CAPITULO 2

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"Me alegra conocerte, Patricia", dijo el Sultán. "He oído mucho sobre ti. ¿De dónde eres?"

"Soy de Puebla, México", respondí. "Nací y crecí allí. Mi familia es originaria de España, pero hemos vivido en México durante generaciones".

"Interesante", dijo el Sultán. "He estudiado un poco sobre la historia de México. Es un país con un rico patrimonio cultural. ¿Qué estudiaste en la universidad?"

"Estudié ingeniería automotriz", respondí. "Me apasiona el diseño y la innovación en el campo de la automoción".

"Excelente", dijo el Sultán. "Necesitamos personas con tus habilidades en nuestro país. ¿Te gustaría quedarte en nuestra casa durante un mes? He mandado a construir una casa especial para ti, con todas las comodidades que necesitas".

Me sorprendió la oferta. "¿Por qué me haría una oferta tan generosa?", pregunté.

"Porque creo que tienes un gran potencial", respondió el Sultán. "Y quiero ayudarte a desarrollarlo. Además, quiero que conozcas nuestra cultura y nuestra forma de vida. Creo que podrías aprender mucho de nosotros, y nosotros de ti".

Me sentí halagada y emocionada por la oferta. "Me encantaría", dije finalmente. "Gracias por la oportunidad".

El Sultán sonrió. "Excelente", dijo. "Te mostraré la casa mañana. Espero que te guste".

Después de una noche de descanso en la habitación del palacio, el Sultán vino a buscarme temprano en la mañana. "Buenos días, Patricia", dijo con una sonrisa. "Hoy te voy a mostrar la casa que mandé a construir para ti".

Me sentí emocionada y curiosa. "¿Una casa para mí?", pregunté. "¿Por qué?"

"Quiero que te sientas en casa aquí", respondió el Sultán. "Y quiero que tengas un lugar donde puedas estar sola y tranquila cuando lo necesites".

Me llevó a un coche y nos dirigimos a las afueras del palacio. Después de un corto trayecto, llegamos a una hermosa casa de estilo moderno con un jardín precioso.

"¿Te gusta?", preguntó el Sultán, mientras me llevaba a la entrada de la casa.

Me quedé sin aliento. La casa era increíble, con grandes ventanas, techos altos y una decoración elegante.

"Es hermosa", dije, intentando encontrar las palabras adecuadas.

El Sultán sonrió. "Me alegra que te guste", dijo. "Esta es tu casa ahora. Puedes hacer lo que quieras con ella".

Me sentí abrumada por la generosidad del Sultán. "Gracias", dije, intentando contener las lágrimas.

El Sultán me mostró la casa, que tenía todo lo que necesitaba y más. Había una cocina moderna, un comedor elegante, un salón acogedor y un jardín precioso.

"¿Qué te parece?", preguntó el Sultán, mientras nos sentábamos en el jardín.

Me sentí en casa. "Es perfecta", dije. "Gracias por todo".

El Sultán sonrió. "De nada", dijo. "Quiero que seas feliz aquí".
El Sultán se volvió hacia mí con una sonrisa. "Ahora, Patricia, quiero pedirte un favor", dijo. "Tengo algunos sirvientes que quiero que les enseñes todo sobre la gastronomía mexicana y el idioma español. Quiero que estén preparados para futuras invitaciones a extranjeros".

Me sorprendió la solicitud, pero me sentí emocionada de compartir mi cultura con los sirvientes. "Claro, Su Alteza", dije. "Estoy dispuesta a enseñarles todo lo que sé".

El Sultán asintió. "Excelente", dijo. "Ahora, quiero explicarte algunas reglas del palacio. Primero, debes saber que el Aram es el código de conducta del palacio. Es importante que lo respetes y lo sigas".

Me incliné, ansiosa por aprender. "Sí, Su Alteza", dije. "Por favor, explíqueme".

El Sultán comenzó a explicarme las reglas del Aram, que incluían la importancia de la hospitalidad, la respetuosidad hacia los demás y la modestia en la conducta. También me explicó que el palacio tenía una jerarquía estricta, y que debía respetarla.

