Cuando la noche anterior recibió la llamada en comisaría de que había ocurrido un asesinato en la mansión de la familia Hódar tuvo que tomar aire varias veces. Cuando el comisario se acercó hasta su mesa para asignarle el caso se vio obligado a volver a hacerlo.
Después, todo sucedió muy rápido. Las sirenas azules de policía mezcladas con las de la ambulancia, la multitud de la alta sociedad en histeria, los llantos, los gritos, los morbosos que grababan en medio del caos, las primeras declaraciones rápidas y difusas. Sin duda, lo que mejor recordaba era la imagen del cuerpo sin vida de la joven, su expresión de espanto adornada con goterones escarlata y la sensación de adrenalina que le recorrió la columna al saber que el asesino estaba entre los presentes. En los cuatro años que llevaba en el cuerpo de policía nunca había experimentado algo así.
Al día siguiente, la tarta seguía intacta en medio del salón. La sangre seca sobre el pastel se confundía con el relleno de cereza que nunca probaron. La zona de alrededor estaba perimetrada con cintas de advertencia, también la barandilla del piso superior por donde Ruslana se precipitó. Las pequeñas manchas rojas en las paredes aún le causaban escalofríos.
Su equipo había pasado toda la mañana recopilando pruebas. Álvaro Jurado, su mano derecha y en quien más confiaba, se encargaba de retransmitirle todo lo que sucedía en aquel proceso tan aparatoso y delicado. También de hacer fotos de la escena del crimen antes de ser contaminada.
Aún lo tenía a su lado informándole de unos datos recientes sobre la autopsia de Ruslana cuando la familia Hódar entró por las puertas del salón. La imagen era, cuanto menos, desoladora. La cara de la madre estaba enmarcada por una grandes gafas de sol oscuras, inusuales para un sábado de noviembre, pero necesarias para camuflar parte de aquel dolor desgarrador. Por otro lado, el padre parecía un autómata que se movía por puro instinto de comprender qué había pasado con su hija pequeña, sin expresión y con la mirada perdida. La ausencia de Violeta Hódar sólo hizo aquella escena aún más bizarra.
No pudo evitar cuestionarse si tampoco asistiría al funeral de su hermana recién fallecida.
Se presentó junto a su compañero y después no supo bien qué decir, ¿cómo se dirigía a unos padres que acababan de perderlo todo? Aclaró su garganta y se obligó a llenar el silencio.
– No se preocupen por nada, cualquier información de relevancia les será notificada con inmediatez. Me ocuparé personalmente de ello.
El padre logró asentir en un gesto afligido. La mujer se aferró al brazo de su marido susurrando una y otra vez que quería a su niña de vuelta. Se le encogió el corazón. Se prometió a sí mismo contribuir a deshacerse de una pequeña parte de ese dolor de aquellos padres destrozados.
– Cuanto antes nos pongamos a ello antes le haremos justicia.
– Sí. Os dejamos trabajar... sólo queríamos asegurarnos de que aún no se sabía nada de que le pasó a nuestra niña.– La madre comenzó a sollozar en silencio y el hombre sólo apretó con más fuerza la mano de la mujer que parecía que se desvanecería en cualquier momento.
– Nada, señor, aún no sabemos nada.
Y no era cierto, sí que sabían. Sabían que Ruslana no había caído por accidente, que alguien la golpeó con fuerza en la cabeza y por esto acabó precipitándose al vacío. También sabían que el asesino siempre estuvo ahí, que no se fugó tras el golpe mortal a la pelirroja porque nadie entró ni salió durante aquellos minutos. Tuvo que ser un invitado, un empleado o un miembro de la familia. Sabían todo aquello pero aún no era el momento de mostrar todas sus cartas. Al fin y al cabo, por muy afligidos que parecieran, seguían siendo sospechosos del asesinato.
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the secret of us
Mystery / ThrillerEl asesinato de una chica joven en una mansión a las afueras de la ciudad fue lo que hizo explotar todo. Martin, miembro de la policía de una pequeña ciudad cántabra, estaba cansado de la monotonía de su puesto, buscando incansable el caso que revi...