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Las gotas de lluvia resbalaban por su rostro hasta caer directamente en el suelo, mojando el suelo de la habitación. Su pecho subía y bajaba a un ritmo violento, y todo su cuerpo temblaba. Ahí, en medio del cuarto de hospital, las sábanas se resbalaban por el movimiento de un cuerpo delgado. Un cuerpo con vida.
Las palabras se atascaron en su garganta. Intentó dar un paso hacia adelante, pero sus piernas parecían no responder. Volvió a intentarlo, y esta vez avanzó. Sin embargo, la persona en la cama levantó la cara y lo miró con los ojos bien abiertos. Un par de ojos bellísimos que hacía mucho tiempo había olvidado su color y brillo. Las lágrimas de Hoseok cayeron libremente, y se obligó a mover los pies.
—¡WONNIE! —gritó. Sus brazos apretaron alrededor de Hyungwon, proporcionando calor al cuerpo larguirucho—. Estás de vuelta.
La habitación parecía contener la respiración mientras el peso de sus miedos no expresados flotaban allí. En ese abrazo las palabras sobraron; el lenguaje de la vulnerabilidad compartida lo decía todo.
—Gracias, gracias por despertar —susurró, sorbiendo la nariz—. Perdón por asustarte, perdón por causar todo esto.
La respuesta de Hyungwon fue una suave caricia en la espalda de Hoseok.
—Shh.
Hoseok levantó la mirada, sus ojos reflejaban una mezcla de emociones: tristeza, alegría, orgullo y anhelo. Cuidado subió su mano para tocar la cara de Hyungwon, pero sus dedos no lo alcanzaron. La imagen se volvió turbia, convirtiéndose en una bruma espesa.
—¿Qué? —preguntó con un hilo de voz.
Sacudió la mano y el hermoso rostro terminó de deformarse hasta que no había nada más que una almohada blanca. Hoseok cayó sobre el colchón, frío y vacío. Abrió la boca, pero ni una sola palabra salió de ella. Con desesperación y miedo, removió las sábanas en busca de él. El panorama cambió repentinamente, tornándose completamente oscuro.
Hoseok saltó en la silla y abrió los ojos escandalizado. Hyungwon estaba ahí. Perfectamente dormido e inconsciente del mundo que lo rodeaba. Apretó las manos sobre sus muslos y se mordió la mejilla para evitar llorar. Ya no le quedaban lágrimas. Apartó la mirada y se encontró con una mirada triste.
—Deberías descansar —susurró Dayoung, quien lo había estado observado desde hacía una hora—, no puedes seguir así.
—Estoy bien —mintió. Se despabiló pasando una mano por su cara y abandonó la ahora incómoda silla. Sintió la mirada de la chica sobre él, pero lo ignoró.
—Escuché las noticias. ¿No deberías tomar un respiro? Las próximas semanas serán difíciles y necesitas toda la energía posible —sugirió, uniéndose a él. Dayoung se paró detrás de él y le apretó el hombro suavemente—. Yo también lo extraño…
Bajó la mirada a sus zapatos y resopló.
—¿Tienes idea lo miserable e idiota que me siento? Si no hubiera reaccionado así…