"¿Entendido?", preguntó el Sultán al final de la explicación.

Asentí. "Sí, Su Alteza", dije. "Entendido".

El Sultán sonrió. "Excelente", dijo. "Ahora, quiero presentarte a los sirvientes que vas a enseñar. Vamos".

Fuimos de nuevo al palacio y lo seguí a través del palacio, hasta llegar a una sala donde estaban reunidos varios sirvientes. El Sultán me presentó a ellos, y comencé a explicarles sobre la gastronomía mexicana y el idioma español.

Me sentí emocionada de compartir mi cultura con ellos, y ellos parecían ansiosos por aprender. Sabía que iba a ser un desafío, pero estaba dispuesta a hacerlo lo mejor posible.

Después de pasar unos días enseñando a los sirvientes sobre la gastronomía mexicana y el idioma español, el Sultán me pidió que lo acompañara a conocer el harem. Me sentí un poco nerviosa, ya que había oído historias sobre los harenes y no sabía qué esperar.

El Sultán me llevó a través de un pasillo largo y estrecho, hasta llegar a una puerta adornada con telas finas y joyas. La puerta se abrió y entramos en un jardín interior, donde había varias mujeres sentadas en cojines, rodeadas de flores y árboles.

"Este es el harem", dijo el Sultán. "Aquí viven mis concubinas y esclavas".

Me sentí un poco incómoda, ya que no estaba acostumbrada a ver a mujeres en esa situación. Pero el Sultán me explicó que en su cultura, el harem era una parte importante de la vida palaciega.

Luego, me presentó a la madre sultana, una mujer anciana y sabia que me recibió con una sonrisa cálida. Me habló sobre la importancia de la familia y la tradición en su cultura, y me dio consejos sobre cómo navegar la vida en el palacio.

También conocí a algunas de las concubinas y esclavas, que me parecieron mujeres inteligentes y talentosas. Me sorprendió ver que tenían sus propias historias y sueños, y que no eran solo objetos de placer para el Sultán.

El Sultán me explicó que en su cultura, las mujeres del harem eran respetadas y valoradas, y que tenían un papel importante en la vida palaciega. Me sentí un poco más cómoda, sabiendo que las mujeres eran tratadas con respeto y dignidad.

Pero todavía tenía muchas preguntas y dudas sobre la vida en el palacio y el harem. Sabía que iba a tener que aprender mucho más sobre esta cultura tan diferente a la mía.
Aquí te dejo la continuación:

Mientras estaba en el harem, conocí a una mujer llamada Fatima. Era hermosa y elegante, pero su actitud hacia mí no fue tan amigable como la de las otras mujeres. Me miró con desconfianza y me habló con un tono frío.

"¿Qué haces aquí?", me preguntó. "No eres como nosotras. No perteneces a este lugar".

Me sentí incómoda ante su hostilidad, pero traté de mantener la calma. "Soy una invitada del Sultán", le expliqué. "Estoy aquí para aprender sobre su cultura y compartir la mía".

Fatima me miró con escepticismo. "Sí, claro", dijo. "Pero sabes que el Sultán ha roto unas cuantas reglas por ti. No es común que trate a una extranjera con tanta deferencia".

Me sentí un poco incómoda ante su acusación, pero traté de defenderme. "No sé a qué te refieres", le dije.

Fatima se acercó a mí y me habló en voz baja. "No te hagas la tonta", me dijo. "Sé que el Sultán te ha dado un trato especial. Pero si descubro algo sospechoso, no dudaré en denunciarlo. No permitiré que rompas las reglas del palacio".

Me sentí un poco intimidada ante su advertencia, pero traté de mantener la calma. "No tengo intención de romper ninguna regla", le dije. "Solo quiero aprender y compartir mi cultura".

Fatima me miró con desconfianza, pero no dijo nada más. Me di cuenta de que era una mujer que no se fiaba de los demás, y que estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para proteger su posición en el palacio.

Corazón de hielo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora