Impermeable

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Entré a la habitación de la posada donde me hospedaría esa noche. Llegue hecha pedazos, caminar por una ciudad entera había agotado plenamente mi energía.

Quité el broche que sostenía mi cabello, dejando que se esponjara libremente. Avancé a rastras y me tiré en la cama, dejé que mi cuerpo se hundiera en aquel colchón y miré por la ventana de la habitación.

Las gotas de agua empezaban a caer, tan pequeñas y a pesar de eso, podían arruinar la vida de alguien en segundos, de aquellos que no llevaban un paraguas o un impermeable a la mano, los dichosos tontos que decidían dejar su cuerpo indefenso ante las adversidades de la vida; aquellos que eran iguales a mí.

Aparté la mirada hacia mi teléfono, lo desbloqueé y empecé a deslizar entre las fotografías. Con la mirada perdida, sumergida en un mundo distante, el repiqueteo de la lluvia resonaba en mi cabeza mientras yo estaba desconectada buscando algo.

¡Bingo! Una fotografía contigo, con la persona que decidí dejar entrar a mi vida sin vestir un impermeable de por medio, sin ocultar nada de mí.

El peor error de mi vida, porque al final terminaste yéndote y fue como si la furia de mil tormentas cayeran sobre mí, como un balde de agua fría derramado sobre mi indefenso ser; porque me acerqué tanto a ti sabiendo que seguirías viajando.

Busqué tu contacto, mis dedos tamborilearon en el teclado mientras escribía lentamente tu nombre, podía llamarte, podía hacerte saber lo que sentía, pero, ¿para qué? Hasta que no pudiera decírtelo de frente nada cambiaría, mi necesidad del calor de tus abrazos, de escuchar nuevamente tu timbre de voz; que resonaba en mi cabeza, aquellos ojos cafés en los que me perdía con mirarlos unos segundos.

Realmente el tiempo parecía ir más lento cuando estabas a mi lado, disfrutaba de cada segundo contigo, sosteniendo disimuladamente tu mano para que nadie se diera cuenta de mis sentimientos, tratando de sentir tu tacto.

¿También te sentías así? Apagué mi celular y abracé mis piernas, sentí como las lágrimas empezaron a brotar y a recorrer mis mejillas. Por más que tratara de detenerme no podía, ahí lo entendí, no puedes sellar tus sentimientos, enterrarlos y asegurarlos con cadenas, porque al final siempre van a volver, en forma de recuerdos, esas fotografías mentales que te invaden cuando haces algo que solías hacer con aquellos que amas.

Me llevé ambas manos al pecho y seguí dejando a las lágrimas salir, nada de esto hubiera pasado si tan sólo hubiera sido lo suficentemente fuerte como para decírtelo. Satoshi.

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