sensación de que el tiempo, que siempre había sido un enemigo silencioso, se había vuelto maleable, como si finalmente tuviéramos el control sobre él.
"¿A dónde vamos?" preguntó Vicky, su voz suave pero cargada de algo nuevo, una determinación que no había notado antes.
"No sé," admití, sintiendo que la verdad era la única respuesta que podía darle. "Pero no importa."
Ella asintió, y comenzamos a caminar por la calle desierta, nuestros pasos resonando en la acera húmeda. Sentí que el mundo a nuestro alrededor comenzaba a cambiar, como si nuestra simple decisión de salir del restaurante hubiera desatado una serie de eventos que aún no podíamos comprender.
El viento soplaba más fuerte, y la neblina se levantaba a nuestro alrededor, envolviéndonos en un manto de misterio. No sabía a dónde íbamos, ni qué encontraríamos al final de nuestro camino, pero por primera vez en mucho tiempo, sentí que había una posibilidad, una chispa de algo más.
El aire era espeso, cargado de una quietud que contrastaba con el viento que nos rodeaba. La neblina que se levantaba se entrelazaba con la oscuridad, convirtiendo la calle en un laberinto de sombras. A medida que avanzábamos, sentí como si estuviéramos caminando en círculos, aunque nunca nos encontrábamos con los mismos edificios o faroles dos veces. Todo era familiar y, a la vez, completamente ajeno.
Vicky caminaba a mi lado, su presencia era la única cosa constante en un mundo que se sentía como si estuviera desmoronándose en cámara lenta. Traté de concentrarme en los detalles, en el sonido de nuestros pasos, en la forma en que la neblina se arremolinaba a nuestro alrededor, pero todo se sentía distante, como si estuviera atrapada en un sueño del que no podía despertar. No había eco de nuestros pasos, solo un silencio profundo que devoraba cualquier intento de romperlo.
"¿Tienes recuerdos de... antes?" le pregunté finalmente, rompiendo el silencio que se había vuelto casi insoportable.
Vicky se detuvo un momento, mirándome con una expresión confusa, como si no comprendiera la pregunta. Su rostro estaba parcialmente cubierto por la neblina, pero pude ver la tensión en sus ojos, un reflejo del mismo desconcierto que sentía yo.
"No sé como contestarte eso," respondió finalmente, su voz apenas un susurro. "A veces creo que recuerdo cosas... pero no estoy segura si son reales. Es como si..." hizo una pausa, buscando las palabras, "como si todo lo que sé se estuviera ido."
Su respuesta me golpeó de una manera extraña, resonando en algún lugar profundo de mi mente. Era como si hubiera expresado algo que yo también había sentido, pero que nunca había podido verbalizar. Era esa misma sensación de vacuidad, de estar viviendo una vida sin historia, sin pasado, y con un futuro que no importaba.
"¿Y tú?" me preguntó Vicky, girándose hacia mí, sus ojos oscuros buscando en los míos una respuesta.
Abrí la boca para hablar, pero no encontré las palabras. Intenté recordar algo, cualquier cosa que pudiera contarle, pero mi mente estaba en blanco, como si mi vida antes de ese momento nunca hubiera existido. Sentí un nudo en la garganta, una sensación de pérdida tan profunda que me dejó sin aliento.
"No... no sé," admití finalmente, con una voz tan quebrada como mi mente en ese momento. "Es como si... nada fuera real."
Mis palabras se desvanecieron en el aire, y de repente, la soledad que siempre había sentido se hizo insoportable. No era solo la soledad física, era algo mucho más profundo, un vacío que no podía llenar. Era la sensación de estar completamente sola, incluso cuando Vicky estaba a mi lado, como si nuestras existencias no significaran nada en un mundo que había dejado de tener sentido.
Impulsivamente, levanté la mano y la extendí hacia ella, buscando algún tipo de conexión, algo que me anclara a la realidad que estaba resbalando entre mis dedos. Mi mano encontró la suya, pero el contacto no trajo el consuelo que esperaba. Su piel estaba fría, demasiado fría, y al mismo tiempo, no sentí nada. No había calidez, ni siquiera la sensación de presión al tocarla. Era como si estuviera tocando una sombra, algo intangible e irreal.
Vicky me miró, sus ojos reflejando la misma desesperación que sentía. Pero no apartó la mano, permitiéndome mantener ese contacto vacío, como si fuera lo único que nos quedara. Intenté apretar su mano, buscar algún indicio de vida en ese gesto, pero era como si la distancia entre nosotras fuera insalvable, incluso estando tan cerca.
"No siento nada," dije, con un tono tan bajo que apenas pude escucharlo yo misma. "Es como si... no estuvieras realmente aquí."
Vicky tragó saliva, su mirada se volvió más oscura, más perdida.
"Yo te siento viva. Estás tibia y no estás muerta," confesó, y en su voz había una tristeza tan profunda que me dolió escucharla.
El viento sopló más fuerte, arrastrando hojas secas que crujieron bajo nuestros pies, pero el sonido era hueco, como si no perteneciera a este mundo. La niebla se volvió más densa, envolviéndonos en una cortina gris que borraba el resto del mundo, dejándonos solas en medio de la nada.
Nos quedamos allí, en silencio, nuestras manos todavía unidas en un gesto que no ofrecía ningún consuelo. Sentí una lágrima rodar por mi mejilla, pero no había emoción detrás de ella, solo un vacío abrumador que no podía llenar con nada. Era como si el mundo se hubiera reducido a este momento, a este contacto que no significaba nada, y todo lo demás se hubiera desvanecido.
"¿Crees que alguna vez saldremos de aquí?" pregunté finalmente, mi voz temblando con la desesperación que intentaba ocultar.
Vicky no respondió de inmediato. En su lugar, miró hacia la neblina, sus ojos azules perdidos en la nada. Luego, sin apartar la vista del horizonte vacío, sacudió la cabeza lentamente.
"No sé," dijo, y en su voz había una resignación que me rompió el corazón. "Si esto es todo lo que hay... al menos estamos aquí juntas, ¿no?"
Su respuesta debería haberme consolado, pero no lo hizo. Porque, aunque estuviéramos juntas, la distancia entre nosotras era insalvable. Podía verla, podía tocarla, pero no podía sentirla. Era como si una barrera invisible nos separara, una barrera hecha de soledad y desesperación, y no sabía cómo romperla.
El silencio volvió a caer entre nosotras, pero esta vez, era más pesado, más opresivo. Sentí que el mundo se estaba cerrando a nuestro alrededor, la niebla cada vez más densa, hasta el punto de que apenas podía ver a Vicky, aunque estaba justo delante de mí. La frialdad en el aire se volvió insoportable, y un temblor recorrió mi cuerpo, pero no era solo por el frío. Era el miedo, el miedo de que esto fuera todo lo que había, de que nunca encontraríamos una salida.
Vicky dio un paso hacia mí, y por un momento, pensé que iba a intentar abrazarme, que iba a romper esa barrera entre nosotras. Pero se detuvo a medio camino, como si algo la hubiera retenido. Sus ojos, llenos de una tristeza infinita, me miraron con una desesperación que reflejaba la mía. Quería gritar, quería decirle que lo intentara, que necesitaba sentir algo, cualquier cosa, para no perder la cordura. Pero las palabras se quedaron atrapadas en mi garganta, ahogadas por el vacío que nos rodeaba.
Finalmente, Vicky apartó la mirada, y supe que el momento se había perdido. La niebla se cerró sobre nosotras, y aunque seguíamos allí, una al lado de la otra, la distancia entre nuestros corazones era insalvable. El tiempo, que siempre había sido nuestro enemigo, dejó de tener sentido. Cada segundo se estiraba en una eternidad, y sentí que si no salíamos de ese lugar pronto, perderíamos lo poco que nos quedaba de nosotras mismas.
"Deberíamos volver," dije finalmente, aunque no estaba segura de dónde "volver" significaba.
Vicky asintió, y sin decir una palabra, comenzamos a caminar de regreso por el mismo camino. O tal vez no era el mismo. En la neblina, todo se veía igual, y me pregunté si estábamos destinadas a vagar por ese laberinto para siempre.
Mientras caminábamos, sentí su mano soltar la mía, y un frío aún más profundo se instaló en mi pecho. Estábamos juntas, pero más solas que nunca, atrapadas en un mundo que no tenía salida, donde la soledad era nuestra única compañera.
Al final, cuando el restaurante apareció ante nosotras, su figura desdibujada por la neblina, me di cuenta de que habíamos dado la vuelta completa, aunque no recordaba haber cambiado de dirección. La campanilla sobre la puerta sonó cuando entramos, y el calor artificial del interior nos envolvió, pero no trajo ningún alivio. Vicky y yo nos sentamos en nuestros lugares habituales, sin mirarnos, sin hablar.
El camarero nos sirvió como siempre, pero no levanté la vista para verlo. No quería ver los mismos ojos vacíos, la misma rutina repetitiva. El café frente a mí estaba caliente, pero lo miré con desgana, incapaz de sentir algo por el mundo que nos rodeaba.
Vicky, en su asiento, estaba igual de perdida. Sus ojos estaban fijos en la ventana, pero no estaba mirando nada en particular. Intenté pensar en algo que decir, algo que pudiera romper la tensión opresiva que se había formado entre nosotras, pero cada palabra parecía inútil.
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⌞TOM'S DINER ⌝ ── YOUNG MIKO ₊˚⊹⋆
أدب الهواة⊹₊⋆𝒜hora que estás despierta, ¿sabías que fuiste tu propia prisionera? ⊹₊⟡⋆